Capítulo 23. El último latido

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Llegué al Ateneo sumida en pensamientos culposos, había pasado una noche inquieta, atormentada, pensando en Ambar y en cómo me había dejado llevar por la furia, sin sopesar, hiriéndola de la peor manera.  Era un manojo de remordimientos, estaba decidida a hablar con ella y a pedirle disculpas. El resto ya no importaba, la verdad. Lo que había hecho superaba cualquier acto anterior. Había sido demasiado cruel, teniendo en cuenta todo lo que yo sabía y el endeble estado en el que estaba Ambar. Mi conducta había sido de las peores que podría recordar la humanidad; temía que fuera demasiado tarde, que el daño fuese irreversible.

Un extraño e inesperado silencio reinaba en los pasillos del colegio. Solo el eco de los murmullos al pasar acompañaba mis pasos. Un escalofrío me recorrió y de repente entendí que esto no era algo simplemente inusual, que aquí estaba ocurriendo algo más grande. Ví las caras que me rodeaban al acercarme al aula, en todas ellas había lágrimas, terror o espanto. Se me erizó la piel, me alarmé, algo definitivamente dramático estaba sucediendo o por suceder.

Abrí la puerta de la división atemorizada, anticipando la catástrofe. Lo peor en este instante  era la incertidumbre de no saber que algo tal vez inimaginable podría haber sucedido. El clima era el mismo que afuera, con la diferencia de que había un gran sector de sillas vacío. Cientos de pinchazos me hicieron dar un pequeño salto y casi caí al suelo en un vaivén de presión en mi cuerpo. Sacudí la cabeza intentando espabilarme para determinar con rapidez quienes eran los que faltaban. 

Mis ojos solo vieron su lugar vacío, era el de Ambar. Me electricé, sentí sacudirme entera, me percaté que tampoco lo estaba su grupo. De inmediato miré hacia mi sector, temblorosa y allí estaban todas mis amigas, que, como el resto tenían rastros de estupor en su rostro. Ya, totalmente mareada, la miré a Azul. Sus ojos traslucían un apagón interminable, colmados de un pigmento indescifrable.

Dejé mi mochila tambaleante ante la mirada de toda el aula y me senté junto a Azul, como siempre. La aflicción en su rostro me anticipó el castigo que solo yo iba a poder sentir.

  —¿Se puede saber que esta sucediendo aquí? —pregunté casi a gritos de los nervios. La sangre parecía congelarse dentro mío esperando lo peor.

Azul solo me me miró con el ceño mas afligido aún, como si hubiera algo que solo nosotras compartíamos y que nadie mas supiera.

    —¿No te enteraste?  —intervino desde atrás Valeria agitada.

Negué con la cabeza, Azul bajó la de ella. 

    —Ambar está internada... en estado delicado —completó Soledad con sigilo. Lautaro observaba la escena desde la fila paralela en un silencio espectral.

    —¿Queee? —grité casi sin voz. Mi estomago se revolvió, sentí nauseas. Vire la cabeza hacia ambos lados. Nadie podía creer que no lo supiera todavía.

  —¿Pero que le paso.... ? —pregunté con ojos desorbitados, intentando enlazar con los de Azul, conteniendo un mar de llanto que solo intensificó las náuseas.

El resto de las chicas se acercaron intentando generar una especie de fuerte humano para contener la versión de lo que se iba a decir.

    —Hay muchas versiones —agregó Valeria bajando el volúmen, —. La mas fuerte es que intentó suicidarse —. Se tapó la boca. Guille y Celina movieron la cabeza de un lado al otro. Azul frunció todavía mas el ceño como si fuera a caer algo sobre su cabeza.

  —¿Como? pero, no puede ser..... ¿porqué? —negué con la cabeza intentando atrapar todo el aire que pudiera. Aunque aquí solo yo sabía que era perfectamente posible. Sentí un puñal hundirse en mi pecho bien profundo.

 —Todos nos preguntamos lo mismo. La chica que lo tenía todo....—dijo Guille.

    —La encontraron en la bañera llena de cortes —terminó de explicar Valeria  secándose el sudor—.  Perdió mucha sangre, esta en peligro su vida... —culminó afligida. 

  Fue como escuchar la frase debajo del agua  

 —Fue unas horas después del partido —finalmente agregó Azul, sonando de ultratumba. Me miró con una seriedad no vista en ella.

Me tomé la cabeza, de repente me sentí mareada, aturdida, todo me daba vueltas, las nauseas me invadieron. No podía creer lo que estaba escuchando, pero era tristemente real y cierto. Lo que antes era culpa se convirtió en una daga mortal dentro mío. Era la responsable de lo que había sucedido, no había dudas. Azul seguía clavándome esos ojos, que ahora entendí, acusaban de algún modo.

 —Perdón me siento descompuesta. Esto es demasiado abrumador —dije tosiendo y salí del aula.

Me apoyé en la pared del pasillo, sentí que todo el mundo tambaleaba. Solo quería correr a su lado, pedirle perdón, gritarle a Dios que la salvara, que supiera era todo mi culpa. Me faltaba el aire, sin embargo logré salir del Ateneo. Estaba fresco, pero ardía, como en el mismo infierno. Sin pensarlo le pregunté tartamudeando a una de las preceptoras que estaba entrando la escuela si sabía en donde estaba internada Ambar. Lo sabía, estaba en el Hospital Zonal, seguramente todos lo sabían menos yo. 

¿Porque me había enterado recién?Siempre concentrada en mi hermético mundo. Me sentí la persona mas egoísta de la tierra.

Corrí, forzando toda mi energía y capacidades, traspirando a cada paso y llenándome de llanto, polvo y sudor a la vez. Nunca podría perdonarme mi maldad ya.  Ambar estaba en una situación endeble y le apunte con todas las balas. Al final, la única malvada todo este tiempo había sido yo. Siempre con la vara en la mano,¿quien me creía que era? con la moral tan alta para juzgar señalar a los demás, llena de prejuicios y estereotipos. 

Si hubiera tenido un poco de humanidad podría haber detenido mi propia bronca, podría haberme sacrificado alguna vez. Mi pecho ardía, los ojos parecían secarse con el viento a esa velocidad.

De repente, sentí que esta carrera era por su vida. Tenía que llegar pronto, lo más rápido que pudiera y lo lograría. Aceleré todavía mas, sacando fuerzas de donde no tenía. Debía llegar a decirle que me había equivocado de la peor manera, que no importaba lo que había sucedido, que la amaba y aunque me lastimara, ahí estaría, aún cuando se equivocase. 

Que daría mi vida por borrar ese minuto. Que daría mi vida por salvarla.

Pero no iba a ser posible. 

Después  de sentir mi brazo hecho fuego, después de la repentina perdida de aliento, después de escuchar mi corazón ahogarse en un océano solitario, ya no entraba ni una bocanada de aire, todo se detuvo, levité inmovilizada como un tronco inerte mientras caía al suelo sin ningún signo vital.

¿Me has escuchado? le pregunté a Dios antes de golpear contra el asfalto.

Las Chicas solo quieren divertirseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora