CAPÍTULO 8

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—¿Y que tienes pensado?—Fruncí el ceño.

—¿De que hablas?—Pregunté al salir del baño.

—¿Cómo que de que hablo?, de Jessica amiga.—Aclaró incrédula

—No lo sé—Hablé en voz baja—No quiero meterme en problemas.

—No te meterás en problemas, si eres discreta—Llegué a mi lugar de trabajo y Lana se sentó sobre la mesa.

—Basta, no lo haré.

—No tienes agallas—Recriminó al levantarse del escritorio.

—Tal vez, pero tengo empleo.

—¿No me dijiste que eras divertida en la secundaria?

«Oh, rayos»

Hacía un par de días le mencioné algunas cosas...poco favorables de mi pasado. Sólo para hacer reír en una platica casual que tuvimos en un almuerzo. Jamás creí que lo menconaria cómo una especie de chantaje.

—Así es—Confesé insegura.

—¿Y que te pasó?

—Maduré Lana—Respondí riendo. Era algo absurda su pregunta, pues evidentemente era una etapa rebelde de mi adolescencia—o algo así—, si yo era así ahora, era por qué había madurado y elegido pelear por mi futuro.—¡Vete ya! —Exclamé amistosamente.

—¡Cobarde!—Gritó Lana al retirarse.

Después de estar, casi toda la jornada en junta, la silueta de Angela se paseó por el piso. Juzgó con la mirada mi atuendo sucio y siguió su camino, pero cuando pensé que me dejaría en paz, se detuvo en la puerta de cristal, y me llamó.

Sacudí mi ropa, como si eso ayudara a  limpiarla, y entré al área de trabajo de Winston.

—¿Si señorita?

—¿Por qué Michael entregó los expedientes si te los pedí a ti?—Se acomodó en su asiento.

—Am...bueno—Solté una sonrisa nerviosa—Tuve un pequeño percance, como podrá ver.—Expliqué estirando levemente mi blusa.

—Sí, ya veo—Respondió sin gracia. Sus ojos azules no dejaban de mirarme con desaprobación y un atisbo de soberbia—No se ponga muy cómoda Montero, no durará mucho tiempo aquí—Aseguró. Asentí con la cabeza y me giré—Ah, y espero no tenga planes...—Como siempre, me detuvo con sus palabras antes de salir—La junta me quitó demasiado tiempo, y hay mucho que hacer aquí.

—Sí, señorita.

Caminé hacia mi lugar de trabajo, pensando en lo mucho que detestaba mi trabajo, pero bueno, que podía esperar al ser recién egresada de la universidad y aún sin titulo. Debería dar gracias a que tenía trabajo, y en una gran compañía además. Aunque incluso así era difícil sentirse feliz.

Más tarde, mis ojos miraron el reloj de la pantalla de mi computadora: eran las 9:40 de la noche, y mi jefa ya se había retirado hacía ya 20 minutos, pero me pidió revisar unos correos, para separar los importantes de los no muy útiles, y  así verificarlos el día de mañana. Era ridículo, pero tenía que hacerlo si no quería ser despedida.

Bajé la cabeza y apoyé mi barbilla sobre mi mano. Sentía que los ojos se me cerraban, mientras movía el botón central del mouse hacia abajo para mirar los archivos más antiguos.

Al no detectar correos pendientes apagué el aparato, tomé mi saco azul oscuro—colgado en el respaldo—, y me retiré hacia los elevadores. Me coloqué la chaqueta mientras esperaba que uno se detuviera en mi piso. Cuando abrió al fin sus puertas, vi al chico más sexy que hayan presenciado mis ojos. Se encontraba recargado en el barandal de metal que estaba al fondo del elevador, sus manos sujetaban el fierro y sus ojos miraban el suelo. Tenía el cabello ligeramente despeinado, lo que lo hacía verse todavía más deseable; pero era raro en él. También parecía muy cansado; a decir verdad.

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