--¿Cómo se llama tu tutor?

Apretó los labios y la fulminó con la mirada. ¿De verdad esperaba que contestase sus preguntas después de eso? Estaba demasiado furiosa como para tener miedo. La había tratado como una bruta, lo que confirmó la baja opinión que tenía del país.

Sin embargo, su silencio hizo que la capitana se inclinara hacia ella y dejara su cara a escasos centímetros, tras lo cual dijo en voz baja:

--No malinterpretes lo que está pasando, muchacha. Ahora eres mi prisionera y vas a contestar mis preguntas. Ya me arrepiento de haberte dejado eso—Le dio un tironcito indiferente a las cintas de la camisola—Pero se puede arreglar.

Siseó al escucharla. ¡Dios, y sería capaz! El miedo que había sido sustituido por la furia regresó con fuerza.

La capitana se alejó un poco para mirarla con detenimiento, y esos ojos verdes la examinaron a conciencia, prestos a percatarse del menor cambio en su expresión.  Ya no tenían nada de sensuales.  La tortura seguía siendo un método aceptable para sonsacarles información a los prisioneros en muchos países, y ese en concreto era menos ilustrado que la mayoría. ¿Habrían usado dicho método  con las otras impostoras? No, seguro que su padre no lo habría permitido… pero solo si se lo habían comunicado.

--¿Va a informarle a mi padre de mi presencia? ¿En algún momento? – preguntó de sopetón.

No obtuvo respuesta, hecho que reafirmó como ninguna otra cosa que solo ella era quien hacía las preguntas en esa celda. Aunque sí se movió para colocarse a su espalda. Eso debió de proporcionarle cierto alivio, ya que esos ojos ya no estarían clavados en su escaso atuendo, pero solo consiguió ponerla más nerviosa. En ese momento, sintió sus dedos deshaciéndole el recogido, a esas alturas bastante despeinado.

--¿Qué está…? –Levanto una mano para apartarla de su cabeza-- ¡Pare! No hay arma lo bastante pequeña como para esconderla en el pelo.

La capitana sostuvo delante de su cara una larga y afilada horquilla para el pelo.

--¿No?

Camila no se ruborizó, sino que insistió en su postura.

--Yo no lo considero un arma.

No obstante, tampoco hizo ademán de impedir que le quitara las demás horquillas. De hecho, agradeció que su largo pelo le cayera por el pecho, porque su camisola era tan fina que casi parecía transparente. Sin embargo, la capitana no apartó las manos cuando acabó. Sus dedos se movieron por su cuero cabelludo con demasiada sensualidad. Un escalofrío le recorrió la columna y la causa no era precisamente el frío que hacía en la celda.

Tanto así que la llevó a decir:

--Mi tutor es… Mathew Farmer. Lo llamo Poppie porque me ha criado. Creía que era mi tío, que mis padres murieron durante las guerras napoleónicas y que era el único pariente que me quedaba. Creía que éramos unos de tantos aristócratas extranjeros que habían huido a Inglaterra para escapar de las garras de Napoleón, que Poppie había luchado es esas mismas guerras. Sabía que éramos de Lubinia, pero nunca sospeché que mi vida entera fuera una gran mentira. Cuando cumplí los dieciocho años, Poppie no tenía la intención de contarme la verdad ni traerme de vuelta.

Esperaba que sus palabras hicieran que la capitana retomara el tema… y que le quitara las manos de encima, pero sus dedos seguían acariciándola cuando preguntó:

--¿Y por qué lo hizo?

--Porque se enteró de lo que estaba sucediendo aquí. Eso lo obligó a contármelo todo, aunque estaba seguro de que lo odiaría por ello.

Las reglas de la pasión - CamrenWhere stories live. Discover now