4.

18.1K 660 105
                                    

What is right or wrong.







A día de hoy sigo preguntándome cómo habría sido mi vida en Madrid si nunca hubiese aceptado a salir cuando Miki me lo propuso, si no os hubiese conocido, si no te hubiese conocido.
Desde que te hablé cuando llegué a mi casa, se podría decir que no dejábamos de hacerlo en ningún momento. Hablábamos a diario, cada vez que podíamos. A veces eran conversaciones súper tontas, otras veces parecía que había tonteo pero en coña y de vez en cuando también hablábamos de cosas mucho más serias e importantes. Vamos, que te convertiste en, prácticamente, la persona más importante para mí en Madrid. Que sí, que a Miki y Joan les veía todas las semanas en el bar y me caían genial y que con María, Marta y Famous hablaba también a veces, pero es que contigo me abrí tanto que a día de hoy sigo flipando.
Alba, nunca me había abierto tanto con alguien, y menos en tan poco tiempo. Es que, joder, cómo no pude darme cuenta de lo que me estaba pasando si era más que obvio. Habías entrado en mi vida pisando fuerte y te habías hecho un hueco en ella casi al momento.
Bueno, pues como decía, hablábamos a diario pero desde que nos conocimos hasta que volvimos a vernos pasaron varias semanas.
Cuando yo podía, tú estabas estudiando.
Cuando yo estaba trabajando y tenía exámen pronto, era cuando tú podías.
Y así hasta que, sin esperármelo porque se suponía que ese fin de semana tenías que estudiar muchísimo, un sábado que no trabajaba y estaba sentada en la alfombra de mi salón intentando componer algo decente —porque, sí, había vuelto a componer; y, sí, había sido desde que me habías animado a hacerlo—, mi teléfono empezó a vibrar. Pensé que sería mi madre, así que me levanté de la alfombra y fui hasta la mesa donde estaba mi móvil para cogerlo. Ni miré la pantalla antes de descolgar.

–Buenos días, –chillaste al otro lado de la línea.

Me separé el teléfono del oído porque me habías dejado sorda y miré la pantalla comprobando que de verdad me habías llamado.

–¿Alba?

–Me llaman.

–¿Tú no tenías que estar estudiando?, –pregunté poniendo el altavoz y dejando el móvil en el sofá para volver a sentarme en la misma posición.

–Tendría, pero he decidido que me apetece más verte, –dijiste como si nada, haciéndome sonreír como sólo tú sabías. –¿Puedes?

–Mmm, no sé, no sé, –dije fingiendo dudar para intentar picarte.

–Nat, –dijiste con tono de niña pequeña, alargando la "a". –Jo, porfa.

Yo solté una carcajada.

–Eres boba, Albi. Para ti siempre estoy disponible.

Y así fue como decidimos tener un plan tranquilito, puesto que estábamos a mediados de octubre y hacía un frío de la hostia en Madrid, además de que llovía, y a la media hora estabas llamando a la puerta de mi casa para pasar el día allí haciendo cualquier plan chorra que se nos ocurriese.

–Hola guapa, –dije abriendo la puerta y encontrándote ahí.

Llevabas una sudadera que te serviría fácilmente como vestido, unos vaqueros negros y tenías la nariz y las mejillas ligeramente sonrojadas a causa del frío que hacía en la calle.
Me sonreíste y me abrazaste con fuerza. Y, como era de esperar, la que empezó a sonreír como una tonta entonces fui yo.
Al entrar a mi pequeño apartamento, lo miraste todo.

–Es muy tú, –dijiste.

–¿Muy yo?, –te respondí divertida.

–Sí ,–asentiste convencida. –Es básico pero formal y bonito. Me gusta, –explicaste y, tras girarte para sonreírme, empezaste a andar hasta el pequeño salón, en el que te sentaste en el sofá y miraste la guitarra y el cuaderno que había dejado en la alfombra. –¿Estabas componiendo?, –preguntaste ilusionada y sonriendo como una niña pequeña.

–Intentándolo, –te contesté acercándome al cuaderno y a la guitarra para guardarlos.

Pero me agarraste por la muñeca y me frenaste, haciendo que me girase a mirarte. Tenías un puchero puesto y me mirabas con los ojos que descubrí ponías cada vez que  querías conseguir algo.

–Tócame algo, porfi, –pediste alargando la "o".

Yo, intentando escaquearme, opté por la opción fácil: vacilarte.

–Joder, Alba, que acabas de llegar. Dónde vas tú tan rápido rubia, –dije provocando que me soltases la muñeca para golpearme el mismo brazo. –Au, –me quejé frunciendo el ceño, pero me miraste otra vez con esos ojitos y, como a partir de entonces pasaría tantas veces, me convenciste. –Vale, – acepté alargando la a y sentándome en la alfombra, frente a ti. –¿Qué quieres que toque?

–Algo tuyo, porfa, porfa, porfa, –pediste juntando las manos.

Me costó aceptar pero lo hice.


Abrí los ojos porque, como siempre, los había acabado cerrando, y te miré. Tenías los ojitos achinados, un poco aguados y estabas sonriendo.

–Joder, Natalia, es preciosa, –dijiste, haciéndome sonreír a mí.

Y, tras eso, te hice mis famosos espaguetis para comer —digo famosos espaguetis pero en realidad te hice eso porque, como acabaste descubriendo, no sabía cocinar otra cosa—, nos tiramos en mi sofá a ver una peli —que acabaron siendo tres—, cantamos, nos picamos porque entre tú y yo eso era inevitable, y así pasamos el día hasta que, muy a mi pesar, cuando nos acabamos la pizza que habíamos pedido y nos bebimos un par de cervezas, me dijiste que debías irte.
Yo no quería que te fueras y, la verdad, tenía la sensación de que tú no querías irte, pero quizá decirte que te quedases cuando, por mucho que hubiésemos hablado tanto tiempo, era la segunda vez que nos veíamos, era un poco raro, ¿no? No lo sé, pero el caso es que no me arriesgué y te acabé acompañando hasta mi portal, porque te negaste a que te acompañase más lejos, y volviendo a mi casa para tirarme todo el resto de la noche pensando en por qué no te había pedido que te quedases si me
moría de ganas.
A partir de ese día, como ya sabes, nunca más preferí quedarme con la duda a arriesgar. Y tú tampoco. Quizá, deberíamos haber optado por un punto medio y ahora mismo seguirías aquí. Quién sabe. El caso es que me fui a dormir feliz porque había pasado todo el día contigo pero con un sabor amargo porque habría preferido que siguieras conmigo.

Volver. // Albalia.Where stories live. Discover now