Capítulo 8

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"Mira en tu propio corazón porque quien mira afuera, sueña, pero quien mira adentro, se despierta"

Jane Austen

Caminaron por una calle angosta para terminar subiendo a una carreta maltrecha.

—¿Cómo te llamas?

—Gillian... Gillian Ford. —dijo antes de pensarlo dos veces. Prefería empezar una vida distinta, nueva y lejos, pero realmente lejos de todo y todos los que conocían a Abigail Henderson.

—¿Tienes hambre?

—¡Sí señor! Mucha... —contestó rápidamente.

—Busca allí atrás, en el baúl.

Se fue detrás y rebuscó hasta dar con un trozo de pan y queso. Se sentó en el piso de la carreta como si aquello fuera el mejor manjar.

—Tranquila muchacha que el viaje es largo... —dijo el hombre al ver cómo se alimentaba.

Y así fue... las horas se hicieron largas, interminables, y su cuerpo estaba adolorido por el traqueteo del camino y por lo mal que había descansado los últimos días tendida en la calle. La carreta iba cargada de cosas y sus piernas entumecidas al llevarlas encogidas. Tardaron casi un día en llegar a una pequeña población al sur de Dorset, al lado del mar.

Cuando abrió sus ojos porque el sol de la tarde pegaba en ellos de lleno, la hierba verde y el mar golpeando en los acantilados la encantaron por completo. Suspiró profundo, no pudiendo creer lo que sus ojos veían.

Observaba a todos lados, cada detalle, grabando en su retina aquellos paisajes de ensueño

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Observaba a todos lados, cada detalle, grabando en su retina aquellos paisajes de ensueño. Los acantilados cubiertos de hierba verde, musgo y el mar con sus olas embrabecidas que golpeaban las rocas y arrastraban la arena. El sol se reflejaba en la silica de la playa,  dando pequeños destellos luminosos y haciendo de aquel lugar el cuadro más hermoso que Dios podía pintar. 

Avanzaron por el camino hasta llegar a la casa. Abigail se quedó por un instante sin aliento. Era bastante grande y muy antigua. Tenía vista al mar y estaba asentada en lo alto de un risco, donde avanzando un trecho, la separaba del mismo océano un alto acandilado. Alrededor, campos verdes llenos de hierba y árboles frondosos. «Abigail Henderson moriría si viviera aquí, tan lejos de los bailes y de Almack's, pero a Gillian Ford, le viene perfecto» pensó para sí misma.

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