Su voz desde la sombra

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CAPÍTULO 31: SU VOZ DESDE LA SOMBRA

Con un suspiro que liberó un resquicio del peso sobre sus espaldas, Irene subió a su coche y arrancó, viendo por el retrovisor la maraña de cabellos castaños de Inés, esperando paciente a que su vehículo desapareciera en dirección a Philadelphia. Sin pretenderlo, una sonrisa nació en sus labios, aun con el dulce sabor de su beso de despedida y la perspectiva de pasar lejos una semana se le antojaba insoportable. Se había despedido de Kathe en la escuela y le dolía la certeza de que en unas horas no sería ella quien la recogiese sino Inés, confiaba en la castaña, sabía que quería a Kathe y que iba a protegerla y cuidarla, mas por primera vez en seis años se ausentaba y la dejaba atrás. Maldecía su suerte, maldecía no haber podido decir no a ese reportaje en otro estado, sabía que sus escapadas y sus retrasos por motivos personales la dejaban en posición de no poder discutir, acompañaría a Gen le gustase o no.

La imagen de Inés en su retrovisor hacia ya rato que había desaparecido, la música resonaba dentro del vehículo y ella conducía, cantando y evitando pensar en la larga semana que tenía por delante, en lo mucho que iba a echar de menos a su pequeña, lo mucho que iba a extrañar a la loca de Inés Arrimadas.

Sin gran inconveniente, el viaje llegó a su fin, Philadelphia se extendía ante ella tan gris y sombría como la recordaba de viajes anteriores. Aparcó con gracilidad junto a la furgoneta de su equipo, bajando del vehículo y dirigiéndose al resto de sus compañeros mientras se colocaba la identificación de prensa puesto que debían cubrir uno de los acontecimientos más importantes que se daban en esa ciudad en años, la caída de una de las mafias más peligrosas y violentas de la zona.

El juicio de uno de los legendarios capos de la mafia italiana tenía lugar durante esa semana y ella, junto a su equipo, debía seguir cada noticia y cada acontecimiento para informar sobre ello en Nueva York. Con el micrófono ya colocado, cabellos perfectamente arreglados y la mejor de sus sonrisas, esa que solo guardaba para la cámara y arrebataba la razón a los miles de espectadores que seguían con ansia sus reportajes, dio el pase a Gen que encendió dicho aparato, dando por iniciada la jornada, la primera de muchas en ese ciudad extraña, la primera de un viaje que iba a cambiarle la vida.

Iban pasando los días, trabajaba hasta quedar desfallecida, a un ritmo frenético siguiendo esos juicios, peleándose con el resto de periodistas para conseguir una buena toma o una exclusiva y, llegando al hostal donde se hospedaba para lanzarse hacia su teléfono y llamar a Inés, llamar a su casa.

Fue entonces cuando se dio cuenta del efecto sedante que tenía la voz de Inés sobre ella, como la calmaba, le dibujaba una sonrisa en el rostro y le devolvía un poco las fuerzas dejadas en su trabajo.

Su hija e Inés, sus dos castañas, las dos personas que sin pretenderlo le habían enseñado a sentir amor una vez más, esa llamada de teléfono, siempre a la misma hora, se convirtió en su talismán y su deseo por terminar cuanto antes y volver a casa crecía cada vez más.

Cuando por fin llegó el final de esa semana infernal, tras revisar todo el material que habían recogido y darlo por bueno, se despidió de Gen y del resto del equipo con prisa, subiendo a su coche y poniendo rumbo a Nueva York, si todo iba bien y sus previsiones se cumplían llegaría a casa justo a tiempo para dejar la maleta y recoger a su Kathe en el apartamento de Inés, pasando así un momento junto a ella.

No apartaba la vista de la carretera a pesar de su agotamiento, quería llegar a casa, quería ver a su pequeña familia, quería besar a Inés y abrazar a Kathe, mas toda la precaución del mundo fue poca, entrando a Nueva York un coche se saltó un semáforo arrollándola sin poder evitarlo, sin llegar a entender qué estaba pasando, su mundo se volvió negro, escuchando a lo lejos los gritos de aquellos que presenciaron el accidente mientras ella se desvanecía con el nombre de Inés y el de Kathe en sus labios.

***

Frío, sentía frío en el abismo, la oscuridad la rodeaba por doquier, no era capaz de ver nada, intentaba llevar sus manos a su rostro mas estas no respondían, no entendía qué le había ocurrido, dónde se encontraba, porque todo era negro a su alrededor y el único sonido que llegaba a ella era el pitido atronador de una máquina que acabaría enloqueciéndola.

