Mi jefa es increíblemente caliente

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En la compañía me hice famoso enseguida. Mis compañeros de oficina me adoraban por haberle respondido a Emma el primer día de trabajo.

Travis Connor, uno de ellos, parecía odiarla especialmente. Lo había atrapado durmiendo sobre la computadora todos los días, dos horas, durante un mes, y le había descontado gran parte del sueldo para donarlo a la caridad. Él estaba ahorrando para comprarse un coche y desde entonces la detestaba.

Yo, por mi parte, no había vuelto a llegar tarde. Nunca. Todo lo contrario. Por lo general llegaba con quince minutos de antelación al horario de ingreso y cuando Emma entraba a su despacho ya estaba su café esperándola. A pesar de nuestro primer encuentro, siempre se lo preparaba de la misma manera. Con crema y sin azúcar.

Había notado, a pesar de las quejas, que lo que hacía funcionar la compañía era ella. Era el engranaje principal.

Todo, absolutamente todo pasaba por ella antes de certificarse. Pasaba horas encerrada en la oficina.

Yo siempre la esperaba antes de marcharme, a pesar de que no estuviera en mi contrato, y varias veces me sorprendí durmiendo entre los papeles.

Una vez al despertar noté que alguien me había puesto el saco a modo de manta sobre los hombros, y aunque pregunté a todos en la oficina, nadie parecía haber sido responsable de tan cariñoso acto.

No me malinterpreten. No dormía cuando me tocaba trabajar. Cuidaba que mis siestas fueran ajenas al horario de trabajo, cuando la estaba esperando, para evitar problemas.

Una noche en que ella salió bastante tarde del despacho y me vio allí, en lugar de fruncir el ceño como hacía usualmente, suspiró.

-Grint. Cuando se haga la hora de la salida márchese a casa. No quiero que siga esperándome.

Ladeé la cabeza.

-¿Qué pasa si necesita algo cuando yo no estoy?

Para mi enorme sorpresa, sonrió.

-Como ya no hay nadie en el edificio que salga corriendo al verme aparecer, puedo procurármelo sola. Apague la luz al salir.

Después de ese día, obedecí sus órdenes y comencé a irme cuando cumplía mi horario.

El trabajo no era, al fin y al cabo, tan terrible.

Mi parte favorita era, por más ridículo que suene, discutir con la jefa.

Me encantaba.

Y discutíamos con frecuencia. Cuando había un problema que informarle, frecuentemente los empleados se turnaban para contárselo, para no sufrir la furia de ella sobre uno solo. Sin embargo, las últimas veces me gustaba ir a mí y, cuando me preguntaba para qué seguía allí si era un inútil, le respondía que para importunarla, y discutíamos.

Lo que sentía en el pecho cuando peleábamos era como tener sexo, por más extraño que pueda parecer. Realmente lo era. La discusión llegaba a un pico y luego nos calmábamos. Generalmente yo pedía disculpas por gritarle y ella por llamarme inútil, y venía mi parte favorita: hacer las paces.

Hacer las paces con Emma implicaba que me concedía un poco de libertad para hacer lo que quisiera, y así logré convencerla de hacer una fiesta por la llegada del verano.

Al principio no le agradó mucho la idea y discutimos otra vez.

Pero luego aceptó si yo me encargaba de organizar todo. Ella creía que era imposible ya que sólo tenía una semana.

En dos días todo estaba listo.

El día de la fiesta, el edificio estaba decorado con frutales, lentes de sol, dibujos de olas y cosas referidas al verano. Estaba irreconocible.

La señorita Watson [Grintson]Where stories live. Discover now