CAPÍTULO 18: Bienvenida a la corte

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Juler ordenó la incorporación inmediata de Brida, pues las doncellas de la reina Jimena estaban desbordadas

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Juler ordenó la incorporación inmediata de Brida, pues las doncellas de la reina Jimena estaban desbordadas. La esposa del monarca era una mujer muy caprichosa, y precisaba de un gran séquito de doncellas que se encargaran de satisfacer sus deseos.

A Brida apenas se le concedió una jornada para preparar su equipaje y despedirse de su familia. Era primera hora de la mañana cuando un carruaje fue a recogerla. Su madre, su padre y sus hermanos se habían despertado temprano para verla partir.

Los cinco se encontraban en la calle, observando cómo el cochero cargaba las maletas de la joven. Saeneta lloraba, y Baduir la estrechaba entre sus brazos ofreciéndole consuelo. Madre e hijos vestían todavía con las ropas de cama, y no se habían molestado siquiera en asearse. Solo Brida y Raymon iban ataviados con sus ropas de calle habituales.

—No debes llorar, Saeneta —habló Brida tras agacharse para quedar a la altura de su hermana menor—. La reina me concede una jornada libre de vez en cuando, y yo aprovecharé para venir a casa a visitaros. Estamos cerca, así que nos vamos a ver muy a menudo.

—¿Lo prometes? —interrogó la pequeña, sorbiéndose los mocos y enjugándose las lágrimas con el dorso de su mano. En su voz se intuía un leve atisbo de esperanza.

—Lo prometo —sentenció la mayor. Era tal la convicción de sus palabras que Seneta no dudó de su veracidad, y sintiéndose mucho más tranquila corrió a abrazar a su hermana. Baduir enseguida se les unió —Cuidad de papá y mamá mientras yo no esté. Sé que a vuestros ojos parecen muy fuertes, pero poco a poco se van haciendo mayores y llegará el momento en el que necesiten vuestra ayuda.

Los mellizos asintieron y la joven aprovechó que la habían soltado para incorporarse y acercarse a su madre. Dolma la estrechó con fuerza entre sus brazos, en un gesto protector. Y Brida se dejó embriagar por el aroma que desprendía la mujer: ese olor que no le transmitía más que paz y tranquilidad. Cuando se separaron, dos lágrimas rebeldes surcaban su rostro.

—Ve con cuidado, hija. Mantén la cabeza fría, haz uso de tu inteligencia y no te busques problemas.

—Me has enseñado bien, madre. No debes preocuparte.

Un último beso acompañó aquellas palabras.

—Ya están todas las maletas cargadas, señorita —intervino el cochero, dirigiéndose a Brida, en cuanto acabó de cargar el último de los bultos—. Sería conveniente irse cuanto antes, pues la reina Jimena está deseosa de recibirla.

Brida asintió y se montó en el carruaje. Raymon siguió sus pasos, pues él iba a acompañar a su hija hasta el castillo. A pesar de que el trayecto no era muy largo, al hombre no le gustaba la idea de dejarla sola en aquella travesía.

—Estás muy callado padre —se atrevió a comentar Dolma. Hacía ya varios minutos que habían dejado atrás la aldea que hasta entonces había sido su hogar, y se habían adentrado ya en la profundidad del bosque que rodeaba el castillo.

Crónicas de un reino: amor, guerra y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora