8.

16K 678 185
                                    

Don't be shy, I can't dare to let you go.







El volver a Pamplona después de casi cuatro meses supuso todo un reto para mí. Había, prácticamente, huído de aquélla ciudad. Me había ido de allí siendo una persona y, cuatro meses después, había vuelto siendo otra. Me di cuenta en ese pequeño viaje de que sí que había cambiado. Había vuelto a componer, a tocar, a cantar. Estaba mucho más feliz, era mucho más positiva, estaba realmente bien. Había vuelto a ser mi versión preferida de mí misma. Y, sin duda, gran parte de que fuera así era tuya.
Me habías ayudado a volver a encontrarme, a volver a tener mi esencia, a volver a reconocerme.
Me esperaba mucho peor aquél viaje y lo que podía encontrar en esa ciudad. Pero no, ya no me dolía pasear por ciertos sitios, ya no sentía nada cuando todos los recuerdos que aquéllas calles me traían volvían.
Volver a casa, con mi familia y mis amigos, me hizo muchísimo bien. Fue un viaje genial. Excepto por una cosa.
Te echaba mucho de menos.
Pasé una semana en Pamplona y te echaba de menos como si llevase allí, sin verte, meses. Y me acojoné. Porque todo lo que sabía que sentía por ti, se volvió real. Lo asumí. Y no había vuelta atrás. Te habías colado en mí como nadie antes lo había hecho. Y era bonito. Porque, otra cosa no, pero querernos lo hacíamos de puta madre. Y no me refiero a que nos quisiéramos como a nadie, me refiero a que nos queríamos bien.
Me querías bien, y nunca había sentido que me quisieran bien. Te quería bien. Había aprendido lo que era querer, de verdad, a alguien. Y, en aquél momento, me prometí a mí misma que haría todo lo que pudiese por no dejarte ir, por no dejar de quererte así de bien. No estaba preparada para dejarte ir y no iba a hacerlo.
Supongo que a ti te pasó algo parecido, porque cuando volviste a Madrid, a nuestra ciudad, algo en ti había cambiado. No me mirabas igual que la última vez, te juro que lo noté. Aquélla noche te juro que lo noté.
Noche de reyes, todos habíamos vuelto el día de antes o ese a la ciudad. ¿Qué mejor manera de inaugurar el año que saliendo de fiesta? María lo tuvo claro desde el segundo posterior a que Miki lo propusiera: ninguna. Así que, ahí estaba, esperando en la boca de metro a que llegaseis. Desde que os conocí, asumí que eso de la puntualidad no iba con ninguno de vosotros y que a la que le iba a tocar esperar siempre era a mí. Por suerte, se ve que teníais ganas de fiesta, no tardasteis mucho en llegar y a los diez minutos ya estábamos sentadas en el vagón de metro poniéndonos al día. Cómo te había echado de menos, tía. No podía dejar de sonreír desde que apareciste –y la Mari no podía dejar de mirarme con una sonrisa pícara cada vez que nos veía a nuestra bola, qué mal se le ha dado disimular siempre a la cabrona–. No sé si era cosa mía o era así de verdad, pero te brillaban los ojos mucho más de lo normal. Estabas realmente guapa aquélla noche. Y no porque fueses vestida para dejar en el suelo a cualquiera que te mirase, no. Estabas realmente guapa porque se veía que estabas realmente feliz. Y puede sonar moñas, o puede parecer un topicazo, pero estar feliz te hacía estar más bonita de lo normal. Y me encantaba verte así.
La noche empezó fuerte porque, nada más entrar a la discoteca, pusieron temazos uno tras otro. Y, como se hizo costumbre, Marta y yo no podíamos evitar darlo todo como unas putas locas en todo el centro de la pista. María y tú nos mirabais divertidas también bailando, aunque no tan desatadas como nosotras. Famous, Miki y Joan, como también se hizo costumbre cada vez que salíamos, preferían darlo todo cerca de la barra para poder reponer rápido los cubatas que se bebían a velocidades de récord. Si éramos un puto show estando cada uno a nuestra bola, no quiero ni imaginar lo que parecíamos cuando nos juntábamos los siete en algún lado de la pista a darlo todo juntos. Ojalá alguien nos hubiese grabado alguna vez, porque debíamos ser todo un espectáculo.
La noche iba a mejor y nuestro estado a peor. Serían cerca de las tres y ya estábamos todos un poco pasaditos de rosca. María y Marta perreaban en la pista mientras los tíos que tenían alrededor no se perdían ni un movimiento de los que hacían, aunque ellas ni les echasen cuenta; Joan y Miki cantaban a pleno pulmón cualquier canción que ponían, sin soltar su cubata claro; Famous estaba intentando ligar con uno de los camareros; y tú y yo estábamos en una esquina del local, donde había sillones, observando el panorama descojonadas y hablando de mil chorradas. Íbamos un poco pasadas pero, para no variar, éramos las que mejor iban. Teníamos unos amigos que no sabían controlarse y que ni las resacas que tenían cada vez que salíamos les iban a cambiar.

