CAPÍTULO 11: La proposición

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 Al final el puchero recalentado les sirvió de cena

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Al final el puchero recalentado les sirvió de cena. Raymon había vuelto tarde del trabajo, y Finna no quiso salir de su habitación hasta que no llegó su nieto por lo que Dolma se quedó sola en aquella vivienda la mayor parte del día.

Intentó mantenerse ocupada ordenando y cuidando de Brida para así evitar pensar en todo cuanto había acontecido.

-¿Dónde aprendiste a cocinar así de bien, muchacha? -preguntó Finna al terminar la última cucharada de su ración.

-Trabajé como doncella en una casa de nobles señores, y a pesar de que las tareas de la cocina no formaban parte de mis obligaciones, era mucho el tiempo que pasaba allí. Es algo que desde pequeña había llamado mucho mi atención, y las cocineras estaban encantadas de poderme enseñar su oficio en mis ratos libres -comentó ella, sintiéndose cómoda al fin al poder responder con auténtica sinceridad. Había tenido que obviar la identidad de su señores, pero no había mentido en nada más.

Raymon no intervino en la conversación, y Dolma no pudo evitar sentirse algo decepcionada. Al servir los platos había aguardado pacientemente a recibir de su parte algún elogio por la comida, pero este no había llegado.

El rostro oscurecido del hombre demostraba que no había tenido un día fácil, y que a pesar de que su cuerpo estaba allí con ellas su mente se encontraba muy lejos sumida en sus divagaciones.

Finna regresó a su alcoba en cuanto hubo acabado de cenar, y Raymon continuó sentado en la mesa incluso después de que Dolma retirase los platos.

Seguía sin pronunciar palabra alguna.

-¿Te encuentras bien? -se atrevió a preguntar la muchacha en cuanto hubo acabado de recoger y de dejar a Brida durmiendo en el cesto que le hacía de cuna.

Raymon solo reaccionó cuando ella le acarició dulcemente la mano, y volviendo a la realidad el hombre le regaló una tímida sonrisa.

-Disculpa, no he estado muy atento durante la cena -admitió él-. Ha sido un día muy largo, y son todavía demasiadas las cosas que debo solucionar. La gente está asustada; tienen miedo de lo que pueda ocurrir a partir de ahora. La incertidumbre es lo peor que hay para los negocios.

-¿Tú no tienes miedo?

-Hace ya mucho que perdí el miedo a la vida -sentenció él, encogiéndose de hombros-. Supongo que hay personas que tienen más motivos que otras para estar asustadas.

Raymon, quien hasta entonces había permanecido con la mirada fija en algún punto del salón, se volvió hacia ella en cuanto acabó de pronunciar sus palabras.

-Tu abuela parece bastante preocupada -comentó la joven sin saber muy bien qué decir. Frente a él se sentía desarmada, y llegaba incluso a perder la capacidad de razonar.

-Son muchos los cambios que se ha visto obligada a afrontar. A su edad es normal que esté ya cansada de batallar.

-Parece que la vida no es más que una constante lucha -reflexionó la muchacha, soltando al fin la mano del hombre e incorporándose dispuesta a irse a dormir.

Crónicas de un reino: amor, guerra y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora