Sepultura

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Los augurios de los Dioses,

fecundan la tierra de los hombres.


El suelo muere a su paso, la caricia trémula del aire despeina sus cabellos, sonríe a la oscuridad. Ha llegado el final.

Hay un rayo de sol cálido y agradable que baña su piel, las lágrimas por fin han retrocedido, aún sigue molesto con Kacchan y extraña terriblemente a Kiri, pero al menos ahora no siente como si su alma se estuviera ahogando.

El tiempo ha vuelto a fluir a un ritmo constante. Las crecientes altas y bajas del Nilo, contabilizan los días de cosechas venideros. Shemu llegará en la vigilia de los hombres que han labrado con esmero sus tierras, y darán como fruto la prosperidad para el faraón y su pueblo.

Espera con ansias disfrutar la cosecha fresca.

Anpu e Inpu dormitan abrazados por el sol, su pelaje le hace cosquillas en la piel desnuda que alcanzan a rozar contra su espalda, el papiro cruje entre sus manos, desliza sus dedos sobre el tallado. La lectura locuaz de esta tarde solariega es sobre un imperio faraónico dado en desgracia por las acciones de su faraón. Rememora la caída, la pena, la muerte. Revive en su mente el abandono. La sala de los dioses nunca se sentó en consideración de aquel hombre impuesto faraón.

El pabellón divino no siempre ha gozado de unanimidad cuando se trata de faraones, han tenido desde siempre predilectos entre los elegidos. Abnegados, fuertes, reticentes, desdichados, elocuentes. Todas las virtudes y desgracias han hecho algunas combinaciones atípicas en los hombres alabados como dios.

Pero ningún hombre ha rozado la gloria de enamorar a un dios.

Hasta ahora.

Suspira exasperado dejando el tallado a sus pies. Quiere tanto que Kacchan termine sus reuniones del día. Se levanta entumecido del duro piso y sacude sus cabellos, le gusta la libertad de no usar el tocado real.

Sus orejas se mueven con los ruidos exteriores, es un día agradable para pasear por la orilla del Nilo.

Si Kacchan se desocupa le pedirá permiso para bajar un rato, sigue siendo terreno de la casa del Faraón, pero últimamente no quiere tentar su suerte saliendo demasiado de sus aposentos. No desea volver a ver a Kacchan enfadado, y tampoco quiere que alguno de los guardias pague sus tropiezos.

El aire está cargado con intensidad, siente desde los huesos las corrientes de cambio, su cuerpo pica con la incertidumbre, hay algo en la omnipresencia de los dioses que su ser entero extraña.

El clamor humano no ha erradicado su infinita curiosidad, pareciera a veces que solo la ha aumentado.

Recostado contra la ventana se deja envolver en los susurros, voces lejanas, canticos místicos, la vida y muerte en constante unión, alinean sus llamados a los clamores sacros. Se regocijan los dioses en la inédita disrupción.

Clava la vista hacia el sol, entrecierra los ojos de hastío inmediato, pero por alguna insondable razón no puede dejar de mirarlo, la vista arde hasta que lo nota, igual que la barca solar de Ra, el cielo se enciende en llamas, brasas vivas que atraviesan a Shut. Cae hasta su aposento una maraña de plumas, el fuego convertido en dolor, hay un ruido que choca contra cristales y telas.

El suplicio se convierte en la imagen de un halcón, sus alas torcidas en arcos antinaturales, las garras rasguñan y arrancan plumas embaladas por el fuego, todo su ser grita tormento y su llanto hace que Anpu e Inpu aúllen a la muerte.

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now