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Dos personas hablaban tranquilamente en un sillón gris, frente a una chimenea donde crepitaba un agradable fuego. Se podían escuchar las manecillas del reloj marcando lo segundos de fondo, junto con el ruido de la lluvia contra el techo.

_Entonces le dije "Tené cuidado que se te va a caer", entonces agarró la taza ¡Y me tiró toda el agua caliente en la mano! ¡Y se reía el muy hijo de puta!_ el dueño de la casa termino de contar su anécdota, recibiendo una pequeña y sutil risa del contrario.

_¿Y lo golpeaste?_

_No puedo golpear a un nene, me meten en cana_

_Ah..._su única respuesta.

El de rojo observó el fuego con expresión sosegada. Eran altas horas de la noche, pero para ambos mayores el sueño había arribado tan rápido como en los niños, que ahora dormían en una de la habitaciones de la planta alta.

Se llevó la taza del amargo café a los labios y bebió un poco, la observando con el rabillo del ojo como su anfitrión se giraba para ver el reloj, que marcaba las 12:30.

Por unos minutos, el crepitar del fuego y el sonido apagado de la leña al romperse y golpear contra los montones de ceniza, y el sonido de la lluvia fue lo único que se escucho en la sala. Ambos hombres permanecieron en un agradable silencio, simplemente conformes con la presencia del otro.

Era común que aquello pasara; que se sintieran cómodos simplemente con estar en la misma sala. La mediación de palabras no era necesaria todo el tiempo.

Esta era una de las visitas que Third Reich realizaba al territorio para saludar a su hijo, que aún era cuidado por Argentina. Aunque, muy en el fondo, cada vez que subía al avión que lo llevaba allí, sentía cierta expectación por ver a aquel país.

Solía quedarse dos o tres días, siempre en aquella casa en la montaña, a unos pocos kilómetros de un pueblo, los necesarios como para no ser molestados. Pasaba bastante tiempo con su hijo y con el albiceleste durante aquellas visitas, durante el cual se sentía más apacible. Sentía cierta paz en aquel lugar que a veces le resultaba extraña. Descomunal.

Alemania se había llevado bien con los hijos de Argentina casi desde el primer momento en que se vieron. Eran chiquillos muy sociables y tranquilos, divertidos. Casi siempre solo habían dos o tres de ellos, pues los otros hijos del argentino vivían en sus propios territorios o se quedaban con sus hermanos mayores. No quería la casa llena de niños corriendo descontrolados de aquí para allá.

_Voy a dejar esto_ Argentina hablo en una voz baja, para no romper aquella paz que reinaba en el ambiente. Se levantó despacio y se dirigió a la entrada de la cocina con su taza vacía en la mano.

Third observó su propia taza, prácticamente vacía y fría. Un poco del oscuro café aún quedaba rezagado en el fondo, pero no pensó tomar aquello. Se levantó despacio y, en silencio, fue detrás del argentino para dejar el recipiente vacío.

Se lo encontró de espaldas a el, lavando algunos trastes mientras tarareaba en voz baja una canción. No pareció darse cuenta de su presencia pues ni siquiera volteó cuando el contrario se sentó en una de las butacas de la isla que ocupaba el centro de la cocina.

_¿Qué canción es esa?_pregunto con voz ronca, sobresaltado al mayor_

_Es solo una melodía. No tiene letra ni nombre_

_¿De quién?_

_Mía_

_Suena bien. Parece una canción de cuna_

_Se supone que lo es. Se la canto a mis hijos cuando están tristes o no quieren irse a dormir_

_¿Y funciona?_

°Fuerte° (C.H. Argentina)Where stories live. Discover now