Capítulo 12: Final.

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Ellen no podía creer lo que sus ojos veían. Érode era uno de ellos, otro monstruo salido del mismísimo infierno. Ambas bestias comenzaron su encarnizado combate, siendo Érode el que atacó primero a su adversario con un golpe que tumbó a Igor.  Este se levantó y emitió un sonoro rugido que retumbó por todo el bosque. 

Ellen barajaba las posibilidades de salir con vida que tenía.  Ahora no había una bestia, sino dos, y la unica salida estaba bloqueada por ramas y arbustos. El cinturón. Había visto como se desprendía de la cintura de Érode. Si conseguía hacerse con la cruz quizá las ramas se apartarían a su paso. Parecía una idea disparatada, puesto que el cinturón estaba demasiado cerca de las dos bestias, pero era la única opción que tenía en esos momentos. 

Igor y Érode seguían sorteándose golpes; arañazo aquí, mordisco allá... Ambos parecían dispuestos a acabar con el otro. Ellen, en un momento de valentía extrrema comenzó a correr hacía el cinturón, que estaba a escasos tres metros de donde las bestias intentaban matarse mutuamente.  Érode se abalanzó sobre Igor, llevándoselo por delante en un brutal placaje que con seguridad habría acabado con la mitad de las costillas de un hombre adulto. Volaron varios metros por el impacto, cayendo delante de Ellen, que cerró los ojos y esquivó a los fieros combatientes. Podía diferenciar cuál de los dos era Érode, ya que superaba a Igor tanto en altura como en musculación, Igor lo tendría difícil para salir con vida. Ellen llegó al cinturón, lo agarró con la mano derecha y corrió como una exhalación hacia las ramas. 

Ellen estaba de espaldas cuando Érode levanto a Igor sobre su cabeza y lo estampó contra él suelo. Después pisó la cabeza del animal y agarró su cintura. Comenzó a tirar. La peluda piel de Igor comenzó a estirarse más y más, hasta que le fue imposible seguir y se separó. Bajo el pie de Érode quedó la cabeza, seguida de la columna vertebral, mientras que en las manos quedaba el resto del cuerpo, que en esos instantes parecía un disfraz de hombre lobo a falta de la parte superior.  La sangre brotaba a borbotones, inundando el suelo de un rojo brillante.  

Ellen continuó corriendo, cinturón en mano y sin saber que había ocurrido detrás de ella (ni quería saberlo). En su carrera consiguió sacar la cruz de su atadura y la alzó extendiendo el brazo. Quedaban solo unos pocos metros cuando otro de esos animales salio de entre la espesura, se abalanzó sobre la joven e hincó sus mandíbulas en el precioso cuello de Ellen. 

- ¿Que ha pasado? -logró articular cuando volvió en sí. 

- ¡Ellen! ¡Al fin! 

Era Érode, esta vez en su forma humana, cubierto por una sabana raída.  Ellen estaba atada de pies y manos, totalmente desnuda. 

- ¿Por qué voy desnuda? ¿Que ha pasado? -insistió. 

- Bueno.. verás... -el rostro de Érode cambió de repente-. Has... ¿Como decirlo? Bueno, has muerto. Pero ahora no lo estas. 

- No... no te entiendo -dijo confusa. Seguía preocupada por el hecho de estar desnuda ante un hombre que seguramente no lleevaba nada bajo esa sabana. 

- Una de esas bestias te atacó. Ahora eres... bueno, una de ellas. De nosotros. 

- Pero... ¿de que me hablas? ¿Por que estoy atada? 

- Bien, te lo explicaré.  Me viste convertirme en uno de esos... lobos, ¿verdad? -Ellen asintió-. Bien, hace años que soy así. Pero he llegado a un punto en el que lo controlo. Si te matan pasas a ser como ellos. Mágicamente revives y eres un monstruo. A ti te pasó, y te convertiste muy rápido. De ahí lo de tu ropa, hecha añicos, y por lo que tuve que atarte. No fue fácil. 

Ellen permaneció callada, procesando la información. 

- Pero no te preocupes, te voy a ayudar. Yo conseguí controlarlo en unos años, diez o así. No mucho. 

- ¿No mucho? -dijo Ellen. Empezaba a entrarle pánico. 

- Voy a desatarte -dijo Érode-. Ellen, llevo aquí más de doscientos años. Nosotros no morimos. Es una especie de maldición. 

La ya libre Ellen miró a su alrededor. Estaban en una cueva, cerca de un río. Habían muebles improvisados y un colchón de hojas. 

- Ayudo a quien puedo. Se dice que los que caen en sus fauces se lo tienen merecido, pero no creo que sea así. Lo siento, te fallé -se disculpó Érode. Intentaba apartar la mirada del exuberante cuerpo de la joven, pero le era imposible. Era tan bella...

- Esto... esto es... -Ellen no pudo terminar la frase, ya que rompió a llorar. Se acabó disfrutar de un buen desayuno por la mañana con su madre. Se acabó dormir con su perro cuando este tenía miedo de algo. Se acabaron las escapadas nocturnas con Jofren, el hijo del panadero. Y con Ignur, el del herrero. Y con Clara, la niñera de los Willson. 

En cierto modo sentía que era justo, una especie de castigo divino por sus continuas aventurillas con alguno de los habitantes del pueblo. No estaba bien, lo sabía y aún así lo había seguido haciendo. 

- Tranquila, todos nos derrumbamos al principio. Te acostumbrarás -Érode se acercó y la abrazó, intentando consolarla-. Yo te ayudaré. 

Y c'est fini, caput, terminou, fin... o como se suele decir, colorín colorado, este cuento...

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now