Día 85: Para abajo

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-¿Entonces la rubia te amenazó? -preguntó Anastasia.

Tenía que hablar sobre mis penurias y la única que quiso escucharme fue aquella muchacha.

-Sí, y eso que yo fui muy amable con ella - no entendía por qué había sido tan mala conmigo.

-Si desde que la vi por primera vez supe que no era buena... Con esas cosas no me equivoco, es una víbora - aseveraba mi amiga.

Y tiene razón, porque ha colocado en mi contra a Manuel. El muy estúpido le cree todo lo que le dice y ahora me detesta, cada vez que me ve me desprecia. Y ya ni siquiera podemos follar, sólo me deja que se la mame.

-¿Pero por qué no me follas? - le reproché la otra noche.

-Porque tengo novia y quiero serle fiel - respondió aquél con quien sigo compartiendo cuarto.

-Te la mamo, es lo mismo... Ya le estás siendo infiel... - ¿que no se daba cuenta?

-Claro que no, porque no estoy haciendo nada... Eres tú quien abre la boca y lo engulle, pero yo no tengo nada qué ver - diría que me sorprendió su escaso análisis, pero no.

-¿Y eyacular? Ya con eso haces bastante... - era inútil, no puedes hacerle caer en razón.

Sin embargo, como siento algo por él (quizás amor), prefiero que tengamos esos encuentros en nuestra habitación a estar verdaderamente alejados.

-¿Y con ella follas mucho? - se me ocurrió la idea de preguntarle.

-Claro, si es una fiera en la cama... Hace unos movimientos con los labios de la vagina... - el muy cerdo llegaba a salivar al recordar el cuerpo de esa desgraciada.

O sea que es guapa, inteligente y puta. ¡Qué es perfecta!

Estuve una semana muy mal, sufriendo por el desamor de Manuel, lloraba cada vez que le chupaba la verga, ya ni eso podía disfrutar.

Aunque no era el único que estaba mal, porque Clarisa también estaba en un mal momento.

-¿Con quién estás hablando? - escuché cómo la fea le preguntaba por unos mensajes de celular a Gianluca.

-¿Qué te importa? No te metas en mi vida privada... - se defendía el gigoló antes de salir de su pieza.

Sé topó conmigo, tan solo que no dijo nada y siguió su rumbo.

-Últimamente te he visto muy triste Clari... ¿Sucede algo? - quise platicar con la madre de Gabriel.

-Es que... Estoy segura que se acuesta con otra - mencionó afligida.

-Am, bueno... ¿Qué te puedo decir? Es puto, ese es su trabajo - no sabía qué decir si era obvio que intimaba con otras personas.

-Ya, pero esto es distinto... No es por algo laboral, estoy segura que hay sentimientos involucrados. Está enamorado de otra, lo sé... Lo presiento... - la mujer no paraba de caminar por la pieza.

A final ambos estábamos en la misma situación, sufriendo por el amor de un hombre que prefería a otra.

-No tenemos que rendirnos. Tenemos que hacer todo lo posible para conseguir el amor que merecemos - dije convencido.

Clarisa sonrió ante mi determinación. Me abrazó fuerte para darnos ánimos en este difícil momento.

-¿Qué tienes pensado hacer para recuperar a Manuel? - preguntó luego.

-¿Te acuerdas que soy doctor? Pues usaré mis conocimientos - y eso haría.

-Ay no... Conociendo tus planes, alguien va a terminar internado en el hospital - fue su sentencia.

Preferí marcharme y es que no quería recibir el mal augurio de la mujer. Pues no, no tengo tan mala suerte con mis ideas.

Conociendo a Manuel, y lo que tiene entre las piernas, lo que enamoró a Bárbara fue el sexo y si le quito eso, su relación se desmoronará. Y qué peor en el sexo que una disfunción erectil. Eso iba a hacer.

Hay un medicamento que conozco bien, porque lo consumí un tiempo después de la muerte de mis padres. Es un antidepresivo que tiene entre sus afectos secundarios la pérdida del deseo sexual y dificultad para la erección. Y sí, ese es mi brillante plan.

A la mañana siguiente decidí meter tres pastillas de Escitalopram en su café. No le haría afecto el mismo día, claro está, por lo que debí repetir el procedimiento durante una semana.

¿Cómo sabría si hizo efecto? Fácil, porque como suelo hacerle felaciones a diario, me daría cuenta de inmediato si algo no iba bien. Y así fue, porque una noche ocurrió lo que tanto ansiaba.

Llegué al cuarto y lo encontré tendido en el colchón inflable. No dije palabra alguna y fui directo al grano. Me puse sobre él, le bajé los pantalones y comencé a lamer aquella zona que tanto placer me ha brindado. Pasaron tres minutos y no había indicio de excitación, seguía pareciendo oruga con pena.

-No sigas, estoy fallado... Ya no me funciona el pico, con Bárbara fue lo mismo... - el sujeto estaba destruido.

-Y lo peor es que ni puedo llorar -  escondió la cabeza entre las almohadas.

No ven, si esas pastillas son perfectas. Le van a sacar de encima a la rubia desgraciada esa y además le ayudan a que no tenga pena. Si soy un genio, este plan no tiene ningún punto débil.

Ni tan CasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora