Epílogo

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"No puede ser posible que estemos aquí para no poder ser" 

Julio Cortázar

Avanzó por la arena de la playa con un solo pensamiento, verlo, saber de él, saberlo bien, preguntarle y seguir adelante con su vida. Terminar con aquello que había quedado inconcluso y que no le permitía seguir adelante. Ese era el momento, ese y nunca más.

El cielo estaba oscuro y repleto de nubes. Parecía que llovería en cualquier instante, miró atrás y ya estaba tan lejos de Stoneforest que no había posibilidad de dar vuelta atrás.

Apuró el paso al ver la casa más cercana y de repente, como si algo la golpeara fuerte y profundo, como si removiera y escarbara en sus dolores más agudos, él estaba allí, sentado en una roca, mirando el mar, Peludo recostado a su lado. No pudo avanzar, se quedó inmóvil, pero sintió la humedad de las lágrimas descender por su mejilla.

No la había visto, estaba casi de espaldas a ella y tan pero tan concentrado en el agua y en el horizonte que todo a su alrededor había dejado de existir.

Apenas trago saliva como si fuera una piedra atascada y sus pies dudaron en avanzar, pero Peludo se percato de su presencia y como un delator, se puso de pie y corrió hacia ella, en medio de un ladrido ensordecedor que ella intentó por un breve segundo acallar, pero fue tarde, pues Andrew se giró hacia ella al tiempo que hablaba.

—Robert, es pronto... —sus palabras se detuvieron como si las cortara la hoja afilada de una espada. Sus ojos se encontraron y frunció el ceño y cerró sus ojos como si de una visión se tratara. —Abi... —terminó.

Estaba igual a como lo recordaba, con su cabello largo y suelto, oscuro como la noche y despeinado, su ojos profundos que hablaban y sólo noto su barba más larga y descuidada.

Ninguno dijo nada, como si esperaran que las emociones se aquietaran para continuar. Entonces él giró sus pies como apurado y lo vio tomar de su costado un bastón. Lo apoyo en el piso y tomó envión para ponerse de pie, pero recién en el segundo intento pudo lograrlo, mientras una mueca de dolor agudo surcó su rostro y marcó su mejilla, trastabilló y ella corrió a él para ayudarle. Tomó su espalda y dejó que el apoyara su brazo en la suya para poder enderezarse.

—Por favor, disculpa mi torpeza...

—Esta bien... no es nada—respondió ella, teniendo su rostro muy cercano y su aroma intacta invadiéndola por completo. Cuando él se irguió y pudo estabilizar su cuerpo, ella se apartó un paso y se detuvieron silenciosos.

—¡Señor Vane! —se oyeron los gritos de Robert que se acercaba

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—¡Señor Vane! —se oyeron los gritos de Robert que se acercaba.

—Estoy aquí... —respondió él hasta que su empleado aparecía y se detenía de repente al verlo con ella. Uno frente a otro, a escasos pasos y silenciosos.

—Señor Vane, venía a buscarlo.

—Lo sé... ¿puedes esperar un momento?

El asintió y se apartó un poco más para darles intimidad.

Una Segunda OportunidadWhere stories live. Discover now