Capítulo 18

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-Narra Blas-

Dani: Venga... vamos... -dijo mientras salía del coche.

Una noche oscura cubría nuestros cuerpos, mezclada con las terroríficas sombras que los frondosos árboles de aquel proyectaban.

Hoy, ni la luna había salido. Tendría miedo...

Tras unos segundos, nosotros también salimos del vehículo.

La verdad, no me podía creer lo que estaba haciendo.

Esperaba que, en pocos  minutos, la volviera  tener a mi lado, viva, porque la idea de encontrarla sin vida hacía que enpezara a perder las esperanzas.

Tenía que ser positivo o, al menos, intentarlo. Por ella...

Álvaro: ¡Anímate! Pronto la tendrás  a tu lado... -dijo mientras pasaba su brazo por mi hombro.

Blas: ¿Y si la encontramos muerta?

El se quedó en silencio.

David: Los ángeles no mueren... Te lo garantizo... -me respondió este, acercándose a nosotros.

Si. Íbamos  los cinco. Dispuestos a rescatarla.

Habíamos planeado todo con antelación en casa: armas, defensa con karate, primeros auxilios... Todo estaba preparado.

Nos  acercamos con sigilo al muro del internado, y comenzamos a caminar a su lado, unos detrás de otros, y en fila.

Por suerte, nuestra ropa negra, hacía que nos mimetizaramos con aquella pared perfectamente.

Carlos: ¿Quien sube primero? -preguntó, en voz baja.

Nos miramos unos a otros, sin saber qué responder.

Dani: Pues subo yo. No pasa nada...

Álvaro lo cogió "a caballo", y lo ayudó a escalar por aquella "montaña" de piedras, que avisaba a gritos un inminente desprendimiento.

Después, subieron David, ayudado por  Carlos, y Álvaro, gracias a mi.

Álvaro: Dadme la mano... yo is  empujo hacía arriba... -dijo mientras nos la tendía.

Carlos  y yo nos miramos, y notamos el miedo que sentíamos cada uno sólo con observar sus ojos.

Carlos: Venga... podemos conseguirlo... -me dio unas palmaditas en la espalda y, luego, me abrazó.

Después, me agarró por un pie y, con la ayuda de Álvaro, conseguí subir arriba. Por último, el también lo hizo.

Miré hacia aquel infierno y, desde aquella posición, contemplé como todo se volvía todavía más terrorífico.

Las sombras se mezclaban entre la espesa arboleda que había en los extremos del recinto y, junto con todo esto, aquellos dos edificios.

En ese momento, recordé todo lo que María me había contado de ellos, y no pude evitar echarme a llorar.

David: Ahora no... Vamos... -me dijo, en una voz ineludible para el resto.

Nos ayudaron de nuevo pero, ahora, a bajar, y caminamos hacia la puerta del internado.

De repente, una bola de papel blanco cayó del cielo, haciéndonos quedar estupefactos mientras la contemplabamos.

Miramos hacía arriba, para buscar el sitio del que  provenía.

Allí estaba ella... pegada a la ventana...

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Où les histoires vivent. Découvrez maintenant