36: Despropósito

19.6K 3.1K 474
                                    

Dedicado a ValeriaAlvarezViera por el apoyo, los comentarios y el cariño. Espero que lo disfrutes.❤

Andrés estacionó en frente de una pizzería, y ambos nos bajamos de su motocicleta en silencio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Andrés estacionó en frente de una pizzería, y ambos nos bajamos de su motocicleta en silencio. Un incómodo silencio, debo añadir. Nos mantuvimos de esa manera hasta que nos sentamos en una mesa y una amable chica tomó nuestra orden.

—Entonces... —intenté romper el hielo. Creo que le avergonzaba el haber impedido que yo soltara nuestro abrazo mientras él conducía—. ¿Tu plan era poner celoso a Franco y marcar algún tipo de territorio?

Sus cejas se arrugaron un poco.

—Ni tú eres un poste, ni yo soy un animal que necesita delimitar lo que es suyo. Además, no me has dicho si correspondes mis sentimientos, así que debo asumir lo contrario.

Lo conocía lo suficiente para saber que me estaba tendiendo una trampa con sus palabras: afirmar o negar que yo sentía lo mismo que él.

Como todavía no tenía una respuesta definitiva, opté por cambiar su implícita pregunta.

—Entonces ¿por qué hiciste eso en frente de Franco?

Andrés suspiró y paseó los dedos por su cabello intentando darme una respuesta que, dado su grado de concentración, no sería muy simple. Estábamos sentados junto a una ventana, y el resplandor externo destacaba todas sus tiernas facciones.

—Mi plan era hacer sentir mal al niño Barbie, pero no mediante palabras o golpes, porque soy pésimo para ello. Me decanté por la mejor opción: herir su ego. Los hombres hemos sido territoriales desde la prehistoria, está en nuestra codificación genética. Así que todos los hombres sentimos celos cuando nuestra pareja, o expareja, parece habernos superado. Es un golpe a la autoestima que no podemos controlar, aunque muchos hacemos lo posible por no vociferarlo.

Asentí. Por un instante, volvió a mí la preocupación por lo que mis compañeros pensarían al verme subir a la motocicleta de Andrés, pero traté de suprimir tal pensamiento. Yo sabía que lo que había dicho Franco sobre mí era mentira, que mi reputación volvería a ser la misma dentro de unos cuantos días. En adición, quería creer que en ese proceso, Franco había un recibido golpe a su autoestima, como mencionó Andrés.

—Esos celos de los que hablas... ¿los sentiste después de que Ximena y tú terminaran? —inquirí, sin saber porqué aquella pregunta me había puesto ansiosa.

—Claro —contestó él, sin dudas—. Sobre todo porque fue Ximena la que me dejó.

—¿Por qué terminaron?

—Me dijo que yo era aburrido, que mis conversaciones no le entretenían, y que quería conocer a otras personas.

—Vaya tonta.

Andrés se encogió de hombros.

—Está bien. Cada quien nos concibe de forma distinta, esa es la supuesta belleza de la diversidad. Además, si ella quiere pasarla bien con otras personas, no me queda más que desearle que lo disfrute. Y tú... ¿Por qué ya no tienes nada con el niño Baywatch?

Me reí sin poderlo evitar.

—¿Hasta cuándo le pondrás apodos?

—Hasta que deje de resultarme divertido. —Me dedicó una sonrisa y justo en ese momento llegó nuestra pizza. Me serví una porción, y di el primer mordisco antes de responder.

—Lo que Franco y yo tuvimos fue muy... corto y superficial. Al inicio nos coqueteábamos a distancia en el colegio, luego por mensajes. Después nos dimos cuenta de que ambos sentíamos curiosidad por el sexo, así que hablamos del tema con madurez. Queríamos experimentar, y nos planificamos para eso. No era como si nos gustáramos de verdad, yo solo iba a su casa porque quería aprender más. Y un día... simplemente acordamos que no continuaríamos.

Bajé la mirada y me concentré en mi comida, esperando que él no me preguntara por la versión real de mi "rompimiento" con Franco.

Pero por supuesto, Andrés Amato me conocía lo suficiente y sabía que había algo detrás de aquel cierre tan cortante.

—Eso último sonó más falso que mi mamá diciendo que empezará su dieta los lunes —se burló.

Intenté reírme, pero no sé cuál fue la expresión que mostré. Sabía que Andrés no me exigiría que le contara lo sucedido, y mi parte avergonzada lo agradecía. No obstante, también quería hacerlo. Confiaba en él, y en los consejos que podía ofrecerme. Entre aquella disyuntiva, me resigné a simplemente ser honesta con él, que, a pesar de toda la tensión rara que se mantenía entre nosotros, lo volvía a considerar como mi mejor amigo.

—¿Recuerdas la tarde que me escribiste agradeciéndome por los alfajores? —Andrés asintió y me pidió que continuara—. Franco leyó tu mensaje y pensó que teníamos, o que tenemos algo. Se molestó, dijo un par de cosas, y ambos dimos por terminada nuestra "relación".

Él me miró ceñudo y limpió su boca con una servilleta.

—¿Qué te dijo exactamente?

Esquivé su mirada y me concentré en los peatones del otro lado de la ventana. Sentí una opresión en mi pecho, y un arrepentimiento por haber iniciado esta conversación.

—Nada, solo... —Solté un largo y pesado suspiro, intentando suavizar mis palabras— Que era una chica fácil, y cosas así.

Cerré los ojos cuando no obtuve respuesta de su parte. ¿Él pensaría lo mismo que Franco? Yo no tenía nada con Andrés —a pesar de sus distintas declaraciones hacia mí—, pero ¿y si él creía que yo había jugado con sus sentimientos, como Franco creyó también?

Escuché una silla moverse, y cuando volví a la realidad, no encontré a Andrés en su asiento frente a mí, sino a mi lado. Se había cambiado, y ahora apoyaba los antebrazos en la mesa, ignorando lo que restaba de nuestro almuerzo, con sus ojitos achocolatados escudriñando cada milímetro de mi rostro. Lucía serio, preocupado, pero sobre todo, molesto.

—¿Qué te dijo, Belén? —exigió esta vez.

Tragué fuerte, y detallé el cuarzo verde tallado en forma de bambú que guindaba en su cuello, idéntico al mío. Respondí sin atreverme a mirarlo.

—Se refirió hacia mí con un calificativo que no me gustaría repetir, luego me echó de su casa pues según él, no tenía nada que hacer allí si no íbamos a tener sexo. Fue tan denigrante —confesé, sintiendo un nudo en la garganta—. A veces creo que él tiene razón en algunas cosas y yo...

—No —atajó, interrumpiéndome—. Si alguien se ve en la necesidad de humillar a otra persona, entonces jamás tuvo la razón.

Llevó su mano cerca de mi rostro y escondió con suavidad un mechón rebelde de cabello detrás de mi oreja. Aún lucía un poco molesto, pero intentó regalarme una sonrisa.

—Eres diferente y preciosa. Sería un despropósito que le permitieras a los demás sembrarte dudas sobre el centenar de cualidades que tienes.

—¿Y si eres el único que puede verlas?

—Entonces me encargaré de que todos te vean como yo lo hago.

—¿Es una promesa? —Le sonreí.

—Es la promesa de una ardilla vengadora. 

-------


Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora