La entrevista

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CAPÍTULO 4: LA ENTREVISTA

El sonido metálico de las llaves contra la madera, al caer a desgana, rompiendo el silencio sepulcral de ese gran apartamento, seguido de un suspiro, gesto de cansancio tras un largo día. Trabajaba sin descanso, su mánager concertaba entrevistas, firmas, eventos y ella no podía negarse, al fin y al cabo vivía un sueño hecho realidad, un sueño peligroso, un sueño que podía volverse el peor de sus monstruos en cuestión de segundos.

Sus ojos cansados, acostumbrados a la soledad y la oscuridad, escrutaron las vistas de aquella ciudad, la misma que la vio nacer y a la que había vuelto, mas que por nostalgia movida por el deseo imperturbable de anclar sus raíces, de pertenecer a alguna parte, de ser recordada una vez su vida se escapase entre sus manos.

Llevaba las cartas que había recogido diligentemente en su buzón, pasándolas sin prestar la más mínima atención, entre facturas y avisos había alguna escrita por algún admirado, estas las leí con cariño y agradeciendo que sus lectores se tomaran un minuto de su tiempo en escribirle, le animaba a seguir trabajando para crear ilusión con sus palabras.

Tiró los sobres sobre una mesita y se dejó caer sobre el sillón, aun no había encendido la luz, en las tinieblas se sentía a salvo, protegida por las sombras y la oscuridad. Encendió la televisión y se acomodó dispuesta a dormirse con el sonido de dicho aparato de fondo, le relajaba, le ayudaba a no pensar en nada, a apagar su mente y dejar que se llenase de ideas, de colores majestuosos sobre un lienzo que más tarde transformaría en palabras.

El televisor pantalla plana le devolvió al imagen de una mujer, sus ojos captaron su atención en un momento y subió el volumen para escuchar lo que fuese que estuviera diciendo, eran del color del chocolate, penetrantes, eran los ojos más bonitos que había visto en toda su vida.

La mujer hablaba sobre balances económicos y la repercusión de la caída de la bolsa en los hogares humildes de Nueva York, mas ella no escuchaba, no podía dejar de mirarla, fascinada, su voz le llegaba nítida aunque no prestaba atención a sus palabras sino a su tono, dejándose envolver por la calidez que esta le regalaba.

El reportaje finalizó con un último adiós de la joven reportera, un adiós y un nombre, Irene, Irene Montero.

Apagó el televisor, aun conmocionada por el extraño efecto que había tenido sobre ella esa mujer, hacía años que una coraza de piedra fue construida alrededor de su alma, se obligó a no sentir para no sufrir y en un instante sus barreras se habían tambaleado, solo unos segundos, lo suficiente para que la joven escritora sintiese la necesidad de conocer a Irene Montero.

Cogió su teléfono y llamó a su mánager, sin saber muy bien qué estaba haciendo, solo sabía que concedería una entrevista más pero esta vez ella elegiría a la periodista.

Tras unos segundos, la voz de Andrea resonó al otro lado de la línea, vivaracha como siempre su mánager parecía no necesitar el descanso.

-Inés ¿Qué ocurre? No sueles llamarme pasadas las diez.

-¿Conoces a Irene Montero?

-Sí, a veces miro sus reportajes por televisión ¿Por qué?

-¿Puedes concertar una entrevista con ella?

-Bueno, su cadena no suele llevar prensa rosa ni publicitar novelas Inés, no sé si estarán interesados.

-Consíguela, por favor.

-Está bien, dame unos días.

-Consíguela para el lunes.

Sin decir más colgó, sabía que los imposibles no entraban en el vocabulario de Andrea y que su pequeño capricho sería concedido. Al cabo de una hora su teléfono sonó avisándole de que su mánager tenía noticias, efectivamente había conseguido la entrevista pero con la condición de que fuese la cadena quien escogiese las preguntas, así estarían dentro de la línea de programación que acostumbraban a emitir.

Tras las huellas de tu nombreWhere stories live. Discover now