#7. De lo que veo y oigo

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Sé que en la última entrada los he dejado medio colgados y debo suponer que muchos se estarán preguntando qué me pasa. A ver, ¿por dónde puedo comenzar a responder a esa pregunta? No lo sé. Porque la verdad es que me pasan muchas cosas.

Primero, siempre me siento muy sola. Segundo, papá no ha llamado. Tercero, mamá me dio una regañiza muy fuerte el otro día.

Pues verán, el sábado cuando llega del trabajo, me encuentra encerrada en mi habitación, con el rosario de plata de la abuela entre las manos y la mirada perdida.

Primero se asusta mucho, pues yo no le contesto y tengo el rosario muy aferrado entre las manos. Cuando reacciono, es cuando comienza a molestarse, me grita y me arrebata el rosario de la abuela.

—¡Tienes dieciséis años! ¿Cuándo comenzarás a comportarte?

Me espeta antes de dar un portazo con la puerta de mi habitación cuando sale. Entonces comienzo a llorar, me subo a mi cama, me acurruco entre las mantas y lloro. Tengo miedo, porque ellos están volviendo y no sé por qué me buscan. Lo único que quiero es que todos me dejen en paz. Solo eso.

Las cosas en el instituto no han mejorado y el otro día ocurre algo que tampoco es de gran ayuda. Luego del primer periodo, voy al lavado, me meto en un cubículo y hago mis necesidades. Cuando acabo no salgo de allí de inmediato, porque no estoy sola en el lavado.

Por suerte ellos hacen tanto ruido que puedo bajar la tapa del inodoro con cuidado y sentarme con las piernas cruzadas sobre él, con la mochila en el regazo. Me pregunto por qué hago eso, quiero decir, yo podría salir y cortarles el asunto, ¿qué con eso? Estamos en un instituto, no en un motel, pero no lo hago, me quedo allí a esperar que se marchen, porque no quería toparme con ellos, no quiero toparme con nadie. Y ellos se escuchan muy inspirados en sus actos.

No sé quiénes son, hasta donde yo sé pueden ser hasta profesores, aunque lo dudo si soy sincera. Pues los jadeos de la chica y la voz de él que invoca a Dios cada cinco segundos, no se escuchan muy mayores.

No dura mucho su acto sexual, unos diez o quince minutos cuando mucho. Cuando escucho como salen ya tengo las piernas entumecidas, las descruzo y estiro el cuello, entonces escucho otra cosa. No es la voz de una persona, lo sé. El sentimiento que me trasmite aquel sonido es de puro terror. Me quedo congelada allí, con los pies apoyados en el suelo y la mochila en mi regazo, con las manos apretadas en puños y la respiración entrecortada.

No sé cómo soy capaz, pero lo hago, me armo de valor, me pongo en pie y abro la puerta del cubículo. No hay nadie allí. Todos los demás cubículos tienen las puertas cerradas, el espejo está un poco sucio y hay gotas de agua sobre uno de los lavados. Hace frío, esa cosa esta allí y me está mirando, lo sé.

Me guindo la mochila del hombro y noto que estoy temblando. Entorno la puerta del cubículo en el que estoy y me dirijo con pasos lentos hacia la salida. Antes de abandonar el lavado me habla de nuevo, esta vez a un palmo de mi oído.

Contengo un grito y salgo desmandada del lavado, abro la puerta con tanto ímpetu que el sonido que hace cuando se estrella con algo afuera es suficiente para detener mi huida y paralizarme. La puerta se va cerrando sola a causa del fuerte impacto que la hace retroceder. Del otro lado un chico profiere sonidos de dolor y se toma la cara con ambas manos.

No digo nada, me quedo allí de pie observando al herido. Lleva las uñas limpias, pero la cadena que cruza desde el bolsillo de su pantalón hasta la pretina del mismo, me da la información de quien es. Y cuando alza al rostro, siento que me voy a morir. Le sangra la nariz y la ira que brilla en sus irises me encoge por completo.

—D-Discúlpame.

—¿Estás loca? —Su voz suena chata— ¡Ay maldita sea, me partiste la nariz!

—F-Frederick, lo siento. No sabía que...

—¡Ya cállate! Ay dios. —Se apoya en la pared y cierra los ojos. La garganta me pica y el miedo me tiene aprisionada, inmóvil.

Cuando Frederick vuelve a hablar yo tengo la vista clavada en la puerta del lavado y estoy casi segura de que mis ojos brillan por las lágrimas que estoy conteniendo. También sé que Frederick piensa que mi expresión es por su herida, pero no es así.

Como sea, a partir de ahí él deja de maldecir y me pide que lo acompañe a la enfermería, así lo hago. Le vendan la nariz y le dicen que vaya con un medico cuanto antes. Así que no tiene que ver más clases ese día. Cuando salimos de la enfermería, me dice.

—Pues no hay mal que por bien no venga.

—¿Qué? —Él se ríe y luego cierra los ojos seguido por un quejido de dolor.

—Nada, es algo que solía decir mi abuela. Lo digo por las clases de las que me estas librando.

—De verdad lo siento.

—Ya, no te preocupes. Adiós.

Lo veo alejarse por el pasillo y pienso en lo divertido que es conversar con alguien, a pesar de las circunstancias.

Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Where stories live. Discover now