25: Ardillas vengadoras

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Dedicado a LM_love_more, por todo el apoyo en esta historia. Espero que lo disfrutes :)

La razón por la que ahora estaba preparando un cappuccino en el Café Porteño era porque mi tío Diego creía en las segundas oportunidades

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La razón por la que ahora estaba preparando un cappuccino en el Café Porteño era porque mi tío Diego creía en las segundas oportunidades. Y, aunque él no lo admitiera, estaba segura de que mamá lo había convencido. Yo acepté porque necesitaba el dinero. Me gustaba ahorrar y poder comprarme las cosas que deseaba sin depender todo el tiempo de mis padres.

Sofía también me dio una nueva oportunidad, así como yo se la di a ella. Y, con las defensas bajas, descubrimos que podíamos trabajar muy bien juntas.

Todos merecíamos segundas oportunidades.

A excepción de Franco.

Él podía irse al demonio.

Sofía me entregó un papel con la orden del siguiente cliente: un café cortado con dos alfajores. De manera automática, serví los dulces en un plato pequeño, mientras dejaba el café moliendo de un lado. Fue ahí cuando noté que Andrés estaba del otro lado de la barra, mirando con curiosidad cómo mis manos se movían por el lugar.

—¡Andrés! —exclamé sin poder controlarlo, y me regañé a mí misma por ser tan descuidada con mis reacciones. Pero me costó ocultar que me alegraba verle.

Sofía y un par de clientes me miraron extrañados, aunque no prestaron demasiada atención. Andrés, por su parte, aterrizó su mirada de ojos chocolate sobre los míos, sin sonreír, aunque sí mordiendo el interior de sus mejillas —gesto que hacía cuando estaba nervioso—.

—Tu mamá me pidió que viniera —dijo, a la defensiva.

Eso me tomó por sorpresa.

—¿Pasó algo en mi casa?

—No. Pero se avecina una tormenta eléctrica. Me pidió que te trajera tu paraguas, tus botas y tu impermeable.

Desvié la atención hacia el café que tenía que prepararle mientras analizaba con cautela sus palabras. Mamá se preocupaba por mí, pero no era de las que mandaban cosas con otras personas. Mucho menos molestaría a Andrés para ello.

«Se avecina una tormenta eléctrica». A lo mejor sí tenía sentido que mamá hubiera hecho eso, porque yo les tenía pavor a las tormentas. Les temí durante mi infancia y quedó como un miedo para toda la vida. Para algunos era absurdo. ¿Absurdo? Absurdo era temerle a un payaso, que era una persona disfrazada, a la cual le pagaban para hacerte reír. Eso era absurdo.

Las tormentas sí eran preocupantes. Veinticuatro mil personas morían cada año por ser golpeadas por un rayo.

Mis miedos tenían fundamentos estadísticos.

—¿Estás bien? —Se mostró preocupado, justo como cuando me encontró en el pasillo, después de mi pelea con Franco.

—Sí —intenté restarle importancia—, es solo que las tormentas...

—Lo sé. —Asintió—. ¿Quieres que te acompañe a casa cuando termines?

Volvió a morderse el interior de las mejillas. ¿Le ponía nervioso acompañarme a casa? ¿Y por qué la sola idea me causaba un cosquilleo en el cuerpo? Le entregué su pedido con una sonrisa torpe y las manos un poco temblorosas.

—Seguro tienes cosas más importantes que hacer que acompañarme a casa solo porque tengo miedo. Es solo lluvia.

Yo sabía que no era solo lluvia. El simple sonido de los truenos podía paralizarme, y los relámpagos causaban que me llevara las manos a las orejas, acelerando mi corazón, y escandalizándome por completo. Odiaba las tormentas.

Por favor, por favor, acompáñame, quise rogarle.

—En realidad... —Andrés se rascó la nuca— Tu mamá me dio tu paraguas y el impermeable en la mañana. Aproveché en hacer algunas cosas con Manu, y ya que voy de regreso a casa pasé a dejártelos. Tengo el resto de la tarde libre.

Hoy su cabello era un espectáculo. Como siempre, estaba peinado de lado, pero dado que se lo había dejado crecer un poco más, se le despeinaba de una forma que yo consideraba atractiva. Encima de su típica camisa de cuadros —que hoy era azul—, vestía una chaqueta oscura con capucha, delatando que él se había preparado para la lluvia.

—Bueno, en ese caso...

—Espera —me interrumpió, llevando la mano al interior de su chaqueta—, quiero darte algo antes de que se me olvide.

Me entregó un CD en una pequeña funda plástica, el cual miré con confusión hasta que leí «Ardillas Vengadoras» escrito con marcador permanente. No pude evitar reírme, haciendo que él sonriera.

Cuando éramos pequeños y jugábamos a ser superhéroes, decidimos comenzar nuestra propia Liga. Después del incidente con la ardilla —que nos mordió y huyó—, le encontramos el nombre perfecto a nuestra organización: «Ardillas Vengadoras».

Para su cumpleaños número doce, cuando ya estábamos entrando en la pubertad y era embarazoso estar disfrazados constantemente, el nombre de nuestra Liga quedó solo para una última cosa más: nuestro propio soundtrack. Porque todas las cosas épicas tienen su propio soundtrack. Esa vez, descargué todas las canciones que nos gustaban a ambos —Andrés y yo éramos fanáticos de la música de los '90s—, y le regalé nuestro primer soundtrack: «Ardillas Vengadoras».

A pesar de que se lo había regalado a él, era yo quien lo conservaba en casa. Y, cuando nos peleamos el día de los alfajores, me deshice de nuestro CD.

—¿Dónde lo encontraste? —pregunté, maravillada. Deslicé mi dedo índice por el disco, como si no pudiera creerlo.

—No lo hice. —Se encogió de hombros—. Todavía recuerdo las canciones que teníamos, así que las descargué otra vez. Espero que te gus...

—Me encanta —confesé, sin dejarlo terminar—. ¿Por qué lo hiciste?

—La última vez que nos vimos estabas bastante triste, y me pediste espacio. Tuve que idear una forma de hacerte sentir mejor sin que eso alterara tus momentos de soledad, que muchas veces son necesarios. Tú me lo dijiste: espacio no es igual a ausencia.

Me hice consciente de cada una de mis pulsaciones y de cómo la calidez de mi sangre recorría todo mi cuerpo. Cuando me sonrió de nuevo, sentí mis mejillas cobrar un poco de calor, más no me importó. Llevé el disco a mi pecho, sintiéndome feliz y orgullosa de ese pequeño regalo que algunos no habrían comprendido, pero que para mí significó todo.

Sofía me siseó, desconcentrándome, para recordarme que tenía clientes en línea. Andrés también entendió que era momento de cortar nuestra conversación, pero antes de que se retirara, retomé su propuesta:

—Mi turno se acaba en veinte minutos. Espérame y vamos juntos a casa.

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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora