Capítulo 4: Madre naturaleza.

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De la nariz de Igor había dejado de emanar esa caliente sustancia carmesí, aunque ahora tenía sangre seca por toda la cara y parte del cuello. Era por la tarde, y no quedaban muchas horas para que la luna comenzara su ascenso. 

– Si nos da la noche aquí, estamos muertos –aventuró el cazador. 

Decidieron volver por donde habían venido a paso rápido, y a la carrera cuando algún sonido les asustaba. Pero el camino no era el mismo. Conforme avanzaban Igor se fué percatando de esto, y sus sospechas cobraron fuerza cuando pasaron cerca de un bloque de piedra cuadrado de dos metros de alto y otros tantos de ancho, perfectamente pulido. Ninguno de los dos recordaba haberse encontrado con tal mastodonte antes, y no era algo fácil de pasar por alto. 

El sol comenzaba a desaparecer, y las sombras se alargaban, haciéndose mas siniestras conforme pasaban los minutos. Caminaban sin rumbo, perdidos y con el temor de que ese leñador volviera a aparecer en escena. 

Pero tambien estaban preocupados por la constante sensación de que alguien, o algo, les observaba a cada paso que daban. Era como si les siguieran, y Ellen afirmó en una ocasión que algo había agarrado su caperuza, pero la había soltado rápidamente. 

– Las ramas son más bajas aquí... –observó Ellen. 

Y así era, las ramas que antes estaban a varios metros sobre sus cabezas ahora solo estaban a unos cuarenta o cincuenta centímetros. La sensación de agobio era notable, y las hojas no dejaban de moverse sobre ellos a pesar de que ni una fina brisa de viento soplaba en esos momentos. 

– Mierda... –maldijo Igor por lo bajo. Se había tropezado con una raíz que sobresalía del camino–. ¿Pero que coño?

No se había tropezado. La raíz comenzó a moverse como se de una serpiente se tratara, enrrollándose en el pie del cazador, que rápidamente propinó un fuerte hachazo a la base de la raíz, cortandola. De pronto esta perdió rigidez, soltando el pie del hombre, y se convirtió en una especie de leche negra y muy espesa. 

– Es el bosque... Está vivo... –dijo Ellen, que se había girando y observaba como las ramas que habían sobre sus cabezas se enroscaban unas con otras y se doblaban para llegar a la pareja. 

– ¿Qué locura es esta? –masculló Igor–. Toma, niña. Asegurate de no perderme de vista, y corre todo cuanto puedas –le tendió el hacha.

Pero ya era demasiado tarde. Nada más coger el arma, varias ramas cayeron con bastante velocidad sobre la chica y empezaron a extenderse por su cuerpo. La chica estaba aterrada, pero no gritaba. El cazador se acercó a Ellen, alzó las manos asiendo las ramas y puso toda su rabia y su fuerza hasta que estas cedieron, partiendose con un sonoro "crac".  

Las ramas comenzador su conversión en esa sustancia negra, que resbaló por las ropas de Ellen, quemándolas a su paso. En varios puntos tocó la piel, dejando tambien una leve quemadura en ella. Gracias a la ropa interior, la cual no fué rozada por la sustancia, no se le veía su pecho izquierdo, ya que la sustancia había acabado con las capas superiores y parte de la caperuza. Tambien parte de su muslo izquierdo se dejaba entrever entre los rotos de la falda. 

– ¡Vamos, corre!

El cazador había comenzado ya a moverse, partiendo las ramas que se encontraba a su paso a golpe de fuerza bruta. Poco a poco su camisa tambien se iba viendo afectada por el efecto abrasador de las ramas al descomponerse. Ellen lo siguió, sin usar el hacha ya que no lo fué necesario. 

Poco duró la huída, ya que a unos doscientos metros el terreno acababa abruptamente en un precipicio. Para cuando Ellen se percato de que Igor se había detenido ya era demasiado tarde, y se lo llevó por delante, cayendo ambos sin remedio alguno. 

Y así es como ambos personajes se dirigen a un futuro incierto...

Caperucita Rojaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن