Hilos del destino

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CAPÍTULO 14: HILOS DEL DESTINO

La noche había transcurrido volando, sin darse cuenta tenían que separarse aunque ninguna de las dos lo deseaba. Frente a su portal, los ojos otoñales de Inés, fijos en ella, sus manos enlazadas y sus corazones palpitando al mismo compás, sin decir una sola palabra ya que romper ese mágico silencio sería una aberración. Frente al portal eran eternas, su choque de miradas, sus sonrisas, su leve contacto y la urgencia de volver a unir los labios, un nuevo beso que se hacía esperar puesto que la vergüenza había hecho aparición al igual que el rubor en ambas mejillas y la luz en sus miradas.

Una ráfaga de viento helado las devolvió a la tierra antes de lo previsto, el tiempo volvió a correr puesto que para ellas se había detenido y con una sonrisa triste llegó el momento de un adiós. Irene iba a hablar, las palabras estaban en su garganta luchando por salir, cuando Inés se le adelantó rompiendo toda distancia entre sus labios una vez más. No era un beso furioso ni pasional, era tímido y dulce, como el primero que le había robado, casto, sin ir más allá, simplemente disfrutando y saboreando la sensación de descubrir que sus labios encajaban a la perfección, que como un hilo del destino sus vidas estaban irremediablemente entrelazadas, al igual que sus manos.

Tras cortar ese leve contacto, tan cerca que podía bailar con su aliento y con sonrisas idénticas en los labios se miraban a los ojos sabiendo que todo había cambiado, sin entender muy bien en qué momento y por qué, preguntas sin respuesta sin importancia alguna pues qué más daba el por qué si sus corazones gritaban que estaban en casa.

Con una tibia caricia en su mejilla, deslizando las yemas de sus dedos por su contorno, los ojos de Inés se clavaron en la inmensidad color café de Irene, sintiendo como el estómago se le encogía y despertaba en un millar de sensaciones para ella desconocidas y a la par demasiado agradables, a pesar de que era el momento del adiós.

-Debo marcharme, es tarde y no quiero que cojas frío.

-¿Vas a llamarme? ¿Cuándo llegues a casa?

-En cuanto cierre la puerta del apartamento, mejor en cuanto llegue al garaje.

Un nuevo beso, más breve que el anterior, y el dulce contacto de ambas manos mezcladas entre sí se rompió al tener que separarse. Irene vio la silueta de Inés perderse en dirección a su vehículo, la vio girarse un par de veces, verificando que ella estaba ahí y que no había desaparecido, la observó como andaba dando pequeños saltitos de vez en cuando, esa forma tan característica que tenía de moverse tan acorde a su personalidad, llevando sin inmutarse sus dedos a sus labios donde el dulce sabor de Inés seguía impregnado, notando el rubor de sus mejillas y la tenue sonrisa que no desaparecía de su rostro.

En cuanto el cacharro que Inés tenía como vehículo desapareció de su visión, jugueteó con las llaves de su apartamento sin atinar con la cerradura, perdida como estaba en sus propios pensamientos y sobre todo en la dulce sensación de besar los labios de Inés.

Cuando por fin entró en su apartamento, se quitó los zapatos sin hacer ruido y, automáticamente se dirigió a su habitación sonriendo en el acto al ver a Kathe apaciblemente dormida ocupando toda su cama en diagonal, con sus cabellos desperdigados por su almohada y su leve respiración acompasada como único sonido perceptible en el lugar.

Dejó los tacones y se dirigió a la salita donde Mery la esperaba, esta vez despierta y mirándola de forma inquisitiva.

Sin pronunciar palabra se sentó a su lado, fijando sus ojos en la pantalla de la televisión donde bailaban los dibujos animados sin sonido ya que el aparato estaba sin volumen. Finalmente, Mery apartó un mechón de pelo oscuro del rostro de su amiga y, con una sonrisa, se atrevió a preguntar por qué sus ojos brillaban de esa manera tan inusual.

-¿Cómo fue? ¿Esta vez no salió corriendo?

-¿Crees en el destino?