–Estás muy guapa, te han sentado bien las palmeras, –te dije, medio en coña medio queriendo que supieras lo que pensaba.

–A ti te ha sentado bien..., –intentaste imitarme, poniéndote a pensar. –¿Qué hay en Pamplona?, –preguntaste pero, sin ni siquiera darme tiempo a intentar responderte, te contestaste tú misma. –¡Coño, claro! Chorizo. El chorizo de pamplona es famoso, ¿no? Bueno, pues te ha sentado bien el chorizo, –dijiste súper convencida, haciendo que yo me empezase a reír como una loca.

–¿En serio, Alba? ¿Chorizo? ¿Esa es tu mejor arma para intentar conquistarme?, –dije de coña, intentando picarte.

–No me hace falta conquistarte, –dijiste pegando tu cara a mi oído. –Ya te tengo conquistada, –susurraste, haciendo que me entrase un escalofrío de lo seria que lo habías dicho.

Esperé a que te separases y te empezases a reír, dándome a entender que también estabas de coña, pero para mí sorpresa te separaste lo justo de mi oreja para poder mirarme y no vi nada en tus ojos que me hiciese entender que todo era un vacile como los habituales entre nosotras. Al contrario, me mirabas de una forma tan intensa que aún me estremezco al pensarlo.

–Estás muy segura, ¿no?, –contraataqué, acercándome un poco más a ti.

¿Querías jugar? No iba a ser yo quién se negase.
Tú asentiste y, sin separarte ni un poquito, bajaste la mirada a mis labios. Y, por inercia, te imité. Estábamos tan cerca que podía notar tu respiración. Se me había olvidado que estábamos en una discoteca rodeadas de gente borracha, había dejado de escuchar la música y el barullo que había ahí dentro. Sólo estabas tú y sólo escuchaba mi respiración cada vez más descontrolada.

–Lo estoy, –dijiste, devolviendo la mirada a mis ojos. –Pero, ¿sabes qué?, –preguntaste sin separarte.

–¿Qué?, –contesté intentando que no se notase lo nerviosa que me estabas poniendo.

Sonreíste.

–Que tú a mí también.

Y sin esperar mi respuesta, acortaste la poca distancia que quedaba entre nosotras y me besaste.
Te juro que aún siento mi corazón queriendo salirse de mi pecho cuando noté tus labios sobre los míos. Te juro que aún puedo sentir el zoológico que me provocaste en el estómago. Te juro que aún siento tu cara en la mano que subí hacia ella para que no te separases. Te juro, Alba, que aún sigo sin entender cómo pude haber vivido tanto tiempo sin saber lo que era sentir todo lo que me hacías sentir tú.
No sé si fue por el alcohol, porque tenías las mismas ganas que yo o por qué, pero no sabes lo que me alegro de que dejases de ser tímida aquella noche.
Aunque, si lo hubieses seguido siendo, igual no tendría que estar escribiendo esto para seguir sintiéndote cerca. Igual, si aquella noche no hubiese acabado así, seguirías a mi lado.
Quién sabe, yo no lo sé, desde luego. Pero lo que sí que sé es que me hiciste ser la persona más feliz en aquel momento.

Volver. // Albalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora