Capítulo 20. Crying

42 5 1
                                    


Había quedado pendiente una charla con Ambar. Estaba ansiosa, eran demasiadas las incógnitas y los dilemas que rondaban en mi mente por resolver. Habían pasado tan solo dos días desde aquella vez que me fui de su casa corriendo.

—¿Tenes planes para hoy a la noche? —preguntó Azul apoyándose como un angelito sobre el hombro de Lautaro. La luz hizo resplandecer la claridad de los ojos  de ambos ¡Parecían una pareja de publicidad! Se veían tan bonitos juntos; definitivamente eran mi dupla favorita.

Estábamos en el patio abierto del Ateneo. Era una de las pocas oportunidades en que salíamos; generalmente preferíamos quedarnos en el aula solos. Pero el día alardeaba un sol de primavera irresistible y no pudimos evitar salir como la gran mayoría.

—Sí —dije pensando en Ambar. Era hoy, esto no podía esperar mas, mi cabeza y corazón habrían de explotar de postergarlo un día más.

Ambos se quedaron congelados con la misma expresión esperando que agregue información.

—¡Bueno, me parece que hay alguien con sobredosis de Aghata Christie! —risoteo Luataro. Azul acompañó con una carcajada que sonó como la de un chimpancé bananero.

Lo  empujé y sonreí sin agregar nada.

—¡Mmm, yo creo saber donde esta esa cabecita!  —Lautaro picoteó mi cabeza con su índice. Le lancé una mirada silenciatoria. 

—Bueno, puede ser que el amor haya llegado finalmente a mi puerta —solté con cierta valentía, aunque no pude mirar a ninguno a los ojos.

—¡Nina! —exclamó Azul verdaderamente sorprendida. —¡Hay que sacarte todo con tirabuzón! —Me tomó de los hombros y la enlacé por unos segundos sin poder sostener la vista. 

Lautaro acataba con su mutismo.

—¿Y se puede saber quien es?—preguntó teatralizando.

—¡Por lo pronto no! Pero tengo que pedirte un favor.  —Le supliqué con las manos.

Me miró con una expectativa lúdica aunque sin anticipar nada.

—Necesito que me escribas algo lindo, —Ambos sonrieron con sorpresa—. Algo para esa persona especial.

Azul movió la cabeza hacia un costado intentado descifrar.

—¿Algo como qué? —frunció el ceño y esbozó una mini sonrisa.

—Algo... que hable de amor.

Bajé la vista. Me costaba mas hablar de esto que exponer sobre la teoría del big bang. 

—¡Aha! una poesía, una canción, algo así, ¿no? —preguntó siguiéndome con los ojos—. Aunque...no se si soy buena para el tema, el amor no sería lo mío... —. Subió los hombros al mismo tiempo que las cejas.  —Si tuviera que elegir una canción elegiría Crying de Aerosmith,—sonrió con ironía.—¡Lo mío es el melodrama!. —Rió.

Mi mente viajó a la terraza del Ateneo. Estaba claro que lo mío también.

  —Voy a leer la letra por las dudas...—dije acentuando la broma.  

—Voy a intentar dar lo mejor de mí... solo por vos.—me guiñó un ojo y sonrió cálida.

—Ok.

Lautaro me estampó un besotón a mí y después otro a Azul. 

Tomé mi beeper y escribí apurada: Hoy después de la escuela paso por tu casa y hablamos. De inmediato me contestó: Mejor otro día. Decidí insistir y tipee: A las 18hs estoy en tu casa.

No me contestó, pero estaba convencida en ir a resolverlo todo. Quería saber la exacta razón de su oscuro comportamiento, develar los misterios flotantes.  Necesitaba saber quien era la verdadera Ambar para poner en blanco lo nuestro.

Llegué a su casa con el corazón oscilante como si fuera un ovillo de sensaciones antagónicas. Temía, quería saber y a la vez borrar la oscuridad. Pero al mismo tiempo quería besarla de nuevo. 

Toqué el timbre, una vez con el dedo petrificado, nadie contestó y volví a hacerlo. La puerta se abrió a medias, Ambar asomó la cabeza sin terminar de abrir la puerta, como si me fuera a atender desde allí sin dejarme pasar. 

  —Te dije que no era un buen día.  —Miró con un leve nerviosisimo hacia adentro de la casa. Estaba extremadamente maquillada. Parecía tener pestañas postizas.

  —¡Es que tengo que saberlo, no puedo vivir sin saber que te pasa! —arremetí obviando el rechazo y mi orgullo. 

El ruido de un motor potente detuvo mi parlamento. 

—Está bien, Nina, pero hoy no. De verdad —suplicó con apuro mirando hacia la calle.

—No puedo tampoco seguir sin saber qué es lo nuestro —agregué con coraje.

 —¿Lo de ustedes? —Irrumpió una voz socarrona masculina por detrás y me sobresalté. Era Ignacio con su porte bruto. Quedé sin aliento y confundida por su presencia. Me sentí mal de repente, entre tonta y desorientada. 

 —¿Franco se suma? —Le preguntó con una sonrisa quitandose las gafas oscuras sin saludarme, como si fuera un florero. 

¿A qué se refería con sumar? Ambar solo negó con la cabeza y lo miró con algo de furia.  Él tomó la puerta y la abrió de par en par como si fuera el dueño de la casa. Ambar llevaba una minifalda  y un top blanco que dejaba al descubierto el abdomen atravesado por unos tiradores. Su aspecto era extremadamente provocativo. Un pinchazo de angustia me estrujó el corazón. Me sentía confundida con la situación.

  —¡Aha, Diosa! —exclamó al verla entera y le clavó sus manos en las nalgas de manera grosera—¡Por lo que veo, esto sí que va a valer la pena!—azuzó ronco ante mi visible desagrado.   

Ambar me miró sin saber que decir avergonzada. Yo no podía hablar, de repente sentía ganas de llorar. 

  —Traje todo lo que me pediste —aclaró sin saber a lo que refería. El rostro de Ambar estaba empezando a desencajarse. Lo miró otra vez con cierta furia contenida aunque sin dejar de sonreír.

Miré hacia el auto y solo pude ver botellones de distintos tamaños. La miré a Ambar con una decepción centenaria. Seguía petrificada por mi angustia, no me podía mover de ahí. 

  —Como verás, voy a estar ocupada —dijo con una frialdad que helaba con la rapidez de un micrón de segundo.

Ignació carcajeó pícaro. Se me revolvieron las tripas. Pero no me podía ir, era como si no tuviera fuerzas, defensas, ni neuronas que me sacaran de allí.  

  —Sabes que cada vez entiendo menos, ¿no me vas a contestar nada? —escupí triste frunciendo los labios. 

  —Franco, de verdad ¡no te pongas pesada! —protestó gélida. Estaba decidida a ahuyentarme.

La miré dolida y aunque tenía el orgullo pisoteado, machacado como polvo, no importaba, allí me quedé, aunque ya con la puerta cerrada en mi cara. Sentí un vacío inmenso, una soledad sin nombre, como si no fuera otra cosa mas que mis lágrimas ardientes y heladas al mismo tiempo. Como una brisa oceánica que traía furia y alivio desde la profundidad mas ancestral de mi mar interior.


Las Chicas solo quieren divertirseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora