Capítulo 7: Intervención divina.

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Por MdM.

Dicen que el cuerpo humano es inteligente, y que cuando el dolor alcanza niveles que el cerebro no puede soportar, éste se desconecta, clic, deja de sufrir, y se sume en un profundo sueño arrastrando a su dueño hacia el dulce estado de la inconsciencia… 

Sin embargo Ellen siempre había sido especial. Ya desde bebé, sus enormes ojos azules y su único mechón rubio habían llamado la atención dentro de un pueblo en el que hombres y mujeres eran feos y brutos, robustos y fuertes, curtidos por el trabajo en el campo. Cuando a la tierna edad de 10 años, su cuerpo empezó a redondearse con prematuras curvas de mujer, daba igual cuantas chicas jóvenes estuvieran a su lado; ella era el centro de todas las miradas. Su inteligencia era algo que tampoco podía despreciarse. Había aprendido a leer palabras y frases sencillas con tan sólo dos años y medio de forma autodidacta, y con cuatro ya escribía pequeñas historias y poemas. Toda su vida se había esforzado, había luchado por lo que quería y este año por fin entraría a la universidad, porque a diferencia de las otras chicas de su edad quería algo más que casarse con algún imbécil del pueblo y tener un montón de bultitos llorones… quería ser libre y salir de aquel sitio que no estaba hecho para ella… 

Siempre había sido diferente…rara, por eso ahora seguía despierta, con los ojos como platos clavados sobre la luna, completamente redonda colgada en el cielo, con un extraño matiz rojizo que nunca había visto antes. Por eso se quedó completamente quieta mientras “aquello” le rajaba la piel del pecho izquierdo, describiendo círculos perfectos alrededor del pezón. Una lágrima rodó por su mejilla y entró a su boca, mezclándose con el sabor oxidado de la sangre. 

– Las chicas estáis jodidamente preciosas cuando lloráis, ¿lo sabías? –Lázaro había sacado la uña de su carne, y ahora le peinaba el sucio y enmarañado cabello, casi con dulzura, quitándoselo del rostro y poniéndoselo detrás de las orejas–. Así, mucho mejor.

Ellen giró la cabeza bruscamente y miró desafiante a Lázaro. Si iba a morir al menos no le daría el placer de verla sufrir… sin embargo lo que descubrió hizo que la fiereza de su rostro se transformara en asombro y miedo. 

– Oh, dios…

Lo que tenía delante no se parecía en nada a aquel muchacho de aspecto simpático que los había enviado a una muerte segura hacía unas pocas horas. Había crecido unos 30 centímetros y un espeso pelo negro le cubría ahora todo el cuerpo. Los ojos brillaban bajó la luna con unos tonos amarillentos, y también eran más grandes. De humano le quedaba poco, esa bestia se asemejaba más a un lobo erguido sobre sus patas traseras. 

Cambió de posición y se colocó sobre sus cuartos delanteros tambien, a cuatro patas. Ahora als similitudes eran aún mayores.  La bestia caminó alrededor de Ellen, oliendo cada parte de su cuerpo. Se puso de nuevo a dos patas, y cuando estaba a solo unos centímetros de la cara de Ellen algó se clavó en la parte posterior de la bestia. Cuando está se giró pra dar con su agresor, Ellen vió que de la espalda sobresalía el mango de una daga. Estaba segura de que era Igor. 

La bestia cayó al suelo segundo despues, atravesada por dos proyectiles más. Su cuerpo comenzó a convulsionarse y en unos segundos se tranformó en ceniza. El hombre que había salvado a la muchacha no era Igor. Era un joven de pelo castaño, repeindao hacía atras, y que vestía un chaleco vaquero sobre una camisa blanca  y unos pantalones marrones. En su mano derecha sostenia una cruz, y en la izquierda una daga. Colgadas alrededor de la cintura habían seis dagas más. 

 Requiescat in pace...–susurró–¿Sería usted tan amable de acompañarme, señorita Ellen? 

Y así es como, una vez más, le salvan el cuello a nuestra joven dama...

Caperucita RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora