Capítulo 8: Érode.

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– ¿Quién eres? –fué lo único que acertó a salir de la boca de Ellen. 

El joven recogió las armas que había lanzado y se las colgó al cinto. Luego, soltó las ataduras de Ellen con una de ellas, después el chico le tendió un frasco que contenía una sustancia de color miel. 

– Echatelo en la cara, y por dónde tengas heridas. Me llamo Érode –dijo secamente. 

Ellen obedeció y se empapó la cara con esa sustancia viscosa. Las profundas heridas dejaron de sangrar. Se giró y se lo aplicó en el pecho, el cual se tapó después como bien pudo. 

– ¿Como sabes mi nombre? –preguntó ella, intrigada. 

– Bueno, sé muchas cosas. Seguro que tu también sabes muchas cosas. 

– Eso no es una respuesta. 

– ¿No? Juraría que si –dijo con aire burlesco. 

– ¿Que era... eso? –preguntó ella al ver que no iba a sacarle mas información de la que él creyera necesaria darle. 

– Un hombre lobo –dijo, sin darle importancia. 

– Lo dices como si los vieras todos los días. 

– ¿Quién te dice que no lo haga? 

– ¿Eres una especie de cura? –preguntó ella, cambiando de tema. Ese chico solo respondía con evasivas. 

– No, no creo en lo que no puedo ver –dijo el dandole vueltas a la cruz entre sus dedos–. Pero estos bichos parecen temerle a las cruces. Se vuelven vulnerables. ¿Hacia dónde se dirige, señorita? 

– Voy a casa de mi abuela. Tengo que llevarle esto –señaló una bolsa que llevaba colgada al hombro, bajo la caperuza. 

–  Atravesar el bosque solo para eso no ha sido lo más sensato. 

– Iba con alguien, un cazador llamado Igor.  Nos separamos cuando eso me capturó. 

– No creo que siga con vida, hay más cosas de estas ahí fuera. 

– Tampoco le tenía mucho aprecio –dijo ella restandole importancia. 

– Comprendo. Venga conmigo, la sacaré del bosque. 

– ¿Que gana usted con eso? 

– Nada –dijo él con las palmas hacia arriba–. Yo también tengo que salir. Y creo que se donde vivé tu abuela. Hay un pueblecito, pequeño, sin nombre. Pocas casas. 

– ¡Si, ese es! –dijo Ellen emocionada. 

– ¿Entonces a que esperas? Sigueme. 

Érode se dió media vuelta y comenzo a caminar. Ellen, tras meditar un momento, decidió que era su única opción, y se aventuró a seguir a aquel extraño hombre. 

No muy lejos de allí, Igor se arrastraba con ayuda de sus portentosos brazos, dejando trás de sí un rastro de espesa sangre. Dando sus últimas bocanadas de vida. 

Y así es como al fín, se libran de la bestia. Al menos de una de ellas... 

Caperucita RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora