Día 55: Viejo verde

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No van a creer lo que me sucedió, porque hasta a mí me cuesta creer en ello.

Todo comenzó hace una semana, cuando el rostro de Manuel ya se estaba deshinchando de la golpiza que le había dado Gaby. Obviamente el ambiente estuvo tenso tras la agresión, tan solo que son demasiado machistas como para recordar que fue una mujer quien golpeó a uno de sus hombres. Eso es siempre una deshonra para la familia.

-Lo que sucede es que las mujeres embarazadas se vuelven agresivas, es un instinto natural...-decía uno de mis primos, intentando explicar por qué ganó una fémina.

Intenté no comentar nada, no quería que eso pasara a mayores, especialmente por los secretos que había revelado mi amiga.

Todo iba mejorando hasta que llegó ese día. Gabriela quiso salir a pasear sola, decía que necesitaba estar con sus propios pensamientos, aunque conociéndola lo más probable es que haya ido al bosque para leer tranquilamente sus mangas yaois y que nadie en la mansión se enterara de sus aficiones.

Así, me quedé solo en mi habitación. Me acosté en mi cama ya que el frío era enorme afuera, además que en aquel pueblo enclavado en las montañas no había nada interesante qué hacer. A menos que seas heterosexual y decidas ir al prostíbulo, es la única diversión existente.

Estaba leyendo un libro de miedo, cuando de pronto, como si los escritos en mi mano se comenzaran a volver realidad, comencé a escuchar unos llantos. ¿Qué especie de demonio o alma en pena estaba atrapado en aquella casona? Debo reconocer que me dio mucho pavor, y es que esa estructura siempre me ha dado mucho temor. Debe ser por lo antigua, o lo fría que es por dentro, pero tiene un dejo a melancolía. Preferí no seguir leyendo, tal vez todo fue producto de mi imaginación y al dejar de imaginar aquellas palabras escritas, todo dejaría de suceder.

Y no, no resultó porque al rato comencé a escuchar los llantos de nuevo. Si no se trataba de un fantasma, entonces significaba que alguien vivo estaba muy triste. Para salir de la duda, caminé por el pasillo del segundo piso tratando de identificar la habitación de donde provenían esos sonidos. Finalmente terminé parado frente al cuarto de mi tío Florencio, parecía que él estaba llorando.

-Disculpe, ¿se encuentra bien?- toqué a la puerta para saber qué acontecía.

Luego de unos minutos, me abrió ese hombre delgado y bien vestido, con los ojos hinchados y la respiración entrecortada, tratando de parecer sereno, cuando a leguas se notaba que estaba muy mal.

-Estoy bien, no te preocupes...- dijo antes de intentar cerrar la puerta.

-¿Está seguro?... ¿No necesita ayuda?- y eso fue suficiente para romper todas sus barreras y hacerlo regresar al llanto.

Siempre sucede lo mismo, tratamos de hacernos los fuertes hasta que alguien se para enfrente y nos encara, no propone su ayuda y ahí, al saber que alguien se preocupa por uno, se termina llorando de lo más a gusto. Y eso sucedió con Florencio.

Llegó un punto en que no sabía si estaba llorando o intentando exorcizar a un demonio de su barriga, porque los sonidos que emitía eran bestiales, sumamente grotescos y probablemente solo producidos por animales en celo. 

Lo senté en su cama antes de ir a buscar un vaso con agua y azúcar, a ver si de esa manera se le pasaba el lloriqueo.

-Gracias mijo... es que no podía contenerme...- me dijo acariciándome el hombro. Nunca le había visto tan gentil, aunque supongo que la tristeza le había ablandado un par de minutos.

-¿Qué le sucedió para que estuviera tan mal?- le pregunté al rato.

-Bueno... es que.... tú sabes de mi... em... enfermedad, y también de mi tratamiento... pero sucede que el.... em... terapeuta que me trataba con el pepino, acaba de irse del pueblo. Ya no quiere ayudarme más, y yo... yo... sin él no soy nada.... o sea, sin su tratamiento... no soy nada...- y comenzó de nuevo a llorar como Magdalena.

Por dios, que al tipo lo habían cortado y estaba triste por la ruptura, ya no tendría ningún pene que le atravesara el ano y por eso lloraba. Mierda, creo que me estoy comportando como Gabriela.

En fin, intenté seguirle el juego y consolarlo.

-No se preocupe tío, ya encontrará a otro terapeuta que pueda darle su tratamiento con el pepino, y quizás... sea mucho mejor que el anterior...- le abracé para que dejara de estar triste.

-Eso espero mijo, encontrar a uno que lo tenga más grande y grueso... que me sepa lamer mucho mejor el ano y me la meta como todo un animal...- me susurró al oído, antes de llevar sus manos a mi entrepierna.

¿Han sentido alguna vez una desesperación enorme? Es como cuando quieres comer un pastel muy rico, uno que se ve apetitoso por fuera, pero cuando lo pruebas, te das cuenta que estaba hecho con mierda. Bueno, así me sentía en ese momento. Quería ayudarle, estaba mi pecho lleno de bondad y de pronto, de un solo agarrón, aquel viejo pervertido me quitó todo lo bueno.

-¿Pero qué hace?- me levanté asustado de la cama.

-Ay ya, para qué nos vamos a hacer los tontos, si ambos sabemos que los dos somos maricones... que se te nota desde lejos... Yo tengo un trasero riquísimo y tú, tienes un buen rabo, que te lo he tocado mijo... deberíamos aprovechar todo esto...- el viejo había dejado de lado su apariencia buenachona para mostrar su verdadera forma, un pervertido desesperado.

No quise hacer ni decir nada más, solo atiné a correr y dejar al hombre lo más lejos posible. ¡Fue horrible! La peor experiencia que me ha sucedido y eso que ya he sufrido mucho. Ahora no quiero salir de mi pieza, imagino que me voy a encontrar con el viejo ése y me va a violar, que lo vi en sus ojos, estaba desesperado por polla, y un gay con falta de verga es tan peligroso como tocarle un pollo a la mamá gallina. ¡Tengo miedo! ¿Qué hago ahora? Estoy en peligro.

Ni tan CasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora