Un rey

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Y al rey le han criado con un candado en la lengua, con una cadena en el alma.


–Y supongo que debo sentirme bendecida por su presencia Faraón– comenta sarcástica Mitsuki a la cara gruñona de su mocoso hijo, mientras en la pasividad de su cuarto bebe vino añejado y degusta pan dulce.

–Vete a la mierda vieja– menciona molesto entre dientes, sus ropas cambiadas y secas se empapan por las gotas de agua que saltan desde sus dorados cabellos. La sátira venenosa de su madre no ayuda a aplacar su mal humor, así que bebe de su cuenca de cerveza intentando ignorar la estridente risa de su progenitora.

–Ohhh, me iré con prontitud a donde mi venerable Faraón me mande– menciona con exagerada entonación, para decantar nuevamente en aquella estridente risa que crispa los nervios de su hijo.

Impacta el cuenco de cerveza contra la mesa y se dispone a irse de allí. –Me largo– escupe con furia, dando la espalda a su madre rumbo a la puerta. Sin embargo antes de poder huir la mujer que tan bien lo conoce, lo toma de la muñeca obligándolo a sentarse de nuevo. Unos cuantos gráciles pasos la dejan al lado del ser que por toda la eternidad será su más grande tesoro. –Ya, ya Katsuki. Por Ra, no aguantas nada– menciona con un poco de gracia intentando bajar el mal humor de su hijo.

El rubio frunce el ceño al tiempo que las manos de su madre, acarician con cariño su cabello. –¿Qué es lo que ha hecho de malo esta vez mi pequeño, para que venga hasta las faldas de su madre?– pregunta con ternura sentándose en el brazo de la silla donde reposa el rubio, que siempre será su niño, pese a este ganarle en altura desde hace mucho.

–No es ninguna mierda así, cállate– responde sin dudarlo, aunque dejándose arropar por las caricias que su madre le confiere. Puede contar con los dedos de una mano las veces que ha buscado la compañía de su madre al sentir su pecho contraído por las conmociones de su alma.

Una risita muere en el aire, – claro, entonces saliste de una audiencia de estado solo porque extrañabas a tu madre– le recuerda con cariño, mientras continua mimándolo recostado entre sus piernas.

–Salí porque me moría de aburrición y sueño– contesta sin ganas de recordar la molesta audiencia que dejo a la mitad.

–Aja, ¿entonces por qué no estas durmiendo justo ahora?– cuestiona burlona, enredando algunos mechones rubios tan parecidos a los suyos, entre sus dedos.

Chista molesto, y voltea la cara hacia una dirección que su madre no le vea. –No soy capaz de dormir– revela casi como si le doliera aquel hecho.

Su mirada derrocha cariño al contemplar a su hijo, le ha parido, con dolor le ha parido y es quizás eso mismo lo que ha atado sus almas en una cadena maternal de entendimiento y amor. Nunca ha necesitado que Katsuki le diga que es lo que deambula por su cabeza, para ella saber qué es lo que le ha pasado.

–Ra bajo hasta mí, y poso el rayo del sol sobre mi vientre. Me encomendó criar a un rey, uno casi tan grande como él. Así que yo visto de amor al pequeño faraón y lo acurruco en su cama muy cerca de mi corazón– recito con voz trémula, dejando rastros de una nostalgia disuelta en el aire.

–Cuando no podía dormir de niño, siempre lo recitabas para mí. Era como un hechizo con el que simplemente caía dormido. Siempre me pregunte qué clase de maquiavélico pacto con los dioses tenías– recordó contagiado por el pasado.

–Ja, ja, ja... no quiero escuchar eso de ti, que has hecho que un Dios baje solo para regalarte su cariño– menciono la mujer con alegría. El chiquillo peliverde, casi la había matado de miedo pero ahora simplemente no podía negar que era una cosilla adorable, moviendo la cola como cachorrito tras los pasos de su hijo. Katsuki volvió a hundirse entre sus caricias, profesando silencio como única respuesta. Fue allí donde la rubia noto que aquejaba a su tonto hijo. –¿Peleaste con Izuku?– pregunto no muy sorprendida. Ni sabía la razón, por la que al pequeño le gustaba tanto el idiota gruñón de su hijo.

–Cállate esto es tu culpa– murmuro recostado entre las piernas de su madre. –Esto sería más fácil si hubieras criado un rey capaz de pedir perdón– farfullo molesto a su progenitora, aunque sabía no era enteramente su culpa.

–Solo los débiles que se arrepiente de sus decisiones piden perdón. Un rey no necesita tal palabra, ya que esta de nada te servirá no te la enseñe– decreto su madre con firmeza.

–Carajo vieja, me criaste con estándares demasiado altos– menciono levantándose de las faldas de su madre, y regalándole una de las pocas sonrisas que habían llegado hasta sus labios desde su niñez. De cualquier modo amaba a esa mujer, no le inculparía por sus errores.

Su madre acuno su rostro entre los brazos y repartió algunos besos en su frente. –Lo sé, pero eso es lo que ha hecho de ti un gran rey– menciono con suavidad entre beso y beso.

Mientras desandaba los pasos hasta su recamara pensó alguna manera de remediar sus acciones. Trazo un pequeño plan que comprometía su dignidad como faraón, pero del que no pudo poner en marcha al llegar al aposento y encontrarlo en total calma y vacío.

Se recostó en la inmensidad de su cama, que sin los chandosos y el peliverde se veía aún más amplia. Siendo una de las razones por las que no fue capaz de conciliar el sueño en la tarde. Contemplo el decremento del firmamento, mientras leía algunos tratados de comercio que se habían apilado entre sus deberes. La noche callo con toda su helada, y le molestó que el enano Dios no hubiese vuelto aun.

Imperante ordeno a los guardias del palacio buscarlo en cada rincón. Pronto lo hallaron, en un pequeño espacio al aire libre que había en el techo de una de las torres del palacio acurrucado junto a sus guardias y profundamente dormido.

Fue hasta allí, encontrándose con un gruñido muy, muy bajo de Inpu y con los dientes afuera de Anpu. No le sorprendió ni un poco, sabía a la perfección que esos 2 no eran más que la divinidad de Anubis, trasmutada en carne para cuidarle mientras siguiese con un cuerpo humano.

–Ya se lo que hice estúpido perro, así que deja de gruñirme– hablo en voz baja acuclillado junto al chacal mientras le jala ambas orejas. No planeaba acariciar a Anpu, conociendo al chandoso le mordería a la menor de cercanía.

Recogió entre sus brazos el pequeño enclenque que dormía en el suelo, pese al calor que le transmitían ambos guardianes su piel estaba fría y nada le sorprendió la cadenilla de estornudos que dejaba salir entre temblores. El muy inepto se había resfriado como un maldito niño pequeño.


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Ohh, cosas que no se volverán a ver en la vida yo actualizando dos veces en un día. Dad gracias al paro de mi universidad.
Kacchan no es un bastardo sin corazón, fin del comunicado.

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now