No supo si habían pasado horas, segundo o días, cuándo el olor dulzón de las rosas blancas llegó a su limbo oscuro, inundando cada sentido y el horrible pitido quedó eclipsado por un susurro, el susurro de una voz que conocía muy bien, la voz de Inés, contándole cualquier tontería, no podía comprenderla pero notaba vivo su corazón, su mente se aferró a la cordura, Inés estaba con ella en algún lugar, Inés la traería de vuelta a la realidad.

Empezó a acostumbrarse a la oscuridad, el frío se había desvanecido y esperaba ansiosa esos momentos en los que Inés y Kathe le hablaban, en los que sus voces le recordaban que seguía viva, esas voces le llegaban nítidas, arrolladoras, a pesar de que de vez en cuando podía escuchar a su madre, a su padre incluso a Mery o a Tam, Inés y Kathe provocaban en ella el deseo de abrir los ojos, de verlas a su lado, de fundirse con ellas en un abrazo.

Día tras día su alma lidiaba con el entusiasmo impulsivo de su pequeña, hablándole como si pudiese responder, lo intentaba con todas sus fuerzas pero su voz no salía de su garganta, podía chillar pero no podía ser escuchada, lidiaba con la súplica ahogada, con la fuerza de Inés, asegurándole que volvería, tomando su mano con confianza ciega... Necesitaba volver, necesitaba volver con todas sus fuerzas. Dejarse morir era tan fácil, sumirse en la oscuridad donde el dolor ya no existía, donde solo la paz inundaría sus sentidos... mas no era una opción, estaba descartada, la muerte iba a separarla de lo mejor que tenía en la vida, de su Kathe, su hija, no iba a abandonarla.

E Inés, su dulce Inés, la joven niña atrapada en el cuerpo de una mujer, la muchacha cuyos ojos habían iniciado la más bella historia de casualidades, de destino entrelazando su telaraña, su Inés, impulsiva, infantil, magnifica y creativa, su Inés cuya alma gritaba más que sus palabras, no podía marcharse, tenía que poner nombre a cada una de las miradas de Inés, tenía que perderse entre sus brazos, tenía que enseñarle tantas cosas, como a ver que madurar no era un error, que podía doler pero era gratificante, tenía que tomar su mano, acompañarla por este duro camino, no podía marcharse, no ahora, no sabiendo que amaba a Inés por encima de todo.

Kath, su voz llegaba, le estaba leyendo uno de sus cuentos, podía sentirla tan cerca, podía sentir el cálido toque de su cuerpo, y de pronto el dolor punzante y un gemido ahogado, sin que un solo sonido saliera de sus labios. El negro pasó a gris y una pequeño rayo de luz, tenue, penetró en su oscuridad mientras sus parpados se abrían, enfrentándose a la realidad, una cama de hospital y el olor dulzón de las rosas, las mismas que Inés llevaba religiosamente, todo había sido real, no un mal sueño.

Los recuerdos del coche arrollándola llenaron su mente, el dolor, la agonía, el terror a perder a aquellos que amaba...

La voz de Kathe leyéndole, su cuerpo tibio pegado a ella, su aroma infantil, invadieron su mente desterrando cualquier idea de sangre y dolor, provocando en su rostro una sonrisa, estaba viva, estaba despierta y todo gracias a ese dulce sonido que llegaba a ella como un elixir, la voz de su pequeña, la voz de Inés, el amor que sentía por sus dos castañas la habían anclado a la cordura, la habían devuelto al mundo de los vivos, de la mano en medio de la oscuridad, guiándola y sin dejarla caer.

Esa voz desde la sombra, esa voz y el olor a rosas, volvió a abrir los ojos una vez más, enfocando como pudo el pequeño rostro de su hija, estaba tan hermosa, tan mayor, apenas podía moverse, estaba cansada, mas necesitaba tocarla, era real, estaba a su lado...

Alzó su mano, llamándola entre susurros, provocando que esta se asustase y clavase su mirada otoñal en ella, la misma mirada heredada de su madre, una sonrisa nació en el rostro de la pequeña y verbalizó en voz alta lo que a Irene le costaba admitir, estaba despierta, estaba viva y era el momento de empezar de nuevo.

Continuará...
No estoy llorando. Pista: Si

Tras las huellas de tu nombreWhere stories live. Discover now