CAPÍTULO 2: Mi dulce Brida

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El rey Jorge III no se lo pensó, y en cuanto recibió la alegre noticia puso fin a su entrenamiento y corrió de vuelta a palacio sin molestarse en esperar a los soldados que se suponía debían permanecer a su lado en todo momento para luchar por su ...

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El rey Jorge III no se lo pensó, y en cuanto recibió la alegre noticia puso fin a su entrenamiento y corrió de vuelta a palacio sin molestarse en esperar a los soldados que se suponía debían permanecer a su lado en todo momento para luchar por su seguridad.

Vestía todavía con los sudados ropajes cuando llegó a la habitación en la que su mujer luchaba por traer a la vida a un nuevo miembro de la familia real. Su espada la había perdido en algún punto del trayecto que unía el salón de lucha con el ala de los aposentos de las doncellas, pero no le dio mayor importancia; apenas era consciente de que esta se había escurrido de entre sus manos.

-Majestad -saludaron las doncellas que estaban presentes, regalándole al monarca una gran reverencia. Todas, a excepción de la partera que se encontraba a los pies de la cama entre las piernas abiertas de una agotada Abigail. Sus manos estaban repletas de sangre y demás substancias viscosas que Jorge no se molestó en identificar, y haciendo caso omiso a las muchachas que le pedían que se retirase y que aguardara en otro lugar a que le dieran la noticia del nacimiento de su hijo, se sentó junto a su esposa y tomó una de sus manos.

-Ya estoy aquí, mi amor. Vamos a traer juntos a nuestra pequeña a este mundo -susurró en su oído, para que solo ella pudiera oírle.

Abigail le regaló a su marido una cansada sonrisa repleta de agradecimiento, pues eran ya muchas las horas que llevaba en aquel estado y precisaba de las fuerzas que le daba el tener a su marido cerca para lograr acabar con aquella proeza. Después de aquello, volvió a concentrarse en las instrucciones de la partera.

Aquel era ya su sexto parto, pero no por ello era más fácil o menos doloroso.

Transcurrida cerca de otra media hora el llanto de un recién nacido llenó la habitación, y la reina se permitió soltar un suspiro de alivio. A penas le quedaban fuerzas y estaba haciendo un gran esfuerzo por no cerrar los ojos, pues su cuerpo suplicaba un descanso, pero antes de caer rendida logró ír las palabras de Dolma, quien estaba cubriendo al bebé con una suave manta azulada que habían preparado para la ocasión.

-Es una niña, mi señora. Una hermosa y fuerte princesa.

-Mi dulce Brida... -susurró la reina.

Y dichas aquellas palabras, y sabiéndose segura y protegida, Abigail se durmió.

Y dichas aquellas palabras, y sabiéndose segura y protegida, Abigail se durmió

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Crónicas de un reino: amor, guerra y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora