C A T O R C E

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Paso mi lengua sobre mis labios resecos, intentando humedecerlos, sin éxito alguno, mientras gotas de sudor bajan por mi rostro y espalda, haciendo escocer mi herida de bala. Sacudo la cabeza cual perro, ahuyentando el sudor, y conecto la mirada con mi padre, quien tira de sus cadenas en un vano intento de soltarse.

—Debiste irte cuando podías.

— ¿Y abandonar a mis hijos aquí? ¿Por quién me tomas?

—No lo sé, tal vez por el hombre que me ocultó nuestra naturaleza desde el inicio, eso y a las criaturas sobrenaturales que algún día iban a venir por nosotros. ­

— ¿En serio vas a recriminarme eso aquí, Lydia? ¿Justo en esta maldita situación?

— ¿Y cuándo sino? ¿Cuándo si has estado fingiendo tu muerte desde hace casi un año, papá?

—Ya, bueno, no todo es mi maldita culpa, también la es de tu madre y su estúpido amorío.

Pongo los ojos en blanco, fastidiada, y termino con la conversación, miro hacia la soldadura que mantiene a las cadenas sujetas al techo, y tiro con todas mis fuerzas hacia abajo, ignorando el dolor que ocasiona mi herida, hasta que finalmente uno de los clavos se suelta, grito internamente y arrastro con la punta de mi zapato dicho clavo hacia mí. Este pequeñín nos ayudará más tarde.

—Bien, Vadook, es hora de su castigo por su intento de escape. —Salto en mi lugar debido al susto que me provoca la repentina presencia del Alpha en la estancia y palidezco al ver la maldita batería de auto entre sus manos. —Y dado que hicieron que perdiera a mis otros tres Vadook, no seré gentil.

— ¿Alguna vez lo fuiste?—Inquiero en mofa, cosa que parece molestarle, pues conecta directamente los cables a una de mis cadenas. —Hey, no iba en serio. —Digo, temerosa, niega y masculla entre dientes lo estúpida que soy. —Espera. —Lo tengo antes de que comience nuestra tortura, me mira enarcando una ceja. — ¿Cuál es tu nombre?

— ¿Para qué quieres saberlo?

—Sería agradable tener un nombre al cual maldecir mientras me torturas, es todo. —Le doy mi mejor sonrisa compradora, él pone los ojos en blanco.

—Marcus. —Murmura y enciende su máquina infernal, mi cuerpo comienza a sacudirse al igual que el de mi padre, muerdo mi lengua accidentalmente y escupo hacia Marcus, dando de lleno en su mejilla.

—Es un placer. —Miento entre mis sacudidas antes de hacer lo de la vez anterior y dirigir toda la energía a mi cuerpo, mis músculos se tensan mientras mi piel se chamusca.

—Dya, no. —Murmura con debilidad mi padre, lo ignoro y sigo en mi faena.

—Esta vez no voy a detenerme, muñeca, es mejor que dejes eso. —Advierte Marcus, lo miro entre las rendijas que son mis ojos y también es ignorado. —Bien, como quieras. —Mueve algo de la batería y mi espalda se arquea con violencia ante la intensidad de las descargas.

Contengo un grito de dolor en estado puro y sigo sosteniendo las cadenas entre mis manos, como si eso pudiese disminuir mi dolencia. Todo mi cuerpo está en llamas y el sótano entero huele a carne quemada, una lágrima rueda por mi mejilla mientras la piel en mi torso comienza a quemarme y finalmente grito. Grito y pulverizo las cadenas que me quemaban, exceptuando las de mis muñecas. Caigo sobre mis rodillas, jadeante, dislocando los huesos de ambas muñecas, y las descargas se detienen, levanto la mirada y encuentro la mirada de ambos individuos masculinos en mí, mientras la batería carbonizada yace en las manos de Marcus. Punto para mí.

Le doy una última mirada triunfal a Marcus y me dejo arrastrar por el cansancio hacia los brazos de Morfeo, proporcionándole a mi cuerpo el descanso que necesita con urgencia para ahuyentar, aunque sea por un minuto, el intenso dolor que las quemaduras provocan en mí.

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora