Quebrando las máscaras

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CAPÍTULO 33: QUEBRANDO LAS MÁSCARAS

Bajar del coche tomando su mano se le antojó tan cotidiano que por un instante todo su mundo se tambaleó. Irene clavó su mirada oscura en los ojos claros de Inés, esta le sonreía dulcemente, sujetaba su mano con firmeza, sus cabellos castañps despeinados por el viento como signo propio de identidad, Inés en toda su esencia, en todo su esplendor.

Sus ojos se humedecieron sin llegar a soltar las lágrimas, un suspiro se escapó de sus labios mientras, de la mano de la mujer que amaba, comenzaba a caminar hacia su portal, recordando una vez más sin pretenderlo el accidente, la oscuridad, el metálico sabor de la sangre y el frío glaciar de la muerte sobre ella, el pánico que se ancló a sus huesos, perder a todos aquellos que amaba, perder a Kathe, perder a Inés...

Recordar a Kathe la entristeció, había salido del hospital en medio de la jornada escolar de su hija, no la vería hasta las tres de la tarde y una punzada de añoranza se alojó en su vientre, mientras apretaba con fuerza la mano de Inés.

La joven escritora se detuvo en la puerta, tomándola por la cintura y besando sus labios con sed infinita, un beso suave y dulce, un beso que la obligó a cerrar los ojos y dejarse arrastras por el remolino de emociones que Inés despertaba en ella con cada roce, con cada toque, con su sola presencia.

Tras unos instantes cortó el dulce contacto, dibujando con sus dedos los labios de Irene y sonriendo, susurrando con ternura en la comisura, besando con cariño la cicatriz tan característica de su morena que la enloquecía.

-Bienvenida a casa Ire.

Sin pronunciar palabra, abrió la puerta y permitió que la morena entrase en primer lugar, saboreando la alegría de volver al hogar tras tanto tiempo en una cama de hospital. El viaje en ascensor se dio entre besos largos, risas y miradas cargadas de cariño y afecto. Irene constató que a Inés le temblaban las manos, le fallaba la voz y que por un instante parecía aterrada, tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarla a los ojos y regalándole una sonrisa dulce y tranquilizadora.

-¿Qué ocurre Inés?

-Nada.

-Te conozco Inés Arrimadas ¿Qué te ocurre?

-Por un momento creí que te perdería, ahora estás aquí conmigo y solo sé que no quiero perderte, que quiero estar contigo.

Irene no pronunció palabra, sus sentimientos eran suyos y apenas los compartía, depositó un beso suave en los labios de esa joven escritora que había puesto su mundo de cabeza y volvió a tomar su mano, sabía perfectamente que ese gesto tan suyo, tan efímero y a la vez fuerte, bastaba para que Inés dejase de temer.

Las puertas del ascensor se abrieron y con prisa se encaminó a la puerta de su casa, impaciente, mientras Inés entre risas giraba la llave en la cerradura y abriéndola, penetrando ambas en el lugar. Nada más entrar al recibidor, el grito atronador e infantil de su hija llegó a sus oídos mientras su correteo retumbaba por toda la casa y su maraña de cabellos castaños se lanzaba a sus brazos. La carcajada cristalina de Inés hizo sombra al rostro estupefacto de Irene, con su hija en sus brazos, hablando sin parar de lo feliz que se sentía la verla en casa. Cuando por fin ancló los pies en el suelo y pudo encajar dos pensamientos coherentes, bajó a su hija y fusiló a Inés con la mirada.

-¿Por qué no está en la escuela? Tiene clase Inés y ¿Quién la estaba cuidando?

La castaña alzó los brazos como signo de rendición mientras buscaba las palabras indicadas, hasta que Kathe rompió el silencio aferrándose a la pierna de su madre.

-Fue idea mía mamá, no quise ir al colegio, quería esperarte y darte una sorpresa, la abuela está en la cocina, no es culpa de mami ella se negó pero la convencí.

Tras las huellas de tu nombreWhere stories live. Discover now