—Válgame Gillian, ser de tu grupo de seguro me dará doble trabajo...

—Lo siento... es el polvillo... no sé... no puedo parar... —un nuevo ataque de estornudos la invadió.

—Vete, vete a la sala del té y comienza allí mientras yo sigo en esta parte... tendrás que acostumbrarte, porque la biblioteca es muy grande para una sola.

—Gracias Laura. —alcanzó a decir mientras los estornudos la alcanzaban nuevamente y de manera más estrepitosa.

Tomó la salida hacia la sala de té y se detuvo en el camino pues los estornudos no la dejaban ni respirar. Apoyó ambos brazos en la mesita con flores, en un intento de sujetarse y tomar fuerzas para recuperarse. Sus ojos ya irritados por el cansancio y la falta de sueño, comenzaron a soltar las lágrimas y cerró su boca conteniendo aquel estornudo tratando de que el aire volviera a ingresar y que se le pasara. Apretó su nariz y cerró sus ojos.

—¿Se encuentra bien? —La voz de Andrew la sorprendió por detrás y se volteó al tiempo que terminó lanzando el estornudo contenido de una manera sumamente estrepitosa, y sobre él específicamente.

Se quedó pasmado y ella con sus ojos bien abiertos, mientras que nuevos estornudos y aquel picor en su garganta amenazaba con generar una nueva catástrofe. Sus piernas temblaban en aquel segundo en el que se debatían entre pedirle mil disculpas y salir huyendo. Llevó su mano a su boca intentando contenerse y emitir alguna palabra.

—Lo- lo siento.

Fue lo único que pudo decir y salió huyendo de la sala hacia el jardín, tosiendo y estornudando.

Caminó rápidamente hacia el cerco de piedra e inspiró profundo aquel aire fresco y salado del mar.

Cerró sus ojos y contuvo su pecho para tranquilizar a sus pulmones. Sus ojos vertían infinidad de lágrimas y estaban tan rojos como su cabello.

«Hay Dios... sí que es guapo» se dijo mientras inspiraba y exhalaba lentamente por la nariz.

Luego de unos minutos, cuando pudo respirar con normalidad se volvió a mirar la casa, pensando en que finalmente parecía que no la había reconocido, de ser así, estaría parado allí mismo lanzándole sus pocas pertenencias para que se largara inmediatamente de su casa.

Retomó el camino y volvió a presentarse en la sala de té para hacer sus labores, agradeció no volver a encontrárselo por allí.

****

Andrew lavó su rostro que había quedado terriblemente, luego de aquel estornudo. Tomó la toalla y al secarse se quedó pensativo.

«Aquellos ojos, ese cabello... » Eran claros como el agua de una laguna y resaltaban en aquella piel clara, enmarcados por ese mar de puntitos que sobrevolaban su nariz y sus pómulos, haciendo de aquel rostro un paisaje hermoso con un cielo rojizo. «Son tan parecidos... No, no... no puede ser, es imposible» se dijo a si mismo totalmente convencido.

Se colocó el sombrero y fue hasta los establos a buscar a su caballo. Lo sacó fuera y le colocó la montura mientras acariciaba sus crines y su cuello.

—Vamos Macario... hoy tenemos trabajo.

Se montó y recorrieron todas las tierras que había comprado

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Se montó y recorrieron todas las tierras que había comprado. Eran amplias y bastas, aptas para la agricultura. Cuando las miró, mientras el sol les daba de lleno haciendo que el verde de la hierba fuera más refulgente, se sintió el hombre más afortunado. Tenía la hermosa casa, las extensas tierras frente al mar y en el sur de Inglaterra. Había cumplido su sueño, sólo le faltaba formar su hogar. Pensó en Julianne y sonrió al saber que faltaba tan poco para volverla a ver. Pediría su mano, no esperaría más.

Luego de varias horas, llegaron a las caballerizas

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Luego de varias horas, llegaron a las caballerizas. Dejó a Macario sin la montura y se tomó el tiempo se cepillarlo y darle de beber. Caminaba de regreso a la casa y Charles salió a su encuentro.

—Hey Andrew, pensé que iríamos juntos.

—Lo siento, salí temprano y no quise interrumpir tu descanso. No sabía si te apetecía andar en labores de campesino. —sonrieron.

—Sabes que sí...

Entraron a la casa y se sentaron en la sala.

—Las tierras son hermosas y se nota que serán productivas, pero necesito mano de obra, semillas, herramientas... —Charles asintió mientras bebía un poco de limonada.

Andrew hizo sonar la campanilla y Harriet apareció por allí.

—Sí señor.

Se volvió hacia ella y se detuvo un breve instante mirándola. «No es ella...» pensó mientras fruncía el ceño al darse cuenta que había estado esperando a la criada de los estornudos.

—¿Podría llamar a Robert?

—Sí señor, enseguida. —hizo una breve reverencia y salió.

—¿Qué te pasa?

—Nada... es que hoy me sucedió algo muy extraño y me quedé pensando en eso...

—¿Qué será?

—No me hagas caso... es mi mente que se empeña en engañarme. —sonrió divertido y Charles lo acompañó.

—Señor Vane, ¿me necesitaba?

—¿Ha podido conseguir el encargado para las caballerizas?

—Sí señor. Mañana  llegará del pueblo.

—Muy bien. Prepara la carreta porque a primera hora quiero ir a comprar las cosas que necesito y buscar trabajadores.

—Sí señor Vane. Sé perfectamente donde podrá encontrarlos.

—Entonces vendrás conmigo. —Robert asintió.

Una Segunda OportunidadOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz