06: Privado

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*Dedicado a AimeFigueroa. Que lo disfrutes, cosita linda❤

A pesar de que el momento pudo resultar un poco incómodo, ver a Belén avergonzada y descolocada, valió por completo la pena

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A pesar de que el momento pudo resultar un poco incómodo, ver a Belén avergonzada y descolocada, valió por completo la pena.

Sus labios permanecían entreabiertos, procesando mi respuesta y la reacción de sus parientes, que no se vieron tan afectados como ella, sino que por el contrario, me ofrecieron disculpas y me invitaron a sentarme con ellos.

El papá de Belén, Aslan, me miró con el ceño fruncido durante una cantidad de tiempo que superó los límites de la normalidad y la cortesía, por lo que asumí que el comentario del otro señor castaño —que llevaba a pensar que Belén y yo éramos pareja—, no le cayó para nada bien.

Quería afirmar que me daba igual, dado de que yo sabía que entre Belén y yo lo único que pasaba era aire. Pero la realidad era que la mirada de aquel señor era intimidante y evité hacer contacto visual con él, temiendo empeorar la situación.

Después de algunos minutos, dejé de ser el centro de atención de los adultos. Pasaron a relatar anécdotas graciosas sobre Belén en sus días de infancia —algunas las recordaba porque las había vivido a su lado—, otras, ni siquiera las imaginaba. Ella permaneció tensa, sentada a mi lado por decencia dado que era su primer invitado.

La señora Primavera me entregó un vaso con cerveza y frunció el ceño.

—Es tan raro ofrecerte alcohol, Andresito —dijo, sentándose en el sofá individual—. Siento que era ayer cuando les preparaba alfajores y bebidas calientes para que siguieran jugando.

Casi seis años habían pasado desde que no iba a su casa a jugar con su hija. Y durante seis años ella me recordaba lo mucho que estaba creciendo, o que ya había crecido. Cada vez que me veía hacía algún comentario nostálgico, como si no viviéramos a un pasillo de distancia.

—¿Esa era la época en la que Belén no paraba de decir que estaba cachonda, o fue después? —inquirió la otra señora, que lucía como una mamá sensual, escondida detrás de unos lentes morados casi tan grandes como su rostro.

—¡Tía Teresa! —intervino Belén a mi lado, y luego me dedicó una mirada extraña.

—Fue mucho después. —La señora Primavera soltó una suave carcajada y se dirigió a mí—: Cuando Belén tenía cinco años, creía, por culpa de cierta persona que la palabra «cachonda» significaba «emocionada». Y a dondequiera que íbamos solía gritar que estaba cachonda.

—¡Mamá!

Las mejillas de Belén se enrojecieron, y abrió los ojos de una forma tan exagerada que pensé que se le saldrían en cualquier instante. Asumí que le había avergonzado aquel relato, especialmente porque ella sabía a la perfección que yo lo almacenaría en mi cabeza como parte de las cosas embarazosas que conocía sobre Belén. Y vaya que conocía muchas.

Ya no éramos tan cercanos como antes, pero no perdía oportunidad de hacerla sentir incómoda cuando nos cruzábamos en el edificio. Era mi pequeña venganza.

—Fue difícil hacerla entender lo que significaba —comentó Aslan, relajándose un poco.

—Debió ser algún record Guinness —intervino el otro señor—. La primera niña de cinco años que admite estar cachonda.

Cuando todos se rieron, no pude evitar imitarlos porque me imaginé a una Belén muy pequeña diciendo tal tontería.

La susodicha se levantó del sillón de forma rauda y repentina, mirando a sus padres con molestia y conservando el rubor de sus mejillas. Me hizo una seña para que me levantara también y aunque hubiera preferido no seguirla, su rostro de animal selvático, salvaje, y asesino me hizo ponerme de pie.

—Creo que mejor nos vamos a mi habitación —pronunció, y más que una amable sugerencia, fue una orden.

A mi cabeza llegaron algunas respuestas ácidas —y otras jocosas— para su comentario, pero su familia estaba detrás de nosotros y era su cumpleaños, así que opté por reservarme mis palabras. Cuando intentamos huir de los adultos y sus divertidos relatos sobre una Belén inocente, alguien se aclaró la garganta.

—No. Nada de habitaciones —atajó su papá.

—Andrés me hizo un regalo, y quiero abrirlo con él en privado —respondió la rubia con tono desafiante, levantando la bolsa que yo le había entregado.

El hombre me miró con desconfianza y enarcó una ceja. Procedió a entablar una guerra de miradas con su hija, evento que todos presenciamos sin saber exactamente como intervenir, hasta que la señora Primavera nos hizo una seña para indicarnos que todo estaba bien.

—Aslan, ya la hemos avergonzado lo suficiente. Además, Andresito es de la familia.

Él resopló con recelo.

—Lo peor que puede pasar es que escuchemos sonidos extraños, como los resortes de la cama —mencionó la otra señora.

—¡Tía! —chilló de nuevo Belén, abochornada.

Ella no era la única avergonzada con la situación, la diferencia —y ventaja— era que yo no tendría que ver a la mayoría de esas personas de nuevo. Además no era la primera vez que me confundían con el novio alguna chica, supongo que tenía una especie de imán para momentos embarazosos con el gremio parental.

Belén me jaló del brazo y me guio hasta su habitación, no sin antes escuchar la última orden de su papá:

—¡No cierren la puerta!

Ella lo hizo de todas formas, intentando con fervor que su familia me pusiera en una lista negra.

—Discúlpalos —murmuró, exhalando de manera exagerada y sentándose en la cama—, tienen un doctorado en incomodar a personas que no conocen, y a las que conocen también.

Me encogí de hombros, recostándome de la pared y guardando las manos en los bolsillos de mi sudadera. Me permití observarla un poco mientras ella se hacía una coleta alta, sumida en sus pensamientos.

—Pensé que me invitarías a comer primero —apunté, sereno.

—¿Disculpa? —Frunció un poco el ceño, saliendo de su letargo.

—Eso es lo que haces cuando invitas a alguien a tu habitación. —Le sonreí con malicia, sabiendo que mi inusual sentido del humor le haría creer que mi comentario era serio.

Efectivamente, si antes Belén estaba sonrojada, ahora sus mejillas parecían estar a punto de explotar.

—No es lo que estás pensando —se defendió—. Solo quería que dejaran de molestarnos.

—Tranquila, Belu. Sé que mi compañía todavía te pone cachonda.

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Una sonrisa por alfajores © ✓ | (Watty 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora