CAPÍTULO 9: La aldea de Sudentag

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Empezaba ya a amanecer cuando Dolma llegó a la pequeña aldea de Sudentag

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Empezaba ya a amanecer cuando Dolma llegó a la pequeña aldea de Sudentag. Las pocas fuerzas que le quedaban se esfumaron en cuanto pisó la arena de la céntrica plaza, y ante las miradas atónitas de los comerciantes que comenzaban a preparar sus puestos para el mercado, perdió la consciencia y se desplomó.

Se levantó una nube de polvo a su alrededor cuando su cuerpo se golpeó fuertemente contra el suelo.

No sintió siquiera el escozor de los rasguños que abrieron en su piel las afiladas piedrecitas. Tal era el agotamiento de su mente que tampoco se percató de los llantos de la pequeña Brida quien ya despierta reclamaba su atención.

Cuando despertó, una gruesa manta cubría su cuerpo. Y a pesar de que al principio estuvo tentada de quedarse en aquel lecho guardando reposo, cuando se acordó de todo cuanto había sucedido las horas anteriores se destapó e intentó incorporarse. Le sobrevino un leve mareo que la obligó a sentarse de nuevo.

Por unos instantes su corazón dejó de latir al no encontrar a la princesa en ningún lugar de aquella pequeña estancia.

-¿Te encuentras mejor? -preguntó la anciana que acababa de entrar. Traía consigo un plato cuyo contenido desprendía un delicioso aroma.

Dolma quiso levantarse y correr. Quería gritar a los cuatro vientos que le devolvieran a la niña. Deseaba arrancarse la fina camisola con la que la habían vestido para poder volver a usar sus desaliñadas pero confortables ropas.

Y sin embargo no hizo nada de aquello. Se limitó a asentir y a tomar aquello que le tendía la señora, quien se había sentado a los pies de la cama.

Sintió un gran alivio cuando el caldo especiado se deslizó por su garganta. Solo entonces se dio cuenta de cuán sedienta estaba.

-¿Dónde está Brida? -se atrevió al fin a preguntar.

-No te preocupes por tu hija -respondió la anciana, sabiendo que la muchacha se refería a la niña que llevaba consigo cuando la encontraron-, está bien. Mi nieto Raymon está en el salón cuidando de ella.

La doncella se estremeció al oír aquellas palabras. A punto estuvo de rectificar a la mujer y explicarle que Brida no era su hija, pero la sensatez acabó imponiéndose y gracias a ello logró mantener sus labios sellados.

Al fin y al cabo sería más fácil ocultar a la pequeña si creían que no era más que la hija de una pobre sirvienta.

-No debes tener miedo, muchacha -comentó la mujer mientras tomaba la mano de su invitada, acariciándola con gran dulzura-. Sea lo que sea de lo que estabas huyendo, ahora estás a salvo. Podéis quedaros en nuestra casa tanto tiempo como sea necesario.

Una lágrima se escurrió por el rostro de Dolma, pero se encargó de ocultarla antes de que la mujer pudiera llegar a verla.

La anciana había tenido un gran gesto al acogerla en su casa, pero no podía fiarse de ella. Al menos no todavía.

Crónicas de un reino: amor, guerra y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora