Jugar

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Simple y compleja, esa es la naturaleza humana.

–¡Izuku!– llamo con efusividad contemplando al rizado peliverde que se sostenía del borde del suelo, mientras todo su cuerpo estaba dentro del nacimiento personal del Nilo, con el que contaba el palacio. –Bakugo debe venir detrás, vine antes porque me mandaste a llamar, aunque eso es raro. Así que dime, ¿para que soy bueno pequeño?– pregunto Kirishima con aquella manera tan extrovertida de ser mientras le regalaba una sonrisa al Dios.

Al principio casi pánico le había causado pero a medida que más pasaba tiempo con él, dentro del palacio, más gracia y ternura le causaba. A sus ojos, ahora, no era más que un pequeño niño tratando de llamar desesperadamente la atención de Katsuki.

Saco su cuerpo del agua con prisa, dejando al aire su menuda figura desnuda, aunque adornada por los brazaletes de oro en ambos brazos. A Kirishima no le sorprendió la desnudes del chico, lo que le alerto fue que este empezara a halar sus vestidos hasta el punto de estarlo desnudando con rapidez. –¡Wouu! ¡Izuku detente!, ¿qué pasa?– pregunto mientras intentaba mantener en su posición lo poco que le cubría.

Sin embargo en un momento de lucha, Izuku utilizo más fuerza de la correspondiente ocasionando que ambos cayeran al agua. Su primera reaccionar fue salir a la superficie, y la segunda abrazar al pecoso que lo retenía bruscamente mientras se encaramaba a su cuerpo con desesperación.

Fuera del agua solo se asomaban sus cabezas, el peliverde estaba ceñido a su cuello, y con sus piernas, le envolvía sin posibilidad de alejarlo. –¡Ya, Izuku! Deja de ahorcarme y arañarme, no te voy a soltar, si eso es lo que te preocupa– exclamo luchando por respirar y cargar al inquieto chico. Al sentir más flojo el agarre, miro con reproche al Dios. Siempre escuchaba a Bakugo quejarse sin descanso pero en momentos así de verdad que le comprendía un poco. –¿Qué fue eso?– cuestiono intentando mostrarse enojado, aunque por ser siempre jovial se le dificultaba lograrlo. Además de que la situación le divertía más de lo que lo molestaba.

–No me vayas a soltar...– murmuro el Dios, mirando a todos los lados viendo que estaban un poco alejados de la orilla del río.

–Aja...– respondió el otro mientras miraba incrédulo.

Después de comprobar que estaba a salvo en los brazos del pelirrojo. Anubis no tardo en conectar su mirada jade con aquella rojiza, que pese a no diferenciarse tanto en color con la de Katsuki, no contaba ni con la mitad de fiereza y vivacidad.

–Kirishima, el tonto de Kacchan dijo que por él me podía ahogar en el Nilo. Así que tú enséñame a nadar– exigió sin dar vueltas al asunto.

Suspiro fuertemente debido a la exasperación. Y no abandono el tono de reproche que le recordó a la madre de Katsuki mientras de pequeños les llamaba la atención a ambos. –Izuku no puedes hacer estas cosas. Mira, no sé como funcionen las cosas para los dioses, pero los humanos pedimos por favor. No puedes simplemente desnudarme y obligarme a enseñarte a nadar– dictamino reprendiendo los actos del pecoso chico que lo miraba entre la confusión y el asombro.

Sus cejas buscaron encontrase, dándole a su aspecto ceñudo un toque de desconcierto. –¿Yo tengo que pedir por favor a los humanos?– cuestiono realmente pasmado. En lo que llevaba de existencia no recordaba ni siquiera tener contemplada esa posibilidad. –Además, tu igual aceptaras. ¿Entonces por qué pedirte el favor Kirishima?– siguió preguntando, totalmente confundido. Para él era clara la respuesta del pelirrojo, así que no entendía porque le regañaba.

Negó arrojando pequeñas gotas de agua hacia todas las direcciones. A veces era fácil olvidar que Izuku nunca había convivido con los humanos y que por ende empatía o cualidades sociales no eran innatas de él.

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now