CAPÍTULO 5

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Llegó mi hora de comida y me retiré a la cafetería donde pedí un café, un agua y una ensalada.

Estaba echa un desastre, me dolía la cabeza horrible y tenía unas nauseas del infierno, pero necesitaba comer algo. No podía irme sin terminar el trabajo y no podía trabajar con hambre.

Cuando vacié casi todo mi plato, me dirigí hacia mi escritorio. Apenas me senté cuando la mujer pelinegra  me habló desde la puerta de su oficina.

«¿Y ahora que quiere?» Pensé molesta. Hoy definitivamente no era mi día.

Entré a la oficina y la " señorita ", estaba detrás de su escritorio.

—Necesito que lleves estos expedientes a Miltón Hastings de contabilidad—Solicitó estirando la mano sin siquiera mírame.

Fruncí el ceño.

—Yo...—Balbuceé y la mujer me miró alzando una ceja—yo...no sé donde esta contabilidad—Sus labios perfectamente teñidos de rojo formaron una meca.

—Ese no es mi problema—Espetó arrogante, después dejó caer el expediente de golpe sobre su escritorio y se enfocó en la computadora.

Suspiré y tomé el legajo sobre la mesa.

—Ah, y necesito que canceles mi cita con el estilista—Dijo, cómo si fuera lo más normal en el mundo.

¿Quién diablos creía que era? ¿Su criada?

—¿Disculpe?—Pregunté extrañada por la petición.

—Dije; que canceles mi cita con el estilista—Respondió con altanería.

—Disculpe señorita, pero no me contrataron para hacer eso—Me revelé insegura, recordando que era mi jefa.

—Te contrataron para hacer lo que yo quiera que hagas, eres mi asistente, así que, si yo quiero que canceles una cita con el estilista, lo haces, sin protestar, ¿sabe por qué?—Tragué saliva, no sabía si en realidad esperaba que contestara—¿sabe por qué señorita Montero?—En definitiva si esperaba una respuesta.

Podría afirmar que sólo lo hacía para molestarme.
La odiaba. La odiaba de verdad, pero, ¿que podía hacer? Tenía una mano atada a la espalda. Era mi jefa, no podía retarla como era costumbre en mí hacerlo.

—¿Por qué, es...mi...jefa?—Titubeé a regaña dientes. Tal vez ella lo notó, pero nunca lo sabría pues no hizo gesto alguno.

—Exacto. Ahora ve, y cancela mi cita con el estilista—Ordenó bajando la vista muy tranquila.

—Claro señorita—Me giré hacia la puerta y salí de la oficina.—Perra—Susurré.

«¡Rayos!» Esa mujer era el mismísimo diablo. La detestaba de verdad, y eso que apenas la conocía hace unas horas. Probablemente Skay lo sabía y me había enviado con ella sabiendo lo repulsiva que era.

Caminé hacia el escritorio del chico pelirrojo, del cual no recordaba su nombre. Estaba riendo con una mujer de cabello corto y lacio, era delgada y algo bajita. La chica me vio y después él se volteó para mirarme.

—Hola—Me saludó con una sonrisa—¿Qué te trae por aquí?

—Bueno...tengo que llevar este expedien...—Sentí un revoltijo en mi estomago—Am...—dije distraída. El chico arrugó la frente.

—¿Te encuentras bien?—Se levantó de la silla.

—Es...es sólo—Comencé a sentir mucho asco y para cuando me percaté de lo que ocurriría, ya era demasiado tarde. Me giré inmediatamente colocando una mano sobre mi boca al mismo tiempo que arrogaba el expediente sobre el escritorio. Caminé unos pasos, pero no los suficientes para llegar al baño antes de que ocurriera lo inevitable. «¡RAYOS!» Alcé mi vista al ver sucios, los zapatos de una mujer. Escuché a alguien reír atrás de mí.

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