-Depende de lo que entiendas por destino.

-Ella y yo éramos completas desconocidas y de pronto me ve en televisión, yo la veo a ella en el mismo aparato y las dos nos miramos un poco más de la cuenta, algo llama nuestra atención... Una simple mirada, ni siquiera en persona y nuestros destinos se entrelazaron, ella me buscó yo la seguí y esta noche me ha besado...

-¿Que ha hecho qué?

-Me ha besado, durante la cena y aquí abajo, en el portal.

-¿Y tú que sientes?

-Un remolino o un volcán, no lo sé con claridad.

-¿Te gustó que lo hiciera?

-Me pareció tierno, adorable y me hizo sentir que podía flotar.

-¿Qué vas a hacer Ire? Tu madre te va a matar.

-Mi madre me da bien igual, y en cuanto a lo que voy a hacer es simple, no precipitarme y dejar que el destino siga tejiendo sus hilos.

Ambas se quedaron en silencio unos instantes, silencio roto por la vibración de su teléfono avisándole de una llamada entrante. Irene miró a su amiga al ver quién le estaba llamando y esta entendió que quería estar sola para contestar, por lo que besando su mejilla se despidió y se marchó mientras Irene descolgaba el teléfono con una sonrisa en sus labios.

-¿Ya has llegado a casa? Que pronto

-No había tráfico a estas horas ¿Cómo estás?

-A punto de reunirme con mi hija en el mundo de los sueños ¿Y tú?

-También me voy a ir ya a dormir, pero antes quería escucharte una vez más.

-Me has escuchado toda la noche.

-Lo sé, pero no me has dado las buenas noches.

-¿Por qué debería hacerlo?

-Para espantar a las pesadillas... Tu voz tiene esa magnífica cualidad, pone el suelo bajo mis pies.

-Eso es muy bonito... creo que la madrugada te afecta, vete a dormir.

-Ahora me voy pero quería preguntarte algo.

-Dime.

-¿Puedes hacerme un hueco esta semana? Quiero enseñarte algo, un lugar importante para mí.

-Claro, todos los que quieras, buenas noches Inés, dulces sueños.

-Dulces sueños para ti también.

Colgó y se levantó del sofá perezosamente para desvestirse y meterse en la cama. Tras ponerse su camisa de dormir y apartar a Kathe con suavidad, se metió entre las sábanas recibiendo automáticamente el abrazo de su pequeña.

Se empezó a preguntar qué querría enseñarle Inés, a agradecer que se abriera a ella de esa manera y, sin pretenderlo, pensó en el sabor de sus labios, en lo dulce que había sido, su estratagema para robarle un beso, sus ojos de otoño brillando cargados de vida mientras una sonrisa adornaba su rostro.

El destino estaba jugando sus cartas y ella lo sabía, no quería pensar en las consecuencias, en qué iban a pensar en su familia al saber que irremediablemente se sentía traída por una mujer, que después de tantos años peleando en contra del amor y de las relaciones personales, centrándose únicamente en su hija, una extraña había aparecido de la nada poniendo patas arriba su mundo, colándose en su interior y cambiándola por completo.

Despacio, esquivando obstáculos cuando estos se presentaran y no antes, sin querer adelantarse a lo que fuese que el destino tenía preparado para ambas, pensaba continuar descubriendo los rincones oscuros del alma de Inés, recomponiéndola siempre que pudiera, la dejaría entrar en su vida de forma pausada y con paso seguro.

Se durmió sonriendo, sintiendo el calor de su hija justo a su lado y pensando en lo curioso que era el destino y como iba entretejiendo sus hilos, pensando en su mano entrelazada con la de Inés, en la sensación de bienestar y seguridad que ambas tenían. Se durmió con una sonrisa pensando por última vez en ese beso robado y en cómo, sin quererlo, había cambiado todo por completo e, irónicamente, en la extraña felicidad adherida a su pecho al pensar que junto a Inés estaban construyendo una hermosa historia.

Continuará...

Se que dije que solo dos, pero me aburro jajaja.

Tras las huellas de tu nombreWhere stories live. Discover now