25.

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La semana se me ha pasado tan rápido entre visitas a distintos pueblos y entre juegos y charlas nocturnas que, cuando me he querido dar cuenta, vuelvo a estar en el coche de María, con la radio a tope y mi cabeza en el hombro de Alba.
Si hay algo que he sacado en claro de estos días es que, a parte de que somos demasiado domésticas para no ser nada, estoy muchísimo más pillada de ella de lo que pensaba y es mucho más difícil de lo que me había llegado a imaginar el contenerme. Es que, literalmente, hemos estado a nada de comernos la boca un montón de veces y no lo hemos hecho –al menos yo– por el puto miedo.
Joder, si es que cuando no tiene miedo ella lo tengo yo y eso no hace más que jodernos a ambas porque, después de estos días, me ha quedado claro que Alba sigue sintiendo algo por mí.
¿Que por qué no me dejo de contener si sé que ella está igual que yo? Pues porque soy tonta, pero eso no es nada nuevo bajo el sol.
Ojalá pudiera dejar de pensar tanto en cómo podría acabar lo nuestro y dejarlo fluir, dejarnos ser. Pero no, el miedo ahora mismo se ha adueñado de mí y no sé cómo volver a hacerme yo con el control.

–¡Dile a papá que me voy de la ciudad!, –empieza a cantar María, chillando pero sin dejar de mirar a la carretera.

–¡Dile a los chicos que no volveré más!, –se une Marta y ambas se miran cómplices.

Qué monas son las cabronas.
Levanto la cabeza del hombro de Alba y me uno a ambas. A mí me sigue Alba y el último en unirse es Miki pero, al final, acabamos los cinco chillando –porque a lo que estamos haciendo no se le puede considerar cantar– la canción y las tres siguientes.
María y sus clásicos. La cabrona, otra cosa igual no, pero buen gusto musical tiene.
Entre canciones y cosquillas en mi brazo por parte de Alba, llegamos a Madrid antes de lo que creía.
María nos quería llevar a cada uno a casa pero, al final, la hemos convencido para que nos deje en la suya y, antes de llevar cada uno sus cosas a su casa, ir a tomar algo.
Si chantajeas a la Mari con cerveza puedes convencerla de hacer cualquier cosa, y esta vez no iba a ser la excepción.
Miki es el que se ha encargado de informar a los del otro coche –por el grupo que tenemos todos en whatsapp– del plan y como todos estaban de acuerdo, estamos entrando al bar que hay en la esquina de la calle en la que viven María y Marta.
Tras más de una hora bebiendo, decido abandonar la conversación y salir a fumar.
Me apoyo en la pared y saco uno de los cigarros que tengo liados. Me lo enciendo y cierro los ojos al dar la primera calada.

–Hola, –dice Alba, haciendo que me sobresalte y abra los ojos. Ella suelta una carcajada. –Pero no te asustes.

–Algún día te voy a acabar dando una hostia de verdad como me sigas dando sustos, –me quejo, soltando el humo a la vez que resoplo.

–Bueno, –me contesta, encogiéndose de hombros y apoyándose a mi lado. –Si me la das tú...

Yo suelto una carcajada y niego con la cabeza.

–Serás imbécil.

Ambas reímos y, seguidamente, nos quedamos en silencio mientras sigo fumando.
Algo que siempre me ha gustado de nuestra relación es que, por mucho tiempo que nos tiremos calladas, nunca se crea una atmósfera incómoda a nuestro alrededor. Es más, estar en silencio pero con ella a mi lado es de las situaciones en las que más cómoda me siento y que más calma me da.
Tras unas cuantas caladas, miro a Alba.

–¿Esta semana tienes algo que hacer?, –me pregunta, mirándome ella también. Yo niego, invitándola a continuar. –No hace falta que digas que sí, ¿vale? Si no te apetece, me lo dices. Que no pasa nada, ¿eh?

–Venga, Albi, arranca, –la interrumpo, soltando una pequeña carcajada.

–¿Te apetece otro mini viaje?

Frunzo el ceño y le doy la última calada al cigarro.

–¿Dónde quieres ir?, –pregunto, expulsando el humo.

–Quería llevarte a Elche, –dice bajando el tono, como con miedo. –No sé, quiero que lo conozcas. Y me gustaría que conocieses a mi madre. Ella tiene muchas ganas de conocerte.

Yo sonrío.
Sonrío muchísimo porque sé lo que significa para Alba su familia y sé lo importante que es para ella su opinión.
Y, joder, que ninguno del grupo conoce a nadie de su familia a parte de a Marina, que vino cuando celebramos el cumpleaños de Alba –aunque yo la volviese a ver meses después, ya sabéis–.
Que, sabiendo lo mucho que significa esto para Alba, cómo no voy a sonreír.
Al verme así, Alba también sonríe y yo la atraigo hacia mí, abrazándola.

–¿Cuándo dices que nos vamos?, –digo como respuesta.

–Tenía pensado salir mañana o pasado, así no deshacemos las maletas.

–Alba, cariño, –me río. –¿Y el hotel? ¿Y los billetes del AVE? ¿Lo piensas hacer todo hoy?

–A ver, que los billetes se pueden pillar cuando queramos. Además, ¿te crees que teniendo mi casa mi madre nos va a dejar pagar un hotel?

Yo me río. No puede ser.

–Vale, pues sacamos los billetes para lo antes posible y nos vamos. Avisa a tu madre, –acepto, haciendo que ella sonría. –Ah, y como seguramente nos vayamos mañana, puedes dormir en mi casa y así nos vamos directamente, ¿no?, –propongo.

Bueno, más bien suplico, no tengo ganas de separarme de ella, la verdad.
Alba acepta y, tras unas cuantas cervezas más, nos vamos a mi casa.
Sacamos dos billetes para mañana por la mañana y, tras ducharnos y dejarle un pijama a Alba, nos acostamos porque el AVE sale a las doce y, teniendo en cuenta que son las tres, las posibilidades de perderlo si no nos vamos a dormir ya son demasiadas.

Volver. // Albalia.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz