dieciseis.

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"y aunque casi te confieso que también he sido un perro compañero
un perro ideal que aprendió a ladrar
y a volver al hogar para poder comer
flaca, no me claves, tus puñales, por la espalda"

Madrid estaba mas gris que nunca.

Y no porque Paloma estuviera nadando en un mar de tristeza, sino porque literalmente estaba gris. Nublado y frío. Parece que el clima de Alemania hubiera viajado con ella y se hubiera quedado allí exactamente una semana. Otra vez estaba a jueves pero, contrario a lo habitual, no tenía motivación alguna para el fin de semana. Estaba desganada, irritada, y sobre todo, enojada.

-La puta que me parió- exclamó. El viento le pegaba en la cara y no le dejaba prender el cigarrillo que escondía entre sus manos. La terraza estaba desierta y en consecuencia de las bajas temperaturas habían entrado los bancos que generalmente estaban a disposición de los empleados. Paloma estaba parada con el pelo enredado y el tapado todo abotonado.

Freud dice en su teoría psicoanalista que el enamoramiento solo dura tres meses, y Paloma ya lo estaba poniendo en práctica. Claro que no en relación a Antoine, ese todavía le seguía gustando. Los franceses nacieron para derrumbar y re-escribir teorías. Pero sí con España. Poco a poco, se le iba derrumbando ese cuentito de hadas, que siempre empieza por el tiempo y espacio. Lo primero que sea cae es lo de afuera.

A pesar del excepcional material que había conseguido para la revista, Gustavo seguía igual de insoportable. Gritaba y hacía escándalo. Paloma no podía diferenciar si siempre había sido así de idiota o si ahora se daba cuenta porque lo odiaba. Pero no soportaba su destratos.

-Pero me habías dicho que no ibas a fumar mas, niña- escuchó la voz peculiar de Paulina detrás de ella y giró.
-Digo muchas cosas, hago pocas- respondió indiferente.

La español revoleó los ojos.
-Paloma, suficiente. No puedes estar para siempre así.

-¿Así cómo?- el tono era desafiante.
-Así, malhumorada, sintiendo lástima por ti misma- A Paloma se le transformó la cara. Le dio una pitada a su cigarro y fingiendo el mejor tono, respondió.
-Paulina ¿no crees que ya estoy un poco grande para que me digan como estar y qué hacer? Te aseguro que puedo cuidarme sola- el sarcasmo se filtró de todas maneras.
-Sí, claro. Millennials, creen que pueden con todo- retrucó la señora.

Paloma no se iba a poner a discutir con ella, se limitó a girar sobre sí misma, darle la espalda y revolear los ojos. Paulina entendió la indirecta.

-Deberías hablar con él, Paloma, ver que te tiene que decir- Al parecer la señora tenía muchas ganas de hablar. Ante el silencio de la muchacha, continuó- uno nunca sabe las vueltas del destino.

-El destino no existe, Paulina. Y te repito, yo voy a hacer lo que yo creo pertinente- caminó hacia el cesto de basura y aplastó con fuerza el cigarrillo sobre la tapa. Lo tiró y caminó sin detenerse de vuelta a su oficina. Ya no sabía donde estaba peor: si en su escritorio con los gritos de Gustavo o en la terraza con las lecciones de vida de Paulina.

Se colocó sus auriculares y puso la música lo suficientemente fuerte para aislarse del mundo. Concentró todas sus -pocas- ganas en la próxima edición de la revista, que tendría al flamante Reus en la portada.

Al finalizar la jornada, Paloma volvió a su departamento con el único deseo de cocinarse unos fideos con tuco. Su hogar, fiel a sus sentimientos, estaba hecho un desastre. Ropa tirada, platos acumulados y pisos sin barrer. Está bien que estuviera deprimida pero eso no daba para más.

paloma. || antoine griezmann ✔️Where stories live. Discover now