Fuerza

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Amo sus comentarios de apoyo a la historia, me hacen re feliz. Gracias

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Y antes de contemplar perder, exprime hasta la última gota de mi fuerza.


El faraón no esta de humor, eso ya lo sabe todo el palacio.

Un rumor se ha esparcido con la virulencia de las plagas. Dicen entre lenguas que un ser extraño y poderoso ha venido amenazar al gran señor.

Eso comentan a voces, pero por seguridad nunca nadie dirá donde ha empezado esa historia. Su autor pasará al anonimato, siempre y cuando quiera conservar la cabeza sobre sus hombros.

-¡Katsuki Bakugo! -grita entrando a la habitación de su hijo, sin ánimo de rendirle esa inmedible pleitesía. Por encima de ser faraón, esta que el inmundo adolescente ese, es su tonto hijo.

-Maldita sea, vieja bruja. Acá estoy, deja de gritar- menciona con el malgenio saliendo de todos sus poros. Contemplando con ira, como el insufrible dios fruto de todas las habladurías, se refugia beneplácito entre los grandes chacales negros y dorados, que le cuidan el sueño. Esta tendido en su cama, dispuesto como porcelana a la admiración inmoderada de su belleza. Porque pese a la maldita ira que siente, no puede negar ese hecho impoluto.

-¡Katsuki! ¡Me explicas ahora mismo, lo que esta pasando!- grita consternada sin apartar la vista de la cama de su hijo. No se siente en condición de dar un paso. Las dos criaturas negras, han clavado sus ojos en ella. Le miran cautos y sobreprotectores por su durmiente señor.

Bufa molesto, -pasa que no he podido dar cinco pasos fuera de la habitación sin que estallaran en mis oídos toda clase de ridículos cotilleos- explica como si la cosa delante de ambos fuera tan común que no necesitara explicación.

Una maldición, un pacto, un enojado dios, un señor de otras tierras, un asesino de faraones. Un par de pasos ha tenido que dar rumbo a la habitación del trono para escuchar toda clase de ridiculeces. Suficientes como para tomar la sabia decisión de desandar sus pasos y encerrarse por el resto del día, a beber vino y comer trazas de carne seca en ají.

Voltea la mirada, del durmiente ser a la cara desencajada de su madre. No entiende porque se ve a punto de explotar.

-¡QUÉ ESTAS DICIENDO HIJO IDIOTA! ¡¿QUIÉN O QUÉ ES ESO?! - vocifera sin prudencia, señalando la inusual escena.

Siente que en este momento desearía agarrar a golpes a su hijo, como el malcriado adolescente que es a veces y no como el monarca del ancho Egipto que suele ser la mayoría del tiempo. La madurez que profesa en su cargo, no la nota en este instante que sin vergüenza alguna. Alza los hombros en la seña más desinteresada del mundo, frente a sus cuestiones.

-¡BAKUGO KATSUKI! ¡ESCUCHAME BIEN...!

Esta dispuesta a gritar reclamos e insultos por igual a su malcriado hijo, pero un solo movimiento es capaz de silenciar sus alegatos.

Le pesan los parpados, y el cuerpo lo nota entumido, más sin embargo cálido. Se sienta en medio de sus preciadas mascotas y antes de concentrarse en los molestos gritos que le han despertado se asegura de saludarles. -Buenos días, Anpu e Inpu- menciona a la vez que besa y mima las cabezas de sus cachorros.

El tocado dorado de su cabeza se ha caído y sus rizos verdes lucen como los matízales amplios del borde del Nilo. Más verdes y abullonados de lo que recuerda. Sus vivaces esmeraldas aun no se han abierto del todo y ese aspecto perezoso es más humano de lo que le gustaría admitir. Claro, pese a las "orejas" que sobresalían de su cabeza.

La grandeza del faraónWhere stories live. Discover now