Capítulo 11

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"Pero la gente cambia tanto que siempre hay en ellos algo nuevo que observar"

Jane Austen

Por la tarde mientras limpiaban la recepción, y estaba concentrada en quitar el polvo de todos los adornos, cavilaba en su mente qué haría para enviar la nota al señor Lowell, y Laura interrumpió sus pensamientos.

-¡Dios santo!

-¡¿Qué?! -respondió asustada mientras Laura observaba por la ventana.

-¡No puede ser que Dios nos bendiga con un patrón que está tan guapo!

-Eres una loca...

-Ven, ven acá...

Abigail había puesto sus manos en jarra sobre su cintura y puso sus ojos en blanco al contemplar a Laura que miraba embobada a través del cristal de la ventana mientras se mordía el labio inferior.

-Olvídalo...

-¡Ven! -le hizo señas con la mano mientras sonreía.

-No voy a ir... es muy impropio... -Laura corrió a ella, la tomó del brazo y la arrastró al lado de la ventana antes de que pudiera terminar la oración.

-Deleita tus ojos Gillian y deja de estar refunfuñando. -Laura sonrió y llevó su mano a su boca mientras observaba. Abigail enderezó su espalda, levantó la cabeza y giró sus ojos levemente hacia el cristal. Andrew y Charles, en mangas de camisa practicaban los movimientos de esgrima. Llevaba el cabello un tanto largo, era oscuro como la noche y sus ángulos faciales marcados. Con cada toque directo, su pantalón se ajustaba a sus piernas marcando sus músculos y su camisa se abría un tanto en su pecho. Abigail inspiró notando que no había respirado con normalidad durante los últimos segundos y carraspeó.

 Abigail inspiró notando que no había respirado con normalidad durante los últimos segundos y carraspeó

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-Por Dios Laura... deja de comportarte como una perdida. Esta noche deberás pedir perdón a Dios por tu poca decencia. -Se volvió sobre sus pies y tomo el cepillo de plumas para seguir quitando el polvo, notando que sus mejillas ardían mientras Laura reía a las carcajadas sin alejarse de la ventana.

****

Por la noche cuando estaban sentados a la mesa por cenar, Robert comentaba con Dorothy sobre la lista de los víveres que debía comprar al día siguiente en el pueblo. Abigail alzó su mirada de su plato de sopa de ajo y metió un trozo de pan a su boca.

Cuando terminaron de comer, se acercó tímidamente al señor Robert.

-Señor, disculpe que me inmiscuya en conversaciones que no me corresponden, pero he oído que mañana va al pueblo -Robert asintió -pues yo necesitaría enviar una carta a Londres. ¿Podría entregarla por mí?

-Sí Gillian, entrégasela a Dorothy. -Abigail sonrió.

-Muchas gracias... -se giró, pero antes de irse, se volvió sobre sus pies. - ¿tendría usted papel y pluma? -Robert asintió pensativo. Lo que menos imaginaba era que una criada como ella, recordando las condiciones en las que la había encontrado: sucia, mojada y muerta de hambre, supiera escribir.

Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora