Capítulo 21

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"Donde no puedas amar, no te demores"

Frida Kahlo

Gilbert golpeó a su puerta como cada mañana de la última semana para vaciar los orinales. Abrió sus ojos y acarició a Peludo que entornó levemente sus párpados y se dejó hacer cariño sobre las orejas.

—Descansa amigo... descansa, pero no te dejes ver, porque ahí sí que tendremos problemas con Gilbert.

Se puso uno de los vestidos que se había hecho, colocó su pañuelo en su cabello y fue hasta la cocina en busca de todo lo necesario, y allí se encontró con Harriet.

Se sentía mejor que el día anterior, donde tal vez, había sido solo el cansancio de tanto trabajo y del estrés que Gilbert transmitía ante la llegada de los huéspedes. Al menos eso es lo que quería pensar.

—Bien Gill, tú ve a la del señor Andrew, el señor Charles y de Lady Percy y su hija. Yo haré las otras ¿te parece? —Abi asintió.

Tomó las jarras y subió las escaleras. Comenzó por la habitación de Lady Percy que descansaba plácidamente en su cama con un ronquido espeluznante que la hizo sobresaltarse y a la vez, contener la risa. Salió de allí y encaminó hacia la de Julianne. Abrió despacio e ingresó con la jarra en su mano. La apoyó en la jofaina y se acercó a la cama en busca del orinal, se detuvo un instante y la contempló. Parecía un ser angelical con la luz del candelabro sobre su camisón de satén y su delicado cabello suelto apoyado cual seda sobre la almohada. Apretó sus ojos mientras sentía el claro impulso de verter todo el contenido del orinal directamente sobre ella. Aquel pensamiento la hizo sonreír, pues prefería eso a pensar que mientras ella dormía plácidamente en aquella cama, soñando con Andrew y su propuesta matrimonial, ella estaba en el puesto de criada.

Salió de allí lo más rápido que pudo, se detuvo en el pasillo y miró hacia la habitación de Andrew, pero finalmente decantó por la de Charles Dunne, cuando terminó, se acercó a la puerta de él y abrió despacio. Se detuvo frente a su cama y lo miró sintiendo que todo ese malestar en su pecho y en sus entrañas se disipaba como la niebla en la mañana. Se veía calmo y volvió a contemplarlo como cada día, pensando que debía ser la última vez. No podía seguir alimentando aquellas sensaciones que le producía, ni creando expectativas donde no existía absolutamente nada. «Tal vez mientras estoy aquí, mirándote como una boba,  tú estás soñando con ella, con su abrazo y su voz. » Tragó saliva y aquel malestar volvió aparecer. Se volvió sobre sus pies, dejó la jarra y vació el orinal prohibiendo a sus ojos que volvieran a demorarse en mirarlo.

Bajó las escaleras decidida a olvidar todo eso que sentía, todo lo que pensaba y todo lo que gritaba su corazón.

****

A la hora de la comida, todos se sentaron en el comedor, donde las muchachas habían preparado la mesa con un gran florero repleto de las más hermosas flores silvestres, el candelabro de la sala pendía del techo con todas sus velas encendidas y Gilbert había encargado a Cora que colocara la mejor vajilla que tenían. Dorothy había preparado la comida que Andrew había indicado y en la cocina se percibía ese aroma de la carne cocida.

Tocaba servir la mesa a Laura y Abigail, se colocaron los delantales y la cofia sobre sus cabellos. Y mientras todos se sentaban y conversaban animadamente, ellas se mantenían de pie en una esquina del comedor esperando que Andrew diera la orden de servir. Estaba nerviosa de estar en ese lugar repleto de gente conocida, y a la vez que le resultaran extraños y peligrosos. En un instante en que repasaba  que todos los cubiertos estén perfectamente colocados y las copas relucientes, su mirada se cruzó con la suya, que desde la cabecera de la mesa donde estaba sentado la observó con detenimiento haciendo que inmediatamente bajara el rostro. Se había propuesto no ilusionarse con absolutamente nada que viniera de él, e incluso había penado a sus ojos a no mirarlo, y a su corazón había atado con mil cadenas invisibles para que no se saliera de su pecho cada vez que él le dirigiera la palabra. Después de todo, era Abigail Henderson, aunque estuviera de criada, sirviendo platos, lavando ropa o lo que fuere, tenía su orgullo o lo poco que quedaba de él, y no quería salir herida. Ya había comprobado el daño que él podía hacerle con solo sonreír a Julianne.

Una Segunda OportunidadWhere stories live. Discover now