#50. De las fiestas adolescentes

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Me recibe un golpe de olores entremezclados. En el aire puedo oler múltiples perfumes abrazados al olor del sudor, danzando al lado del olor del alcohol que se impone sobre todo. En un volumen que bien puede rayar en contaminación sónica, suena una canción de David Guetta y la visual de la casa de Damián me hace creer que ni en mil años podré cruzar la puerta y caminar por el lugar con tranquilidad.

No he cruzado la puerta, no quiero hacerlo. Veo como el alcohol comienza a hacer mella en los invitados, que gritan frases incoherentes y aparentemente graciosas, mientras se tambalean al ritmo de la música, pretendiendo llamarlo baile.

Cierro la mano en un puño y me doy la vuelta, bajo los escalones de la entrada y me apoyo en un auto deportivo color azul que está aparcado en la entrada, saco un cigarro, el único que me queda de los que Fred me ha regalado, y resoplo al recordar que no tengo encendedor.

—¿Se puede saber qué haces? —Siento que el corazón me salta del puro susto, me doy la vuelta y me encuentro con una Ceci que intenta ocultarse en la oscuridad de la banqueta, alejada del farol que ilumina la entrada de la casa de Damián.

—No sabía que ya estabas aquí —digo sosteniendo el cigarro entre mis dedos, ella al notarlo saca un encendedor de su chaqueta y me lo da.

—Tienes que apurarte —dice mientras yo enciendo el cigarro, parece nerviosa—. No puedo tardarme mucho acá.

—¿Dónde está Fred?

—Con los chicos, ya vienen en camino. Ve a hacer lo tuyo.

Me apremia con un ademán de su mano y decido obedecer. Hace un viento frío, estoy nerviosa y no quiero seguir junto a Ceci, así que vuelvo a la entrada. Aspiro el cigarro y entro mientras meto mi mano libre en el bolsillo de mi chaqueta. Allí está la bolsita de plástico con las pastillas machacadas.

Me detengo en la sala. Un enorme televisor en silencio muestra las imágenes de un vídeo de Nicki Minaj mientras que en el estéreo de grandes cornetas suena ahora una canción de Skrillex. En frente del televisor hay un sofá que a la vista parece muy cómodo, y en él están las doble letras, las amigas de Nicole. Me pregunto qué estará haciendo Nicole a estas horas de las noches. Supongo que estará durmiendo, o quizás esté llorando en su habitación, viendo las fotos en su celular que se ha tomado con sus amigas aquella vez que fueron por un helado al centro comercial.

Vayas amigas, pienso mientras me doy la vuelta. Su mejor amiga está pasando por un momento terrible y ellas están allí, bebiendo cerveza, coqueteando con chicos y olvidando por completo a esa con la que alguna vez vieron una película de Brad Pitt.

Olvido a las doble letras y a Nicole, y me dispongo a encontrar a Damián. En el trayecto me topo con todo tipo de adolescente. Los que charlan a gritos en una esquina para hacerse escuchar por sobre la música, la pareja ebria que se besa con intensidad cerca de la puerta de entrada. Los que bailan en la sala, tropezándose con las sillas del comedor que son amontonadas contra la pared.

Damián está en la cocina. Él y dos chicos están llenado la nevera con cervezas de lata y es cuando veo el enorme fallo en el plan de Ceci. ¿Cómo voy a echar el polvo dentro de una lata? Es terriblemente complicado y existe el enorme riesgo de que Damián lo note. No tengo mucho tiempo para dedicarle a ese pensamiento, Damián me ve y sus ojos así como su boca se abren con enorme sorpresa.

—Ey, jamás imaginé que de verdad vendrías. Bruno está en el patio —dice con lo que me parece es ebria alegría, y como si yo hubiera preguntado por Bruno.

—¿Que hace allí? —pregunto mientras Damián sacaba una lata del six pack y me la tiende—. ¿Compadeciéndose de sí mismo?

—Vaya, que ruda. Me gusta. Además creo que tienes razón, desde lo que pasó con los carteles ha estado de muy malhumor.

