Capítulo 9: La bestia que llora.

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La bestia había aparecido de la nada, sorprendiendo a Igor por la espalda. Esa gigantesca aberración cubierta de espeso pelo negro se abalanzó sobre el cazador sin darle tiempo a reaccionar, y clavó una de sus garras en la espalda del hombre, que profirió un espeluznante grito de dolor. Igor rodó sobre el suelo, zafándose de su atacante, y se puso en pie. La bestia lo observaba con sus gigantescos ojos negros. Sus hombros se movían al compás de la sonora respiración. 

Se había alejado solo unos metros del lugar dónde mantuvo su contienda con los lobos, pero la espesura del bosque seguía resultando agobiante, como si estuviera atrapado entre tantas hojas, ramas y arbustos.  El enorme animal que se encontraba ahora ante él guardaba ciertas similitudes con los lobos que había masacrado anteriormente, pero no pensaba seguir el mismo camino que sus congéneres. Con un potente salto se colocó delante de Igor, que lo golpeó con su puño derecho, pero la acción fue en vano, ya que el animal ni se inmutó. Por el contrario, esté propino un zarpazo tan potente a Igor que lo levantó del suelo y cayó varios metros más atrás, estampándose contra el tronco de un robusto árbol. 

- Maldito hijo… de puta… peludo… 

Igor apenas podía respirar, y tres cortes transversales le recorrían el pecho y el estomago. No sabía como podía seguir con vida, ya que parecía que de un momento a otro se le fueran a salir los intestinos por una de esas heridas.  Ya no le importaba la chica, es más, que le follen a la chica, pensó. Inmediatamente después cayó en la cuenta de que por eso era precisamente por lo que estaba aquí, por la chica y por su madriguera de las delicias.  Si quería pensar en alguna imagen antes de morir esa era, la de la joven Ellen cabalgando sobre su pelvis, totalmente desprovista de ropa. 

Esperó que la bestia le propinara el golpe de gracia, pero como este no llegaba Igor se arrastró como bien pudo, luchando por cada bocanada de aire. Abrió los ojos y se encontró con unos pies descalzos.  Ante el no se encontraba un monstruo de dos metros de altura como hacía unos instantes, sino una mujer de unos treinta y tantos años, desnuda y observándole desde un metro escaso. 

¿Era ella la bestia? Sin duda. Sus ojos negros comos el ébano la delataban, pero esta vez su mirada no mostraba rabia, ni furia... si no una intensa pena. La mujer lo miró durante unos segundos más, y cuando una lágrima le recorrió la mejilla pegó media vuelta y salió corriendo, adentrándose en la espesura.  Esa fue la imagen con la que Igor pasó a mejor vida. 

Y así es como uno de nuestros protagonistas muere agonizante...

Caperucita RojaWhere stories live. Discover now