008 | #Encendida

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NATALIE

Al final, es él o yo.

Cada vez estoy más segura de ello.

Me lo confirma el espejo, cuando encuentro mis ojos con exceso de delineador y mis labios cubriéndose de labial negro. Odio esta porquería. Maquillarse me parece una farsa, es como ponerte una máscara encima para parecer una cosa diferente.

Justamente lo que estoy intentando ahora.

Nunca fui muy asidua del maquillaje, tuve que buscar varios tutoriales en YouTube para aprender a usar rubor sin que parezca Pepa Pig.

Cuando termino con el labial, me acomodo la peluca corta tipo carré. Es negra, parece haber sido cortada con regla y a decir verdad, no me disgusta cómo me queda, pero preferiría ir sin ella. Lo cierto es que de esta manera me siento más autorizada a ser otra persona. Exactamente lo que busco en este instante.

A continuación, me aparto del espejo en la habitación y me observo atentamente. Me gusta el regalito que me ha sido enviado. Y es lo único que tengo puesto ahora mismo: un juego de lencería erótica que consta de un corpiño de encaje negro, portaligas y una tanga tan diminuta que permite mostrar casi todo mi pubis.

Los hilos superiores de la tanga están por encima de los huesos de mis caderas, lo cual también es toda una novedad. En este tiempo he aprendido a ser aquello que siempre odié: femenina.

Pero es en pos de una buena causa.

Femenina, atrevidamente sensual y extremadamente...¿prostituta? Lo parezco, aunque ahora mismo no soy Natalie Hale, así que ¡no me importa! Por el contrario, me agrada.

Sobre mi cama hay un saco negro corto, deduzco que me llegará apenas bajando los glúteos. Considero la idea de ponérmelo luego de otro accesorio, cuando tres golpes impetuosos aporrean la puerta.

—¿Qué quieres?—le suelto sin dignarme a abrir.

—Le traigo algo que será de ayuda.

—Si no tienes una puta metralleta, no pases.

—Señorita Hale...

Santo cielo. Finalmente me dirijo hasta la puerta y abro. Malcolm está al otro lado y sus ojos se abren como platos al verme casi completamente desnuda. O mejor dicho, con un aspecto precisamente mejor que eso, puesto que esto da lugar a la imaginación.

—¿Qué traes?—le pregunto.

Él parpadea.

Viste atípicamente informal. Una remera mangas cortas color verde militar, adherida a su torso enorme. En los bíceps parece que la tela fuese a reventar. Lleva a su vez pantalones negros tipo cargo, con un arma metida en una funda colgando en su cintura. En sus manos, hay dos latas de cerveza.

—Para dar ánimos—señala, pasándome una de las latas.

—No necesito ir ebria para animarme a hacer cualquier cosa, pero te la acepto para tener buen sabor—le contesto. Nunca he sido fanática de la bebida alcohólica, pero tampoco es que me desagrade.

Le quito una de las latas, la abro yo misma (él sabe que no bebería nada de un envase que esté abierto), le doy un trago y la dejo sobre la mesa con las cosas del maquillaje, bajo el espejo.

—La estaré custodiando en todo momento—me recuerda mientras me dirijo a buscar el tapado, que en verdad muy poco es lo que tapa.

—Sólo dame tu revólver. Es toda la custodia que necesito.

El frunce el entrecejo.

Noto su incomodidad, está a punto de ceder... Así que opto por buscar los tacones, teniendo que agacharme a menos de medio metro de su cintura.

—Qué pena que no me la puedas dar—murmuro, colocándome uno de los tacones—, ¿me ayudas?—le pregunto, pidiendo si me lo puede prender.

Él me mira con un gesto de "Tienes que estar bromeando" pero no dice eso, sino:

—Señorita Hale... Yo... tengo una familia, lo sabe.

—Te estoy pidiendo que me prendas los zapatos, no que me chupes la vagina. ¿Okay?

Amo cuando puedo hablarte de este modo, puesto que no logra evitar su costado obediente. Y responde de inmediato.

Malcolm avanza hasta mí, se agacha y ajusta los pequeños prendedores en el empeine que tienen los zapatos.

Entonces enredo mis uñas pintadas de negro en su cabello corto. Él suelta un resoplido intenso, casi como un gimoteo. Y empujo su cabeza contra mi cuerpo.

—Podría dejar que me acompañes si tan solo me prestas el revólver. Sé que tienes tu propio arsenal, que me cedas uno no hace diferencia...

—Señorita...Hale...

—Sólo será un momento y te lo devolveré. Prometo que seré buena y me portaré bien sólo contigo.

Él mira desde abajo y por un instante tengo la fantasía de verlo con una correa, desnudo y metido en El Sometedor.

—Seré buena sólo contigo—le prometo—, ya sabes que para hacer las cosas bien esta noche, tendremos que portarnos muy mal.

—Santo cielo...

Acto seguido, él termina de cerrar el segundo prendedor, vuelve a incorporarse de pie y busca en su cintura la funda. Quita el revólver y le saca las balas.

—¿Qué haces?—le pregunto, planeando ya una manera de quitárselas.

—Le daré el revólver, pero lo cargaremos sólo si es necesario, antes de salir del auto.

—¿Estás bromeando?

—Ya hicimos un trato—contesta, devolviéndome el revólver y se marcha, moviendo la funda hasta el centro de su cintura.

Lo cual, en lugar de cubrir su erección enorme, la resalta aún más.

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