Le doy un trago a la cerveza y veo el cigarro en mi otra mano. Recuerdo la papeleta plástica y el incidente con Bruno que yo he provocado. Pienso en Fred, en Nicole, en mis padres y me pregunto, ¿qué rayos está pasando conmigo?

—¿Y bien, chica muda? —dice entonces, para luego beberse un trago de su lata de cerveza—. ¿Es la primera vez que asistes a una fiesta? —Hace un ademán con la cabeza y agrega—. Quiero decir, los aburridos intentos de diversión del instituto no cuentan. —Aspiro del cigarro para darme tiempo, tengo muchas cosas en la cabeza y siento que todo a mí alrededor comienza a dar vueltas.

—Sí, podría decirse. —Me freno y miro tras de mí, acción que al parecer Damián encuentra divertida, pues sonríe y pregunta si pasa algo, le digo que no aunque estoy mintiendo, pues eso ha vuelto, esa presencia que se presenta cuando menos lo espero y ahora está allí, queriendo hacerse escuchar por sobre una canción de rap.

—Ay no

Veo como el rostro de Damián se contorsiona en molestia mientras ve hacia la nevera. Revira los ojos y le da un trago a la lata de cerveza, luego la deja con un golpe sordo sobre la encimera y se vuelve hacia el refrigerador en donde uno de sus amigos intenta comerse lo que a simple vista parece un muy delicioso pastel de chocolate. Y entonces no solo veo mi oportunidad, sino que aquella presencia se hace oír. Lo escucho claramente: «Hazlo ahora.» Y lo hago.

Saco la papeleta de plástico y vacío el polvo en mi propia cerveza, la meneo solo un poco, batirla con mucho vigor solo hubiera hecho que votara espuma, y luego, tan solo unos segundos antes de que él se vuelva, cambio su lata de cerveza por la mía, corrompida por el secreto de Ceci. Y él la toma y yo le veo, y sonrío. Está hecho, Damián lo bebe y yo me siento bastante bien con ello.

Por otro lado, está el hecho de que al parecer Damián ha perdido su interés en mí, el único motivo por el que vuelve su vista hacia mi dirección, es por su cerveza, pues una vez le da un par de tragos, se gira de nuevo hacia la nevera para reñir con su amigo que ha hecho del bello pastel de chocolate, una masacre de pedazos salvajemente picados.

Me encamino hacia la salida y hago señas desde una ventana, pues sé que ella está por allí. No tarda demasiado, Ceci hace aparición en el interior de la casa, con un par de chicos tras de sí.

—¿Listo? —pregunta agitada.

—Sí, está en la cocina.

—Bien.

Ella entra seguida por sus chicos, salvo que yo detengo al último de ellos. Lo tomo por el brazo y lo veo a los ojos a través de la poca iluminación que existe en la casa. Hay un segundo de silencio en el que acaba una canción y comienza otra; Calvin Harris y John Newman suenan.

—¿Que le van a hacer? —pregunto y Fred ladea la cabeza.

—Nada de otro mundo.

—¿Por qué tienes que participar tú? —Él esboza una sonrisa, muy amplia y tranquilizadora y con simpleza dice.

—«Culpa a la noche, no me culpes a mí.»

Entonces me deja un beso en la frente y se va tras sus amigos y no lo detengo. Cuando les vuelvo a ver, es un par de minutos después. Ceci sube con Damián las escaleras y si bien no está desmayado, no se ve en sus plenas facultades. Por supuesto nadie lo nota, la mayoría está muy ocupado bebiendo cerveza, o bailando, o besándose en el sofá. Luego veo a los chicos subir tras de ella y es cuando decido que necesito una cerveza y aire libre. Solo que olvido lo que Damián menciona se encuentra en el patio trasero y, cuando llego allí, me encuentro con un Bruno que sentado sobre una silla de madera, contempla una noche serena mientras bebe tequila.

Digamos que no es precisamente lo que deseo ver aquella noche.


Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora