Desde el principio

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CAPÍTULO 23: DESDE EL PRINCIPIO

Cuando finalmente el coche se detuvo frente al bloque de apartamentos donde vivía Irene, a Inés le pareció una eternidad desde la última vez que estuvo ahí. Eran cerca de las dos de la mañana y ambas estaban fatigadas, la castaña por su falta de sueño desmedida y la joven reportera por el gran viaje que había hecho en un solo día de ida y vuelta a Boston.

Paró el motor y soltó un suspiro, por fin estaba de vuelta a casa y con Inés a su lado, no sabía qué iba a deparar el futuro pero de algo estaba segura, no permitiría que la joven volviese a huir y si lo hacía se daría por vencida con ella.

Fijó sus ojos oscuros, cansados, en el rostro de la joven escritora, esta tenía la mirada fija en su portal, quizás rememorando la última vez que estuvo ahí, en una situación muy distinta. Sus manos seguían unidas y tuvo que cortar el contacto para bajar del vehículo, en cuanto Inés sintió la ausencia de los dedos de Irene enredados en los suyos la miró, como despertando de pronto de un sueño y rápidamente imitó a su compañera y salió del coche, cerrando la puerta con suavidad.

Ni una sola palabra salió de sus labios mientras Irene aseguraba el vehículo y emprendía el camino a su hogar, tuvo que alcanzarla a grandes zancadas mientras el único sonido que podía escucharse era el repiquetear de los tacones cobre la acera. Al llegar a su altura sujetó su brazo, con suavidad, obligándola a detenerse y a mirarla fijamente, visiblemente cansada y con ganas de llegar ya a su casa.

-Irene espera.

-¿A qué? El viaje ha sido largo, necesito llegar ya y acostarme Inés.

-Pero ¿Y yo? Es decir yo aquí ya no tengo mi apartamento y son las dos de la mañana.

-Lo había previsto señorita Arrimadas, mi sofá será apropiado, mañana ya podrá buscar un nuevo apartamento.

-¿Volvemos al señorita Arrimadas?

-Volvemos al principio de todo, esta vez espero que hagas las cosas bien.

Dando por zanjada la conversación, continuó con su camino seguida de cerca por la castaña que mantenía una lucha interna severa, por un lado comprendía a Irene y sus motivos para haber retrocedido mientras por otro lado tenerla tan cerca, sentir que su pulso se aceleraba sin poder detenerlo, sentir la necesidad imperiosa de unir sus labios, de volver a saborearlos la estaba desquiciando.

Una vez en el ascensor, sus dedos rozaron los de Irene, ansiando su contacto y para su gran dicha esta no la rechazó, sus miradas se cruzaron, cansadas, mientras Irene le regalaba una cálida sonrisa sin romper el sepulcral silencio, las palabras sobraban e Inés sabía que esa noche sería la primera noche sin pesadillas desde que había salido huyendo de Nueva York.

Ante la puerta de la morena, esta le hizo un gesto para que guardase silencio mientras se quitaba los zapatos y penetraba en su hogar, lo más sigilosa posible, era tarde y seguramente la pequeña Kathe estaría dormida.

El apartamento de Irene estaba tal y como lo recordaba, todo en su sitio, con algún juguete desperdigado que le daba un encanto especial al lugar. Inés siguió a la morena hasta el salón donde la vio despedirse de una mujer, seguramente la que se había quedado cuidando a Kathe. Era joven de cabellos castaños y ojos color miel, tras un abrazo y un beso en la mejilla que encendió sus celos como un volcán, la muchacha se despidió de Irene y pasó junto a ella con un tímido adiós, dejándolas solas y en silencio.

Tras unos segundos, Irene desapareció para volver al minuto cargando un almohadón y algunas mantas, dejándolas sobre el sofá donde Inés pasaría la noche, mientras la castaña, sin poder contenerse más, preguntó sobre la muchacha que hacía unos instantes estaba en ese salón.

Tras las huellas de tu nombreWhere stories live. Discover now