Si el cobertizo pudiera hablar

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El cobertizo estaba incluso más sucio por dentro de lo que había supuesto al principio.

Fregar una de las paredes que por la mañana había limpiado a la ligera me tomó prácticamente una hora.

Estaba solo. Y me lo merecía.

Emma no había vuelto a dirigirme la palabra en todo el día desde mi comentario. ¿Por qué había sido tan grosero innecesariamente? A veces era un verdadero idiota.

Suspiré por enésima vez y hundí la esponja en la cubeta con agua.

Alguien golpeó la puerta.

-Pasa.-Dije, creyendo que se trataba de mi madre que venía a llamarme para ir a cenar.

Emma entró por la puerta, para mi sorpresa.

-¿Qué haces aquí?-Pregunté.

Ella me miró frunciendo el ceño.

-Si te molesta puedo irme...

-No. No, claro que no.-Dije acercándome.

Emma miró a nuestro alrededor.

-Quería hablarte sobre algo.

Suspiré y dejé la esponja dentro de la cubeta.

-Si es sobre lo que dije hoy, en verdad lo lamento. Tienes motivos de sobra para estar enfadada y no fue correcto de mi parte decirte algo así. Lo siento.

Ella mordió su labio inferior.

-Sobre eso. No importa. Estoy acostumbrada a esas cosas. Vine porque quería saber por qué no me dijiste lo que te pasaba cuando te encerraste aquí.

Me sonrojé.

-¿Decirte?

-Sí. Podría haberte ayudado. No es mi intención que tengas que ducharte cada vez que nos cruzamos en el pasillo.

Mis orejas ardieron.

-Debes creer que soy una especie de pervertido.

Para mi sorpresa, ella sonrió.

-No.

-¿No?-Pregunté, sorprendido.

-No.-Confirmó.

Se acercó a mí y se sentó sobre uno de los tablones que hacían las veces de mesa del depósito.

-¿Por qué no?-Pregunté con curiosidad.

Emma tomó suavemente mi pantalón y tiró de él para acercarme a sí misma.

-¿Te gustaría que lo creyera?

-No.-Respondí.

La miré a los ojos fijamente. Tenía puesto el pijama violeta, y noté que no llevaba sujetador.

Definitivamente iba a volverme loco.

-Siento en verdad lo que dije.-Murmuré.

Emma asintió.

-Lo sé. No me hubieras hablado de tu pantalón si no lo sintieras.

Mis orejas seguían ardiendo, y además sentí que otra vez mi jean se volvía incómodo.

-Es tarde. Ya hemos cenado. ¿Por qué no entras?-Preguntó.-En lugar de quedarte aquí solo.

Mordí mi labio inferior.

-La verdad, estaba evitando cruzarme contigo.

Emma rió.

-No muerdo.

La señorita Watson [Grintson]Where stories live. Discover now