Capítulo 4

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Caminé sin destino durante mucho tiempo y, poco a poco, me fui adentrando en la ciudad de Madrid.

Por suerte, la herida de la pierna había dejado de sangrar y la falda del uniforme la tapaba.

Por las calles, la gente me miraba con desconcierto. Yo les daba la razón, ¿que hacía una chica de tan prestigioso internado sola a las seis de la tarde?

Tenía hambre y cansancio y, por momentos, sentía que me iba derrumbar en medio de tantas personas.

Se estaba haciendo cada vez más de noche, las tiendas cerraban y los bares abrían, dispuestos a obtener el mayor número de clientes.

Comencé a tener frío. Normal, se estaba acercando el invierno y yo sólo llevaba un polo de manga corta, el fino jersey con el escudo de aquel infierno, una falda a cuadros y las medias cortas. Todo del uniforme.

Me senté en el escalón de un portal.

Las piernas apenas me respondían y sentía escalofríos por todo el cuerpo.

El gélido viento del otoño me hacía pequeños cortes en la cara, como si de cuchillas se tratase.

Era viernes, así que los chicos y chicos de mi edad comenzaron a aparecer por las calles.

Algunos se reían de mi, otros se intentaban acercar pero yo comenzaba a pegarles patadas o a chillar (era un modo de "defensa personal" que siempre había tenido) y el resto me silbaban o me gritaban "vente con nosotros".

Eran unos imbéciles, estaba claro.

Una farmacia cercana me daba la hora y la temperatura de aquella noche: 23:58, 10 C. Me estaba congelando, muriendo lentamente.

En ese momento, vi aparecer a un chico.

Llevaba una cazadora marrón, unos pantalones vaqueros y, para complementar, un gorro rojo, no muy llamativo.

Iba con la cabeza baja, mirando al suelo, seguramente para que la ventisca no le causara estragos en su rostro.

Se estaba acercando cada vez más y más, y comencé a sentir miedo.

Lo tenía a escasos centímetros de mí.

Subió el escalón del portal y sacó un manojo de llaves del bolsillo de sus vaqueros.

Inútil de mí, esa debía de ser su casa.

X: ¿No tienes frío? Como sigas así... te vas a congelar...

No le respondí, su voz me había encandilado.

No era muy dulce pero, extrañamente, me transmitía confianza.

Hasta ahora, nunca me había pasado esto con nadie.

De repente, el paró de mover la llave en la cerradura y la saco de allí.

Sentí como me miraba de arriba a abajo, aunque estaba sentada.

Sin darme cuenta, se sentó a mi lado.

Ahora si que estaba aterrorizada, así que me aparté de él.

X: Mira... no sé quién eres pero, por tu cara, creo que te ha pasado algo...

Decidí mirarlo y, simplemente, me enamoré.

Tenía los ojos más hermosos que había visto en mi vida, verdes, pero con tonos grisáceos. No recordaba jamás ver una mirada así...


¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora