—Eugene, la otra noche sacaste la mitad del paquete para hacerlo en la alfombra. —Colin tuvo que recordárselo porque el borracho borró cinta, Emma rió mientras los escuchaba—. Debe ser horrible ser virgen, ver por primera vez un pene, del borracho de tu amigo, que quiso orinar en su propia alfombra.

—Que Emma sea la Virgen no significa que nunca antes haya visto un pene, bobo.

—Nunca antes había visto un pene en vivo y en directo. —les explicó Emma.

Colin la miró, —¿Hay algo que quieras decirnos al respecto?

—Que espero que ese no sea el tamaño de uno regular. —se burló.

Colin se echó a reír frente a la cara de Eugene, luego chocó cinco con Emma.

—Lárguense de mi cuarto. Mi pene, que es más grande que el de Colin, y yo, tenemos mucho que hacer. —Eugene pateó la pierna del otro—. Mira, Emma, si el tonto tiene las piernas así..., imagina el paquete.

Emma miró esas piernitas, —La verdad es que no quiero imaginarlo —levantó su vista. Entonces, Colin le enseñó el dedo del medio a su colega y sacó a Emma del dormitorio; demasiado blablá innecesario.

Emma nunca antes había estado en una conversación sobre el aparato reproductor masculino en un contexto como ese, aunque de a poco estaba ajustándose a la costumbre de estar rodeada de muchachos, le dio rabia volver a mirar las piernas de Colin mientras caminaban rumbo al aparcamiento. ¿Eugene hablaba en serio? ¿Podía ver el grosor del pene de un chico por mirarle las piernas? Imposible.

—Mi camioneta llegó en la mañana, básicamente la estrenaré ahora, contigo. —Colin la miró sonriendo y la empujó a un lado mientras caminaban—. ¿Qué te pasa? Nunca le hagas caso a Eugene, le encanta hablar disparates. Es mi mejor amigo, pero es un tonto cuando sabe que tiene la atención de una chica linda, creo que eso lo pone nervioso porque no tiene suerte en el amor, no cree en él, no cree en ustedes.

—Sonó como machito viviendo en su mundo falocéntrico.

Colin sonrió, —¿Te gusta el psicoanálisis?

—¿Cómo lo sabes?

—Lo deduje —Frenaron ante un Jeep negro—. Aquí, mi nuevo bebé. Quizá te interese o quizá no, soy casi un enfermo por los automóviles, me encantan. La gente renueva los modelos de sus celulares por temporada, yo renuevo mis vehículos, de hecho, estoy ahorrando para comprarme mi primer Ferrari, un F8 Tributo, son los ahorros de toda mi miserable vida. Mi mamá trató de comprármelo cuando me admitieron a química, pero no le dejé hacerlo, necesito comprármelo con mi esfuerzo, sudor y lágrimas.

—Pero ¿los ahorros de toda tu miserable vida no salieron del bolsillo de tu mamá?

—No me quites la satisfacción, gracias. ¿Quieres conducir?

—¿Yo? Yo no sé conducir una Jeep.

—¿Qué? ¿No tienes licencia?

—Mi papá no me lo permite. Nuestra familia tiene un par de choferes. Mis abuelos paternos murieron en un accidente vehicular, provocado por alguien más, así que realmente no fue un accidente, el punto es que mi papá es un paranoico; teme que algo malo me pueda llegar a suceder frente al volante, así que nunca me permitió sacar una licencia, aunque, en secreto, mi hermano me enseñó a conducir su auto.

—Vaya. Lo siento.

—¿Sobre mis abuelos? Nunca los conocí.

—Con abuelos paternos ¿te refieres a Noah Hamilton? Perdón, tu familia es muy confusa. Eres prima directa de Sid, pero no llevas su apellido —desbloqueó las puertas de la camioneta, que olía a tapizado nuevo, y subieron—. Tampoco pertenezco al club de fanáticos de la familia Hamilton, no me sé su árbol.

Al Estilo Emma© #1Where stories live. Discover now