Setenta por ciento.

Pero también escucho que unos pasos llegan corriendo hasta la puerta.

Y me arrojo contra los códigos de seguridad, empujándola con fuerza. La misma se traba y la pequeña luz verde pasa por el naranja al rojo. ¿Qué acaba de pasar?

La respuesta llega de manera casi inmediata: Samurái.

—¡¿Papá?!—alguien introduce un código en el acceso electrónico a la entrada, pero la puerta no permite el ingreso—. ¡¿Papá, estás bien?!

Es uno de sus niños.

Por supuesto que en mis planes no está para nada la idea de hacerle daño a un niño, ¡maldición!

Y aún le queda más del veinte por ciento a la computadora.

Me arrimo al tipo en el suelo quien está sumamente mareado y un poco moribundo presionándose la herida en la cabeza.

Acto seguido me acerco a él y me incorporo de cuclillas a su lado, a la altura de la cabeza. Con mi mano libre le sujeto del cabello y lo tironeo hacia arriba. Miro sus ojos desorbitados y los labios medio abiertos, con un poco de sangre en el rostro y en la nariz.

—Escúchame, Montón de Vómito—creo que me pone creativa con los insultos—, dile a ese niño que se vuelva a su habitación y se encierre ahí. Que no salga y llame a una ambulancia.

—Q...qué...—musita.

—Te atenderán, aunque no merezcas vivir. Y es que no me sirves muerto. Además, olvídate de poner alguna denuncia porque ahora mismo acabo de robar toda tu información. Ya sé qué clase de páginas frecuentas, cuáles son tus gustos, qué cosas horribles eliges para hacerte la paja pegado al monitor. Das asco. Y ahora pena. Así que dile a ese niño que se vuelva a la cama.

—¡¿Papá?!—se suma una nueva vocecita.

Luego percibo unos pasos más.

—¡¿Cielo?!

Fabuloso, tenemos a toda la familia reunida en esta hermosa ceremonia nocturna y casual.

Cada uno que llega intenta colocar una y otra vez el código, sin éxito.

—Diles, carajo, si no quieres que difunda absolutamente todo de ti—me le acerco aún más y dejo caer su cabeza al suelo.

Él jadea con fuerza e intenta armarse del oxígeno suficiente para decir:

—¡Va...vayan al...cuarto! ¡Lla...llamen a una...ambulancia!

—¡¿Cielo, ¡¿qué sucede?!—su esposa.

—¡Lle...lleva a los...niños!

—¡Papá!

Oh, rayos.

Acto seguido me incorporo de pie y doy un culatazo con el revolver a la puerta. Lo cual es suficiente para escucharlos soltar a los tres un gritito aterrado.

—¡Há...háganlo! —implora él.

Entonces disfruto percibir que tres pares de pasos se alejan escaleras arriba.

—Por cierto—murmuro—, ya tengo tu sistema de vigilancia en mis manos.

Me acerco nuevamente a la computadora y capto que se ha instalado correctamente. Empieza a reiniciarse y retiro el pen drive.

—Diles que te caíste—le indico—, y no se te ocurra mencionar que una loca enferma ha venido a visitarte hoy o todo, absolutamente todo de ti se sabrá. Pero ni pienses que me quedaré con eso, sino que te perseguiré y te torturaré de tal manera que aparecerás en la primera plana de todos los periódicos con una parte distinta de tu cuerpo por día en el buzón de cartas que tienes en la entrada de la casa. ¿Estamos?

Él suelta lágrimas y gimotea.

—No...no...puedes...hacerlo...

Es extraño, pero me resulta asombroso verlo suplicar de esa manera, en el suelo, lleno de sangre y malherido.

—Oh, sí que puedo—le corrijo—, es algo que puedo y que debo hacer. ¿Te imaginas lo que sería para tus pequeños niños crecer sabiendo que su padre paga por ver a niños como ellos haciendo cosas nefastas?

—Por...favor...

—¿Cómo te llamas? —le pregunto.

—¿Eh?

Le doy un cachetazo por la cabeza.

—Que cómo te llamas—insisto.

—Go...gordon.

—Bien, Gordon, tengo el honor de comunicarte que a partir de este momento serás mi puta y colaborarás con mi causa de salvar a un montón de personas de monstruos como tú. Ahora, si me permites, hasta luego. Créeme que fue un placer conocerte.

Le doy un pequeño beso en la cabeza, sobre la herida, manchándome apenas los labios con su sangre.

Y la puerta se desbloquea en cuanto me acerco a ella.

Miro hacia arriba hasta que localizo en una esquina una cámara de vigilancia medio escondida.

Samurái.

Me retiro de la casa con el arma en alto y es un gusto no encontrarme a ninguno de la familia.

Corro hasta el auto de mi compañero de aventuras justicieras y observo un mensaje en mi celular.


Eres una chica mala, Pastelito.

Tecleo a toda velocidad mientras me subo a la camioneta empuñando el pen drive como si de una mina de oro se tratase.

No te haces una idea lo malvada que puedo llegar a ser.

Y lo envío.

Vaya.

Malcolm me mira y me pregunta algo, pero todo lo que soy capaz de hacer es gritarle que acelere. La ambulancia está al llegar.

Luego cierro los ojos mientras me quito de los labios con el puño de la sudadera la sangre de Gordon.

Cielos...

En verdad que soy mala.

Y me gusta saber que puedo ser aún peor.

Estoy conociendo mis propios extremos...


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#LasMentirasDelJefe


+18 Las Mentiras del JefeWhere stories live. Discover now