Capítulo 11. Apodadora

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Cada vez que un aura de dramatismo se adueñaba del clima, Ambar, inmediatamente cambiaba de tema o tenía alguna salida humorística. Había asuntos muy herméticos que evidentemente no compartía con nadie. La tristeza la reservaba para sí misma. En ese punto me sentía tan identificada con ella. Eramos tan distintas, sin embargo en ese aspecto eramos iguales. No era capaz de compartir mis sentimientos mas íntimos con nadie, incluso me costaba verlos a mí misma. 

—Hablando de apodos, ¿querés que revele los de tu grupo? —aventuró con picardía intentando despejar su tristeza imperceptible. 

La verdad es que no estaba segura de poder soportarlo con hidalguía sin querer lanzar algo o enfrentarla, sin embargo acepté como una manera solapada de consolarla. Quería intentar animarla del algún modo aunque no pudiera decírselo.

 —Está bien, pero advierto que no me causa ninguna gracia —contesté y revolee los ojos. 

—Ok, vamos a ver si podes no reír. —Sus ojos chispearon.—Empecemos por Valeria: como sabrás le hemos dado mas de cien apodos...

Resoplé. Creo que era un buen momento para exponer mi posición en realidad.

—¿Por qué?  —gruñí y me tomé un mechón lacio —¿No es demasiado obvio lo de ustedes?.... molestar a alguien por algún defecto físico.

Resopló también y me clavó una de sus miradas intensas, de esas que me costaba sostener.

 —¡Nina....vamos! Es un clásico, vos lo sabes.... las cargadas son inevitables en la secundaria. El secreto está en saber las reglas. Hay que tener humor por sobre todas las cosas, sino perdés...

Era extraño, a veces no parecía una chica de 16, había temas que los tenía muy elaborados. Tenía razón, Valeria nunca se enojaba. 

Me relajé por un instante.

—Bueno, Lourdes es la que le puso Pokebola —hizo un gesto de lanzamiento y sonrió. 

La imagen se me vino a la mente y no pude dejar de esbozar una sonrisa, tenía cierta ternura el apodo. 

—Aunque los mas populares siguen siendo: Barney Gomez y Ursula (de la sirenita) —adelantó tapándose la boca para contener la carcajada esta vez. Tenía una risa estridente, escandalosa, desentonaba con su glamour habitual.

Abrí los ojos, mi nariz serruchó.  

—¿Barney Gomez? —solté y no pude contener mi propia carcajada. Me odié.—¡Eso sí que es ofensivo! —agregué intentando solemnidad. 

Se paró y se tiró sobre la cama rebotando de manera grácil. Era una cama doble sobre un cajón rústico de madera sin respaldo. El único decorado era el fondo también lleno de comics del cubrecamas y un peluche del hombre araña.    

 —Aunque para mí el mejor es "mamá e Noño"  —añadió y nuevamente soltó su risa sonora. No pude evitar atragantarme de la risa, lo hice sin parar, desvergonzadamente, las costillas me dolían y a la vez, me sentía tremendamente mal, me estaba riendo de mis propias amigas. Esto era reprochable ¿en qué me estaba convirtiendo?

—Ustedes sí que tienen un don para la maldad. —Solo pude decir ya intentando reponerme. 

Pero Ambar estaba empeñada en hacerme tentar. 

—Ok, ahora vamos al revés.—hizo una pausa suspensiva y aprovechó para recuperar el aliento— Te digo el apodo y tenés que adivinar—tomo todo su cabello para enrollarlo en un rodete y dejar al descubierto su rostro en forma de diamante.

Revolee los ojos, otra vez y fruncí los labios, aunque en el fondo no podía ocultar que me divertía. 

—¿Te suena Giggio, el topo?—. Sus ojos destellaron malicia.

Inmediatamente la imagen de Ana Clara vino a mi mente pero no quería reconocerlo.

 —Mmm,no, para nada —apreté los labios para no sonreír.

  —Y, ¿Sra. Spok? —dijo alzando una ceja y se tomó las orejas. 

¡Era verdad, eran radares los de Ana Clara!

Otra vez lo lograba, mi nariz serruchaba sin parar, ya no podía contener mas la risa.  

  —Por favor, ¡basta! es demasiado para mí.—dije agarrándome la panza.

 —Es que todavía no escuchaste el mejor, el de Celina.... Gargamel-A.—Sacó debajo de la cama una revista con una tira de los Pitufos y me mostró la cara del brujo Gargamel.

  —¡Nooooooo!  —grite avergonzada de la risa.  Debía reconocer que la escencia estaba, la misma nariz, las cejas, el gesto, hasta la voz podría decirse que sonaba igual.  La odié, de ahora en adelante no podría mirarla a los ojos a Celina sin ver la cara del monje.

Estas chicas tenían un don maldito, evidentemente se la pasaban haciendo esto.

—¿Y el mío? —pregunté con valentía. Creía que me merecía el castigo de saberlo por haberme reído tanto de los apodos de mis amigas.

 —A vos, ya sabés... simplemente te decimos Franco.  —entonó con seguridad sin dejar de sonreír, pero esta vez de una manera sugerente, como dejando entrever la ambigüedad de mi apodo.

 Me pregunté si ya estarían al tanto de mis intereses y gustos,  incluso si ella, que era tan observadora, ya se habría percatado de mis sentimientos hacia ella. Recordé la fiesta, el beso, su lengua. Me puse toda colorada de repente.

 —Pero podés quedarte tranquila,  —aventuró rápidamente ante mis colores  —¡Es porque te consideramos la dictadora de tu grupo!  —alzó una ceja y me miró cómplice solo para subir todavía mas mi temperatura interior y no saber en que lugar meterme. 

Estaba mas que claro que ella sabía todo lo que me sucedía, tal vez incluso mas que de lo que yo misma sabía.  

Las Chicas solo quieren divertirseWhere stories live. Discover now