Capítulo 4

7.3K 403 33
                                    

Ya más relajado, Poppie repitió:

 --Siéntate, Camila. Apenas te he contado la mitad de las cosas y no pienso volver a repetir nada de esto. Tú me ayudaste a enterrar el pasado. Tú me libraste de las pesadillas. Tú me devolviste la humanidad. Mereces saber de lo que me salvaste.

Camila se sentó de nuevo muy despacio, pero solo porque estaba a punto de desmayarse. Y de vomitar. ¡Por Dios! Y ella que creía haber resuelto el dilema. Jamás había pensado que podía sorprenderse tanto por algo tan espantoso.

--Después de que mi hermano y yo perdiéramos nuestro hogar, fue una lucha constante. Nos marchamos a la ciudad, donde había mucho trabajo, pero descubrimos que nadie quería contratarme porque todavía no era un hombre. Sin embargo, logré seguir adelante aceptando tareas serviles hasta que un relojero me tomó como su aprendiz. Era un trabajo de precisión. Y me gustaba mucho más que trabajar en los viñedos. Además, me pagaba bien, así que logramos salir a flote. El relojero era un buen hombre que vivía solo con su única hija, una niña más pequeña que yo. Asi que me fue imposible no enamorarme de ella. Varios años después, accedió a ser mi esposa. Me sentí bendecido. Era la mujer más guapa que había visto en la vida, y me dio un hijo. Lo eran todo para mí. Eran mi vida entera. Y los perdí, junto a mi hermano, en un accidente absurdo.

--Lo siento. Susurró Camila.

Poppie no pareció escucharla, tan absorto como estaba en los recuerdos.

--Me sentía consumido por la ira. Y tal vez estuviera un poco desquiciado por las muertes tan dolorosas que habían sufrido. Murieron calcinados, atrapados en el carruaje que había volcado en unos de los fuegos que se encendían a los márgenes del camino para derretir el hielo. De haber volcado por completo, habría extinguido las llamas. Si la carreta que chocó contra ellos no hubiera estado tan cargada, el buey podría haberla apartado a tiempo, pero como no fue así, le resultó imposible escapar. Fue un accidente, pero el hombre que manejaba la carreta estaba borracho, de modo que también fue un accidente que jamás debió suceder. Por eso la rabia no me abandonaba, y por eso acabé buscando a ese hombre para matarlo. Pero su muerte no sirvió para aplacar mi rabia. Me habían arrebatado todo lo que era importante en mi vida. Y como no tenía nada que me ayudara a seguir viviendo, quise morir. De modo que busqué al hombre para el que trabajaba el conductor borracho y también lo maté. Quería que me atraparan, pero no lo lograron. No soportaba volver a ver a mi suegro, porque me recordaba a mi esposa, así que dejé de trabajar para él. En aquel entonces, estaba muerto de hambre y había gastado todo mi dinero en bebida para evitar recordar lo que había perdido. Y fue entonces cuando me enteré de que podían pagarme por lo que estaba haciendo.

¿Así era como se forjaba un asesino?, se preguntó Camila. Aunque Poppie no era un asesino. Llevaba toda la vida a su lado. Nada la había preparado para enfrentarse a lo que le estaba contando.

--¿Se merecían al menos la muerte las personas que te ordenaron matar?

--¿Lo merece alguien?

--Eso lo dices ahora, pero ¿y entonces?

--No, en aquel entonces hacía mi trabajo sin pensar y recogía el dinero. No me importaba. Pero sí, algunos lo merecían. Otros no, y, en cambio, los que merecían la muerte eran los que me pagaban. Sin embargo, valoraba mi vida tan poco como la de las personas que me enviaban a matar. Había muchos motivos para contratar a alguien como yo: política, venganza o simplemente por el afán de eliminar a un competidor de un negocio o a un enemigo. Pero yo no era el único que me dedicaba a eso, ni mucho menos. Si no aceptaba los encargos, habrían contratado a otro.

--Pero eso no es excusa. El destino podía haber querido otra cosa.

--Cierto. Convino él—Sin embargo, me agarraba constantemente a esa idea. Era bueno en mi trabajo. Era capaz de matar sin compasión. Mejor yo que un carnicero que disfrutara demasiado de lo que hacía. Me conocían como Rastibon, y mi fama bajo ese pseudónimo no tardó en crecer como la espuma.

Las reglas de la pasión - CamrenWhere stories live. Discover now